LA RIOJA.- Inmediatamente después de que entre julio y agosto de 1976 fueran asesinados en La Rioja los sacerdotes Carlos Murias, cordobés, y Gabriel Longueville, francés, y el campesino y catequista Wenceslado Perderna, y que el obispo Enrique Angelelli, también cordobés, muriera en un supuesto accidente en la ruta, la jerarquía eclesiástica guardó silencio.
Nadie salió a reivindicar sus figuras en plena dictadura militar, como lo hicieron decenas de miles este sábado en su beatificación. Pero quizás quienes más sufrieron ese silencio y la soledad fueron la esposa de Pedernera, Martha Ramona Cornejo, alias Coca, y sus tres hijas, que debieron seguir viviendo en el pueblo donde mataron a su marido, Sañogasta, bajo la mirada inquisidora de los vecinos que los juzgaban como familiares de un subversivo. Pedernera y su familia se habían trasladado allí desde su Mendoza natal invitados por unos sacerdotes para expandir el Evangelio y promover los derechos de los pequeños agricultores y peones rurales.
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Los ahora llamados cuatro mártires riojanos dividieron en aquel tiempo las aguas entre los católicos de la provincia que los adoptó: los amaban o los odiaban, cada uno en el ámbito mayor o menor en que se desempeñaba. Pero tras sus asesinatos -el de Angelelli fue caratulado así por un fallo judicial de 2014- sus familiares y pocos laicos y sacerdotes defendieron su actuación y lo hicieron en las sombras del régimen.
Inclusive, cuando volvió la democracia muy poco a poco fue contándose su historia hasta que en 2006 se reabrieron las causas judiciales de sus homicidios y el entonces presidente de la Confederación Episcopal Argentina, Jorge Bergoglio, ordenó una investigación interna en la Iglesia. Así lo recordó este domingo en una misa en Punta de los Llanos, donde murió Angelelli, un laico que promovió el caso desde los 80 y que mencionó el silencio del Episcopado argentino durante décadas, Luis Miguel 'Vitín' Baronetto.
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Más tarde, el papa Francisco impulsaría la beatificación de los cuatro, pero aún así Sañogasta, un pueblo de 1.800 habitantes en la actualidad, se dividió en 2014 entre quienes quería nombrar un calle con el nombre de Pedernera y entonces su viuda pidió que por favor abandonaran la idea. Este sábado allí se reunieron trabajadores rurales de La Rioja y otras provincias para compartir sus experiencias y la hija de un compañero de trabajo del nuevo beato contó que recién ahora su padre se anima a contar anécdotas sobre él. El miedo lo había callado.
Los cuatro mártires riojanos siguen dividiendo aguas ahora. No son profetas en toda su tierra adoptiva. Incluso algunos de los que los quieren mantuvieron un bajo perfil durante décadas por temor a la represión primero y a la condena social después. Es que sus mártires quedaron en medio de la teoría de los dos demonios. No es casualidad que la misa de beatificación no haya sido tan masiva como las que aquí celebra el cura carismático Darío Betancourt y que parte de los concurrentes este sábado proviniesen de otros rincones del país donde se guardó su memoria, entre católicos más cercanos a la Teología de la Liberación o a la opción preferencial por los pobres, del estilo Bergoglio.
El obispo que enfrentó a la dictadura - DW español | Mirá el video:
Claro que ahora Francisco los elevó a los altares y los señaló como modelo, se ha instalado en La Rioja un discurso en favor de ellos, sólo criticado públicamente por una minoría, mientras que la mayoría de los obispos argentinos viajó a la beatificación. Bergoglio ha apostado por modelos de santidad más alejados de la estampita y más comprometidos con cuestiones sociales. Angelelli y sus colaboradores promovían la reforma agraria y la organización sindical como formas concretas de mejorar el reparto de la riqueza.
Y, como parte de esta reivindicación, también sorprendió que el enviado del Vaticano para la ceremonia de beatificación, el cardenal italiano Angelo Becciu, pronunciara una homilía con una condena inédita a la dictadura argentina. Ese mismo régimen que Roma y la jerarquía eclesiástica criolla respaldaron en su momento. Por ejemplo, señaló que la dictadura “tenía rasgos claros de persecución religiosa” y “consideraba sospechosa cualquier forma de defensa de la justicia social”.
Becciu también repudió al catolicismo del régimen, en implícita alusión a Jorge Rafael Videla: “Oficialmente, el poder político se profesaba respetuoso, incluso defensor, de la religión cristiana e intentaba instrumentalizarla, pretendiendo una actitud servil por parte del clero y pasiva por parte de los fieles, invitados por la fuerza a externalizar su fe solo en manifestaciones litúrgicas y de culto. Pero los nuevos beatos se esforzaron por trabajar en favor de una fe que también incidiese en la vida, de modo que el Evangelio se convirtiese en fermento en la sociedad de una nueva humanidad fundada en la justicia, la solidaridad y la igualdad”.
Muchos feligreses interpretaron que seguramente detrás del discurso del cardenal italiano estaba la mano de Bergoglio, que ha recibido críticas y elogios por su actuación en la dictadura. El que era jefe de los jesuitas argentinos en aquel tiempo, el ahora Papa peronista, conoció a Angelelli y ahora lo puso apenas un escalón por debajo de santo, junto a dos sacerdotes y un humilde padre de familia, todos acusados de comunistas en su época.
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