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POLíTICA | 23-08-2019 11:30

Mauricio Macri después de la derrota: final del juego

Escenas inéditas del búnker PRO. De Carrió a Durán Barba: "Metete la big data en el orto". Irresponsabilidad oficialista y opositora.

"Metete la big data en el orto”, le dijo la diputada Elisa “Lilita” Carrió al consultor ecuatoriano Jaime Durán Barba y lo echó del vip. Estaban en el búnker del oficialismo y recién habían recibido los números de la elección en la que estaban perdiendo por 15 puntos. El panorama era desolador.  El presidente Mauricio Macri estaba en un sillón con la mirada perdida y Marcos Peña, en otro rincón, estaba sentado con la frente apoyada sobre una mesa, en una postura desahuciada. Pensaba. Estaba golpeado.

Muy cerca de él estaba Nicolás Caputo, el “hermano de la vida” del Presidente, hablando con Mario Quintana, el ex vicejefe de Gabinete que, a la luz de los relatos, sigue teniendo gravitación sobre el Gobierno a pesar de haberse ido. El jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, hablaba con Diego Santilli, su vicejefe, y el senador y candidato a vice Miguel Pichetto acompañaba también con su presencia en el lugar. La vicepresidenta Gabriela Michetti estaba junto con su hermana Silvina. Todos hablaban en voz baja. Murmuraban. Buscaban entender qué había pasado. La imagen más desoladora era la de María Eugenia Vidal, que estaba sentada, abrazada a sus hijas y llorando. No tenía consuelo.

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“Lilita” Carrió se debatía entre la bronca y las bromas. “Voy a terminar presa y vamos a tener que sacar una ley para poner aires acondicionados en las cárceles, porque yo la paso muy mal con el calor”, decía mientras caminaba dentro del vip. Ya había repetido ese chiste en televisión.

La sensación era la que transmitieron los ministros y otros funcionarios en privado. En el búnker lloraban el canciller Jorge Faurie; el ministro de asuntos públicos de Vidal, Federico Suárez; el asesor presidencial Francisco “Pancho” Cabrera y el ministro de Transporte Guillermo Dietrich. Sentían que estaba todo perdido y se mostraban ya casi dispuestos a empezar la transición. No había síntomas de resiliencia, excepto por Carrió que, con su estilo, tomó el micrófono y se subió al escenario para hablar con los militantes que poco a poco se estaban yendo.

“No es mala la adversidad. Lo malo es deprimirse ante la adversidad”, arengó, mientras a su lado estaba Facundo Del Gaiso, uno de los “lilitos” que compite para legislador porteño. En otro tramo de su discurso repitió una escena que ya había usado en un discurso con militantes. “El camino a la libertad nunca es fácil y la mayoría se siente más cómodo con los autoritarios y los faraones. Eso le pasó al pueblo de Israel cuando en medio del camino quería volver a Egipto. No vamos a volver a Egipto, vamos a ir a la Argentina republicana”, gritó y los pocos que quedaban estallaron en un aplauso.

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Carrió, a diferencia de otros funcionarios de Cambiemos conoce los sinsabores de la vida pública y entiende lo que produce en la autoestima de un político estar en un buen momento de popularidad y luego perderlo. Si se mira la trayectoria del macrismo, solo perdieron la elección de 2003 frente a Aníbal Ibarra y desde 2007 hasta 2017 fueron diez años de victorias consecutivas. La experiencia de Carrió en la derrota hoy tiene otro valor.

Culpables. Una de las primeras reacciones fue buscar culpables. Cada uno encontró el suyo, pero Marcos Peña ganó esa votación. La lista de reproches era interminable, aunque lo más nuevo era la encuesta que junto con Durán Barba había mostrado a los ministros el sábado 10 antes de la elección. Decían que podían llegar a perder por tres puntos y no descartaban la posibilidad de dar una sorpresa y salir victoriosos. Fue un papelón. Estos mismos números fueron los que recibió el mercado el viernes y provocaron una suba de las acciones argentinas en Wall Street que treparon, en algunos casos, más del 10% en dólares. Era una fiesta. El lunes 12, con el resultado puesto, se produjo la caída bursátil más grande en la historia argentina y la segunda más importante en la historia, con papeles que cayeron más de un 50%. En ese momento temblaron las piernas del ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, que se sentía renunciado. En el ministerio creían que renunciaría ese mismo día.

En la consultora de Durán Barba también se sintieron inquietos. El capital del ecuatoriano es su credibilidad y su conocimiento sobre el pulso político argentino. Esta vez falló y produjo pérdidas enormes. Entre el lunes y martes, Durán Barba mandó a sus colaboradores a decir que, en realidad, había visto una medición que registraba una diferencia de 15 puntos, pero que la había descartado por inverosímil. Por estas horas busca demostrar que la metodología no falló, sino que lo que falló fue su criterio. Excusas.

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Comida. El lunes 12 por la noche hubo una cena en la Quinta presidencial de Olivos. Participaron, además del presidente Macri, Marcos Peña, María Eugenia Vidal, Horacio Rodríguez Larreta y Miguel Pichetto. En ese encuentro evaluaron las primeras reacciones y cómo deberían seguir hacia adelante. La primera autocrítica fue la que se vio en el anuncio que hizo el Presidente el miércoles 14 cuando dijo que iba a “poner dinero en el bolsillo de los argentinos”. Allí pidió disculpas por haber intentado culpar a los votantes por haber elegido a Alberto y no a él. En la cena también se debatió la posibilidad de hacer cambios en el Gabinete. El principal apuntado era Dujovne, pero también sugirieron, sin nombrarlo, al propio Peña. Larreta, Pichetto y Vidal hablaron de hacer cambios en “áreas clave en la toma de decisiones”. Peña dijo que eso no era necesario.

Otro eje de la discusión era no mostrarse vencidos porque había sido solo una PASO y no una elección. En este punto, el Gobierno quedó preso de un sistema que, a la vista de la dinámica política argentina, quedó demostrado que puede ser peligroso porque aunque no se elija nada, en un contexto de sensibilidad política puede dejar en muy malas condiciones al oficialismo y por lo tanto a la Argentina. El espíritu de las PASO es resolver todas las internas de los partidos al mismo tiempo, pero al no haber internas reales dentro de cada partido, la elección se convierte en una gran encuesta nacional que termina condicionando todo el escenario.

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Ahora, con el país una vez más al borde del colapso, tanto el presidente como el virtual electo Fernández deben dar señales claras que aseguren la gobernabilidad y eviten daños aún mayores.

Los anuncios de Macri del miércoles 14 en los que dio beneficios impositivos para trabajadores y Pymes y los aumentos a la Asignación Universal por Hijo, sumado al congelamiento del precio de los combustibles, entre otras medidas, son una respuesta al resultado de las urnas. El Estado gastará, de aquí a fin de año, 40 mil millones de pesos para cumplir con el resto de los anuncios y el dinero saldrá de la reasignación de partidas presupuestarias y, según el ministro de Producción Dante Sica, se sacrificará parte de lo ya asignado para obra pública. Al final, Macri terminó haciendo lo que le criticó al kirchnerismo: populismo.

Poder. En la cena del lunes también se debatió otro aspecto sobre el futuro: cómo quedará repartido el poder a partir del 10 de diciembre. Alberto Fernández fue elegido por la mayoría pero no fue electo, y esa sutil diferencia hace que todavía no esté todo perdido para el Gobierno, que ahora deberá enfocarse en mejorar su performance en octubre. La idea es tratar de achicar la diferencia para poder meter la mayor cantidad de diputados y senadores que podrían componer la oposición de 2020 y volver a construir una oportunidad para regresar al Gobierno en 2023. Si el macrismo desiste de competir, les estaría dejando la suma del poder público a sus adversarios.

Por eso se puso la zanahoria del ballottage, que en este escenario parece muy difícil, pero no imposible. El cálculo utópico en el Gobierno es el siguiente:

- Hay argentinos que no fueron a votar: podría crecer alrededor del 5% del padrón.

- Ponen de ejemplo a las elecciones de 2015. Entre agosto y octubre hubo 2 millones más de electores: 73% en las PASO al 81% en las generales.

- Voto útil: convencer a los votantes de centro y de derecha que eligieron a Lavagna, Espert o a Gómez Centurión: 13% del electorado.

- Buscar a los arrepentidos de haber votado a Macri en el 2015 y bajar el voto bronca. Apuntan a la clase media.

- Hay 360 mil argentinos residentes en el exterior habilitados para votar (no votan en las PASO sino en las generales), y de este universo, estiman que el 85% votaría por Macri.

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Llegar al ballottage tendría una épica inédita que los militantes del Gobierno están intentando alentar con videos como la pelea de Mohamed Ali y Joe Frazier en la que el combate estaba perdido para Ali, pero, como aguantó hasta el final, pudo dar vuelta el resultado porque Frazier se rindió. También ponen como ejemplo el juego que el Barcelona le ganó al Liverpool 3 a 0 en el primer partido de la semifinal de la Champions League de este año y que en el partido de vuelta el Liverpool lo dio vuelta y lo ganó 4 a 0. Con ejemplos así buscan reflotar el entusiasmo.

Un factor que se meterá en este tramo de la campaña y que no estuvo para las PASO será el debate presidencial que tendrá que hacerse con todos los candidatos y esta vez será obligatorio. Lo que allí suceda tendrá repercusiones y tal vez los mercados vuelvan a tener protagonismo. Hasta ahora se vio que ambos candidatos no fueron responsables a la hora de pensar en la estabilidad económica de Argentina, por un lado el macrismo que divulgó encuestas falsas que entusiasmaron a los mercados y por el otro Alberto Fernández que dijo en el programa Corea del Centro, que se emite por NetTv y que conducen por Ernesto Tenembaum y María O’Donnell, que Jair Bolsonaro, el presidente de Brasil, era racista y misógino.

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La descalificación de Fernández fue en respuesta a los dichos de Bolsonaro, que había declarado que no quería “hermanos argentinos huyendo” hacia Brasil. El problema es que Argentina no está en condiciones de pelearse con su principal socio comercial. Tras esta situación, Fernández se moderó y cambió su postura. Empezó a decir que quería ayudar, que no pretendía que sus dichos causaran problemas, pero sin dejar de poner el foco en que el Presidente es Mauricio Macri y que la responsabilidad sobre el rumbo de la economía recae sobre él.

Este cruce de declaraciones se terminó de zanjar cuando Macri le mandó un mensaje de WhatsApp a Fernández en el que le decía que quería hablar con él. Alberto dijo en una entrevista televisiva que había visto el mensaje, pero que no había podido responder porque estaba dando clases.

Luego de esa charla telefónica, ambos hicieron comentarios. Macri lo expresó por Twitter. “Tuvimos una buena y larga conversación telefónica con Alberto Fernández. Él se comprometió a colaborar en todo lo posible para que este proceso electoral, y la incertidumbre política que genera, afecte lo menos posible a la economía de los argentinos. Se mostró con la vocación de intentar llevar tranquilidad a los mercados respecto de los riesgos de una eventual alternancia en el poder y quedamos en mantener una línea abierta directa entre los dos”, escribió.

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Alberto, en una conferencia de prensa, dio más detalles. “Tuvimos una buena charla. Me planteó preocupaciones por el estado de las cosas, le di mi opinión sobre lo que estaba pasando y le di mi voluntad de ayudarlo”, afirmó. Y chicaneó: “No quiero hablar del tema, pero le pido que en este momento tan delicado prime su condición de presidente antes que la de candidato”.

Esta esgrima verbal juega al límite entre las ganas de salir victoriosos en la elección y la responsabilidad por la crisis económica en la que quedó sumergida la Argentina. Un ejemplo de esta crisis puede verse en el mundo de las Pymes. En algunas empresas se suspendió el pago de los cheques para los proveedores y también se suspedieron los pedidos. Esto provoca que el que tiene productos no los pueda vender y en algunos casos es peor: no quieren vender. Porque no saben cuál es el precio de las cosas. La volatilidad del dólar más la demora en la cadena de pagos hace que nadie quiera mover sus productos por temor a quedar sin espaldas para cubrir los costos de producción y reposición. En una economía sana, eso podría cubrirse con crédito bancario, pero las tasas que superan el 70% hacen imposible endeudarse.

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Es decir: el que vende no quiere vender por miedo a vender barato y el que compra no quiere comprar por miedo a que más adelante haya un mejor precio. Esta recesión provoca que haya crisis también en el capital de trabajo y se le suma la devaluación de estas horas que, al cierre de esta edición, superaba el 35% en los tres días posteriores a las PASO. Esta devaluación tendrá un efecto inflacionario, y recesión más inflación es un combo que conspira con las aspiraciones de reelección de Macri.

La sensación de game over podría crecer con el correr de las semanas y será clave la responsabilidad institucional de los dos principales candidatos para no detonar al país en pos de su pelea electoral. Hasta ahora, la historia mostró que, casi siempre, la mezquindad política pudo más que el bien común.

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Rodis Recalt

Rodis Recalt

Periodista de política y columnista de Radio Perfil.

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