Diana Méndez es de las pocas pescadoras de Puerto Almanza, un paraje a 75 kilómetros de Ushuaia, sobre el canal de Beagle. Entre las 33 familias que pescan allí el emblema gastronómico fueguino, la centolla, ella ofrece a los turistas llevarlos en gomón hasta viveros donde los deposita tras pescarlos, tira 15 veces del cabo, saca el crustáceo y después lo cocina. El oleaje esta vez golpea tranquilo mientras Diana alza su voz contra el convenio que en marzo pasado firmaron el gobierno de Mauricio Macri y el de Noruega para evaluar hasta principios de 2019 el potencial de la acuicultura en esas aguas.
"Hay poca información para la comunidad", arranca la pescadora. "Pero tenemos mucha experiencia de los hermanos chilenos, que cuentan que es algo malo para el medio ambiente y el fondo marino", agrega.
Diana se refiere a los criaderos chilenos de salmón, una especie importada de Europa. Este pez supone la segunda exportación de Chile, detrás del cobre, que representa la mitad de todas sus ventas externas. Los envíos de salmón chileno al exterior alcanzaron los US$ 4.622 millones, el 6,7% del total. El sector, dominado por grandes empresas locales, noruegas, chinas y japonesas, cuenta con 20.000 empleos directos.
Pero frente a esos números que entusiasman al Gobierno, Ushuaia está empapelada de planfletos en las calles, lunetas de autos y vidrieras de locales que rezan "no a las salmoneras". Hace unos días disertó por allí la coordinadora de campaña de océanos de Greenpeace para Chile, la Argentina y Colombia, Estefanía González, y contó la otra cara de la experiencia del otro lado de la cordillera: "La salmonicultura en Chile destruyó el mar y por eso hoy quiere llegar al Mar Argentino. Provocó mareas rojas tóxicas, vertidos de salmones, muerte de especies, contaminación de las aguas, escapes constantes (de las jaulas) de salmones devoradores de las otras especies marinas".
En 2007, la salmonicultura de Chile sufrió su primera crisis por el brote del virus isa. Greenpeace recuerda que en 2016 la industria arrojó 4.600 toneladas de pescado podrido al mar, en 2017 se escaparon 212.000 salmones y se hundió un barco con 200 toneladas y en julio pasado se fugaron 800.000 peces de la empresa noruega Marine Harvest.
Defensa. En la Secretaría de Agroindustria argentina sólo difunden un memo que destaca que en el lado chileno de la isla de Tierra del Fuego la acuicultura genera 1.000 empleos y que "ha desarrollado técnicas de bajo impacto ambiental". Chile ha concedido cuatro permisos para la salmonicultura en este brazo de mar, pero aún no ha comenzado la explotación. Agroindustria destaca que la acuicultura "favorece la diversificación de la matriz productiva de la provincia". El Gobierno duda si reconvertir o cerrar el régimen de promoción del ensamblaje de electrónica, con 8.500 trabajadores, un quinto del empleo privado de la provincia.
El diputado Carlos Roma (PRO-Tierra del Fuego) promete que la salmonicultura creará 1.000 empleos, comenzando por las 33 familias de Almanza. "Acá se desarrollará pesca artesanal", suelta Roma. La declaración sorprende al vocero de Marine Harvest en Chile, Adrián Maldonado: “Acá, tras más de 30 años de salmonicultura, aún no conozco un proyecto igual”. Pero Roma insiste: “Están todas las áreas (de gobierno) involucradas para que logremos las mejores prácticas que existen hoy en Noruega y Chile, en función de las catástrofes que tuvieron”.
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El gobierno fueguino, a cargo de la peronista Rosana Bertone, colabora en el proyecto, pero prefiere no opinar hasta que termine el estudio de factibilidad. “Como las salmoneras tienen mala prensa, la oposición ataca por ahí”, reconocen en una provincia en la que el favorito para 2019 es el kirchnerista Gustavo Melella.
En Ushuaia, el biólogo e investigador del Conicet Gustavo Lovrich se opone: “Las salmoneras en el Beagle producirá contaminación visual en la superficie; química, al promover alags tóxicas, y sólida, que produce pérdida de biodiversidad. Como es un sistema semicerrado, los desechos tóxicos serán difícilmente exportables. Todo esto tendrá un impacto negativo sobre la población de centolla”.
En uno de los restaurantes más famosos que la sirven, Volver a
Ushuaia, el chef Lino Adillon, se suma al rechazo. Este año dejó de ofrecer salmón de criadero: “Es un pez de PVC. El que prueba el salmón fresco no come nunca más al de plástico”. La bióloga Nancy Fernández, presidenta de la Fundación Mane'kenk, de educación ambiental en Tierra del Fuego, se opone a la producción “con antibióticos en el Beagle” y aboga por que los críen “en piletones”.
Marcelo Leitti, ex presidente de la Cámara de Turismo de la provincia, temen el impacto en un canal en el que viven pingüinos y lobos marinos: “Nuestro sector derrama más de 15.000 empleos. Siempre damos la bienvenida a las inversiones, pero en este caso piensan emplazarse en uno de los atractivos más importantes de nuestra actividad”.
Mientras Donald Trump, Vladimir Putin o Jair Bolsonaro privilegian lo productivo al medio ambiente, economistas diversos apoyan la salmonicultura. “Si se oponen los ecologistas a una forma no distorsiva de promover la economía, debe ser buena idea”, opina José Luis Espert. “Los países de Europa del Norte están bien orientados y podemos emparejarnos con los chilenos”, dice Orlando Ferreres. “Se puede hacer una explotación sustentable”, aboga Ricardo Rozemberg. “No sé si es el salmón, pero hay que terminar con la electrónica”, opina Matías Kulfas.
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