"No me rindo a la vejez”, dice al día siguiente de haber cumplido cien años, el 21 de septiembre, el hombre delgadito y de voz temblorosa que transmite ideas firmes. Estamos en el tercer piso de una de las torres Westmount Square de Montreal, diseñadas por un arquitecto que admira, el modernista Mies van der Rohe. Vive aquí con su esposa Marta desde hace casi una década cuando, ambos jubilados de la McGill University como profesores eméritos, decidieron que era tiempo de dejar la casa en las afueras de la ciudad.
Contra cualquier prejuicio, el lugar no transmite apego al pasado ni está atiborrado de recuerdos. Es un living despojado en el que reina la luz natural y unos pocos muebles dan testimonio de su gusto por el diseño de la Bauhaus. En el centro del gran ambiente, una biblioteca de módulos cruzados se lleva toda la atención y no parece casual: la vida de Mario Bunge se construyó en torno al saber. Una avidez de la que hablan esos casi 7.000 libros -llegó a tener 10.000 pero algunos se perdieron entre mudanzas y una inundación- escritos en las lenguas que habla: además del castellano, inglés, francés, alemán, italiano y algo de griego.
Está frente a mí el que acaso sea nuestro último prócer. Físico, filósofo, epistemólogo, reconocido con 21 doctorados honoris causa en universidades de todo el mundo, es el científico de habla hispana más citado (y convalidado) de los últimos dos siglos, en una lista encabezada por Bertrand Russell, Charles Darwin y Albert Einstein, que confecciona el prestigioso Science Hall of Fame. Ahora Bunge es, además, un centenario notable que sigue escribiendo libros. Pero el hecho pasó casi desapercibido en la Argentina, el país del que debió emigrar a los 44 años por razones políticas.
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De los ocho volúmenes de su Tratado de Filosofía sólo se tradujeron al castellano la mitad y no se estudia con sus libros en el país. “Sólo hay un grupo de físicos platenses, entre ellos Héctor Vucetich y Gustavo Romero –dice- que han seguido mis enseñanzas”. Contracorriente, el profesor de Filosofía del Derecho Antonio Martino logró que Eudeba edite un libro, presentado esta semana, que compila textos en homenaje al maestro.
Aunque su producción se escapa de cualquier rótulo, puede definírselo como un filósofo materialista enrolado en la corriente del realismo científico. Bajando de la academia al llano, equivale a decir que Bunge cree, ni más ni menos, que la realidad existe, algo que no dio por seguro la filosofía del siglo XX; y que descree de todo lo que no pueda ser probado empíricamente. Desde su despertar intelectual, a los 16 años, supo que lo suyo sería filosofar sobre la ciencia, tarea a la que más tarde integró el compromiso social de su prédica socialista.
Noticias: ¿Es cierto que en medio siglo sólo una vez lo invitaron a dar una clase en la Argentina?
Bunge: Si. Fue la primera y última vez porque no les gustó lo que les dije. No se puede hablar en contra de Nietzsche o de Foucault y sus sucesores, los llamados posmodernos. Es una peste que en mi tiempo no había. Aunque no soy religioso, el tomismo me parece una filosofía respetable, que se puede discutir. Pero los posmodernos paralizan el pensamiento. Creo que ha habido una gran decadencia de la filosofía y de su enseñanza en Latinoamérica en los últimos años. Mi combate en contra del irracionalismo ha sido inútil.
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Noticias: La Argentina se construyó con oleadas de inmigrantes, pero más o menos desde cuando usted se fue, en los ´60, no para de expulsar gente. ¿Qué hicimos tan mal para que el país pase de ser visto como una tierra promisoria a un país sin remedio?
Bunge: La ideología que construyó la Argentina era el iluminismo. El país era racionalista, amigo de la ciencia. Así como en el siglo XIX fue progresista y se enriqueció con el aporte inmigratorio, en el siglo XX se volvió muy reaccionario. Por lo pronto, el golpe militar de septiembre de 1930 puso en el poder a un grupo pro fascista que intentó destruir todo lo que se había conseguido hasta ese momento.
Bunge está convencido de que las clases dirigentes argentinas siguen obedeciendo al imperialismo norteamericano “igual que la oligarquía hacendada lo hacía con Su Majestad británica” y que “casi nadie estudia seriamente los problemas económicos y políticos del país”. Es un gran polemista sin empacho por disparar con munición gruesa, incluso contra popes consagrados, si cree que incurren en el pensamiento pseudocientífico. Un combo que incluye psicoanálisis, homeopatía, parapsicología, acupuntura, pero también lo que llama pseudociencias sociales, como la economía neoclásica y la promesa de emancipación mediante la dictadura del proletariado. Una heterodoxia bien balanceada.
Pero lo más irritante en Argentina resulta, sin dudas, sus ataques al psicoanálisis. “No es un proyecto de investigación serio sino una doctrina pseudocientífica más. Los psicoanalistas no experimentan, hacen afirmaciones dogmáticas”, opina. “Hay que hacer psiquiatría biológica y olvidarse de Freud, Jung, Charcot y todos esos charlatanes que fueron criminales, ignorantes y arrogantes”.
Noticias: ¿Por qué cree que Buenos Aires y París son las capitales del posmodernismo, que usted define como una basura imposible de reciclar?
Bunge: Barcelona también. Porque son capitales del oscurantismo. En ninguna otra parte esas ideas tienen tanta importancia. Ni facultades de filosofía en las que se enseñe a Lacan en lugar de neurociencias cognitiva. Los psicólogos argentinos no se han enterado de que la parte del cuerpo que piensa y que siente es el cerebro.
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Noticias: En su batalla campal contra el psicoanálisis dijo que el efecto placebo está en la cabeza de los enfermos y también de los votantes. ¿Me explica lo de los votantes?
Bunge: No siempre reaccionamos ante estímulos auténticos, sino falsos. Ocurre en medicina y también en la política. Lo que explica el populismo es el de desencanto del electorado ante la ineficacia de los partidos tradicionales. Que tendrían que haber defendido los intereses del país y, en particular, de la gente pobre.
Noticias: La noción de populismo tiene múltiples interpretaciones. ¿Lo ve como una amenaza o comparte la reivindicación que le hacen teóricos como Ernesto Laclau?
Bunge: Laclau es admirador de un ideólogo nazi (N de la R: el abogado en los años ’30 del Partido Nacionalsocialista alemán Carl Schmitt). Entiendo que es una persona inteligente pero no ha comprendido la esencia del fascismo que es el estatismo de derecha y el terrorismo de estado.
Noticias: Usted calificó al triunfo de Macri como el comienzo del populismo de derecha. Si pensamos en Trump y Putin, Bolsonaro y Maduro. ¿No son conceptos políticos perimidos los de derecha e izquierda?
Bunge: No, son muy diferentes. Porque el populismo de izquierda se propone políticas socialmente progresistas, lo que pasa es que usa medios que no son democráticos; pero el populismo de derecha es demagogia pura, basada en la mentira. Hay populistas defensivos y ofensivos. Por ejemplo los sionistas fueron defensivos hasta la creación del estado de Israel. A partir de entonces se convirtieron casi todos en ofensivos contra los árabes, a quienes despojaron y asesinaron. Y en cuanto a la Argentina (piensa y masculla) me asombra la estupidez de la gente al haber apoyado a Macri, que es la negación de todo lo bueno que hubo antes. Mucha gente se sorprende de que hayan ganado las últimas elecciones los peronistas, o mejor, digamos neoperonistas. Pero no deberían asombrarse porque la gestión de Macri ha sido sumamente negativa y ha endeudado al país enormemente sin necesidad.
Noticias: ¿Analizó el fenómeno Trump?
Bunge: Lo votó la gente que se sentía marginada e ignorada por las elites de Washington. Tiene una cosa buena y es que, siendo nacionalista, no es belicista. Quiere reservar sus energías para mejorar las condiciones de Estados Unidos. Pero como contrapartida es un mentiroso, un racista, antifeminista, en fin, tiene todas las taras que se pueden imaginar. Su llegada al poder es una reacción irracionalista. Que la verdad no importe equivale a suscribir a la ideología del éxito. Un éxito que no proviene de donde debería; el saber.
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El experimento. Cuando era chico, los primos lo llamaban a sus espaldas “el experimento”, porque su padre decía haber puesto a prueba en él un proyecto de crianza: dejarlo en libertad y eximirlo de cualquier castigo. El plan educativo se completaría viviendo en la naturaleza. Así que la familia compró una quinta en Florida Oeste para establecerse en una porción de Vicente López ahora urbanizada, pero que entonces era campo abierto. La casa El Ombú empezó siendo un rancho de adobe que se iluminaba con faroles a kerosene y había que bañarse en una tinaja de cinc ubicada en la cocina. Allí vivió Mario Bunge hasta los veinte años, rodeado de teros, pavos reales, perros, gatos y un mono tití. Y al influjo de los visitantes ilustres que se reunían con su padre médico y diputado.
Le gustaba más leer libros de Emilio Salgari que estudiar lo que dictaminaban los programas escolares. Entre los colegios por los que pasó tiene mejor recuerdo de la Escuela Argentina Modelo que del Nacional Buenos Aires, donde quedó libre por malas notas. Así que terminó el secundario rindiendo en el menos elitista colegio Sarmiento. Le costaba tanto la trigonometría que para aprobar el examen tuvo que recurrir a tutores. Y resultaron de lujo: David Jacovkis y Manuel Sardosky (el primer experto argentino en cálculo numérico). Contra sus propios pronósticos se enamoró de las matemáticas y se puso a estudiarlas por su cuenta con un libro de Isaac Todhunter que encontró en una librería de viejos.
Cuando en 1937 completó la escuela media tenía intereses muy diversos. Leía a los astrofísicos ingleses y Bertrand Russell le resultaba un faro para entender la cruza entre la matemática la filosofía. Finalmente decidió estudiar física en la universidad y filosofía por su cuenta. Tardó catorce años en doctorarse en Ciencias Físicomatemáticas en la Universidad Nacional de La Plata y veinte hasta considerarse un filósofo profesional.
De joven leía a Hegel hasta que se dio cuenta –dice- de que fue el primer posmoderno, “pero al menos se ocupó de problemas importantes a diferencia de estos idiotas como Derrida o Deleuze, que ni siquiera saben de qué hablan”.
Pero su favorito a la hora de desenmascarar a quienes “tuvieron el descaro de hacer pasar el disparate por filosofía profunda” es Heidegger. Bunge entrecierra los ojos y recita: “El tiempo es la maduración de la temporalidad. Eso dice Heidegger. Yo le diría entonces que el espacio es la pudrición de la espacialidad –bromea-. Es una filosofía ininteligible, es decir que es una farsa.”
Noticias: ¿Qué pensadores actuales le resultan interesantes?
Bunge: Nadie, salvo esa chiquilina sueca (N de la R: Greta Thunberg) que está revolucionando al mundo para vergüenza de los adultos que ignoran las amenazas ambientales.
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Noticias: De los sociólogos más difundidos no debe interesarle Slavoj Žižek, porque es psicoanalista. ¿Y Zygmunt Bauman, el padre de la “modernidad líquida”?
Bunge: No los conozco. Esos sociólogos que están de moda en Buenos Aires no se leen tanto en el mundo.
Ensamblados. Como su padre, Mario Bunge se separó de su primera mujer, Julia Molina y Vedia, una arquitecta y militante antifranquista, con la que tuvo a sus dos primeros hijos: Carlos (78, físico) y Mario (75, matemático). De su segundo matrimonio con Marta Cavallo (80), nacieron Eric (52, arquitecto) y Silvia (46, profesora de neurociencia cognitiva). Sólo Mario vive en la Argentina. Carlos se instaló en México y los dos hijos canadienses, en Estados Unidos.
“Tengo algo así como diez nietos y diez bisnietos repartidos por el mundo”, cuenta y muestra la tarjeta de felicitación por sus 100 años que le hizo llegar uno de ellos, de 8 años. Es un librito artesanal con dibujos y anotaciones en el que le describe su reciente viaje a Islandia. “Yo le había pedido que me contara porque nunca fui. Y se lo tomó muy en serio. Contó 425 ovejas”, dice el abuelo y se ríe por primera vez.
Entre los Bunge, amar el conocimiento es ley. Su hijo mayor recuerda que una vez cuando eran chicos y los padres se habían ido a Brasil, su hermano Mario rindió libres tres años de escuela. Tenía nueve años. La reacción paterna al volver fue una frase que a los hermanos les resonó por largo tiempo: “en las familias los genios se dan una sola vez”.
“Discutimos y nos queremos” salda Carlos, que viajó desde México para compartir la celebración del cumpleaños en familia. Fue una cena íntima, en el departamento, a la que sólo faltó el hermano que vive en Argentina, “porque dice que ya está viejo para viajar”, cuenta el homenajeado.
El exilio. Cuando conoció a quien sería el amor de su vida, Marta Cavallo era una chica seria y linda, recién salida de un colegio de monjas de Belgrano. Su interés por la filosofía la llevó a asistir, como oyente, al primer curso que Bunge dictó en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Resultó ser la mejor alumna y eso justificó compartir charlas camino a la estación de trenes de Retiro. Aparte de esas conversaciones, nunca se habían encontrado fuera de la universidad y ni siquiera se tuteaban. Pero eso no fue problema para que, recién separado, le propusiera casamiento a la alumna 19 años menor que él. Marta creyó que bromeaba pero no.
Mario sabía que el gran obstáculo para concretar la conquista era la religión. Y se abocó a derribar sus creencias. Con poemas en castellano y en inglés, cartas y lecturas recomendadas consiguió, si no volverla atea, al menos acercarla al agnosticismo. Bien de película, sin aprobación familiar, la pareja se escapó a Córdoba. Y empezó una historia que ya les permitió celebrar sesenta años de casados.
En la Argentina pasaron años hostiles. El doctorado que consiguió en 1952 no le sirvió de mucho a Bunge porque sin carnet de afiliación al Partido Justicialista “no se podía aspirar ni a peón municipal”. Vivía de dar lecciones particulares, hacer traducciones. Pero fue el golpe militar contra Frondizi lo que los decidió a emigrar. Siempre trabajando en universidades de prestigio (Marta es matemática) vivieron de 1963 a 1965 en los Estados Unidos, de 1965 a 1966 en Alemania. Y desde entonces en “el país de la nieve” como lo llama Bunge. Llegaron a Montreal gracias a una oferta de la Universidad McGill, la más antigua de Canadá, que recibió Marta y luego se hizo extensiva al marido.
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Noticias: Usted dijo que fue gorila. ¿Cuándo dejó de serlo?
Bunge: Demasiado tarde, como muchos. Me di cuenta cuando empezaron a derrocar las conquistas positivas del peronismo. La valorización de los sindicatos, el voto femenino. Recuerdo que cuando se impuso yo estaba en contra porque pensaba que las mujeres iban a votar por el candidato que les dijera el cura que las confesaba. Era una actitud absolutamente gorila y reaccionaria de la que me arrepiento hoy en día. Es que en aquella época no teníamos alterativa. Yo había sido encarcelado por el peronismo. Me fui por mi desencanto y el miedo a que me mataran.
Noticias: ¿Qué diferencias encuentra entre aquel peronismo que vivió y el kirchnerismo, del que dijo que será recordado más por sus aciertos que por sus errores?
Bunge: Por lo pronto, no es anti científico como el neoliberalismo de Macri, y no avasalló ni persiguió como el primer peronismo.
Noticias: Por segunda vez consecutiva el clima social en Argentina indica que se vota un presidente “contra” algo. Y usted parece adherir a esa teoría del mal menor…
Bunge: Desgraciadamente no hubo una tercera posición. El radicalismo está exhausto y el socialismo no levantó la cabeza. Pero para mí ambos eran mejores partidos, democráticos, de masas, muy diferentes del peronismo. Aunque hay que admitir que las reivindicaciones de ambos fueron cumplidas por Perón.
Noticias: No se lo nota resentido con el peronismo pese a lo vivido.
Bunge: No, no, porque yo no comprendí en ese momento que era un movimiento social importante que tenía un aspecto positivo y uno muy negativo. Lo peor es que corrompieron el movimiento obrero, se apoderaron de él, lo usaron. Demagogia pura. Entonces yo vi sólo lo negativo, como Borges, que nunca comprendió.
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Noticias: Usted aboga por un socialismo democrático que llama tecnoholodemocracia. ¿Algún país del mundo ha aplicado algo así?
Bunge: No, pero los mejores son ciertamente los regímenes socialdemocráticos de los países nórdicos. Y Holanda, Alemania y Francia. Pero el socialismo auténtico es el dominio popular de los principales medios, no solamente de producción. En lo cultural y político. Desgraciadamente los socialistas han dejado de pensar. Solamente se ocupan de las próximas elecciones y han olvidado su gran misión que era la igualdad a través de la incorporación de la gente. El socialismo que yo propongo es participación activa de todos, cooperativismo, y solidaridad. Espero que sea el socialismo del futuro.
Noticias: Le dijo a su hijo que no sabía si embarcarse en un nuevo proyecto porque temía no terminarlo. ¿Piensa en la muerte?
Bunge: Me parece completamente natural que todos los organismos vivan un número de años, se desgasten y dejen de vivir. Morir es nada más que dejar de vivir.
Noticias: Para un ateo, sin más allá, la perspectiva es bien distinta.
Bunge: Yo creo que los creyentes temen mucho más a la muerte que los ateos porque saben que han pecado y para ellos así como existe el cielo, existe el infierno.
Noticias:¿No hay una necesidad biológica de Dios?
Bunge: No. Primero que no hay un Dios. Hay tantos dioses como religiones. Y pueblos que nunca los han tenido, como los chinos. El budismo y el confucionismo son ateos. El propio Buda dijo explícitamente que no había Dios. Expresaba un sistema de vida y no una creencia.
Noticias: ¿Nunca, pero nunca evocó a Dios?
Bunge: No. Tengo la gran suerte de haber tenido padres que no eran religiosos. Y ninguno de mis hijos lo es. Pero me enseñaron a ser respetuoso de las creencias ajenas.
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Noticias: Usted lo declaró a Ernesto Sábato “enemigo de la ciencia” por haber asumido su espíritu religioso. ¿No puede un científico al menos dudar acerca de la trascendencia?
Bunge: Sábato fue mi profesor en la Universidad de La Plata. Entonces era amigo de la ciencia. Pero no tuvo la suerte de tener un mentor que le enseñara el valor de la investigación. Era un buen tipo pero muy confuso. Empezó como marxista y terminó como antimarxista y anticientífico, a creer en fantasmas, en la parapsicología. Un tipo sensible, inteligente, que en otro ambiente hubiera sido distinto. Además, su literatura es muy deprimente, no hay personajes de los que uno puede enamorarse. Son todos muy pesimistas.
Presente. Desde que se jubiló a los 90, porque su problema de audición le dificultaba vincularse con los alumnos, mantiene una rutina muy activa. Se despierta a las 7 “pensando –dice-en algún problema filosófico o científico que me haya quedado pendiente del día anterior”. Se ducha y desayuna yogurt y fruta. Sigue escribiendo artículos técnicos y piensa sacar un libro que ya casi tiene terminado. También está leyendo la novela “Stalingrado” de Vasily Grossman. Hasta hace un tiempo Bunge visitaba todos los años la Argentina. Ya no volverá. “Del país recuerdo el miedo a la policía pero también tengo lindos recuerdos de juventud. En ninguna otra parte del mundo hay jacarandá, palo borracho”.
Noticias: ¿Qué le queda a usted de argentino?
Bunge: Hay algo muy notable de los argentinos y es la curiosidad. El hecho de que los especialistas se interesan por cuestiones universales. Recuerdo que a un amigo profesor en Estados Unidos le preguntaron de dónde le había venido la afición por la filosofía y conto que mientras estaba en la sala de espera de un dentista en Buenos Aires, encontró un ejemplar de la Crítica de la razón pura, de Kant y lo empezó a leer. En ninguna sala de espera del mundo uno va a encontrar a Kant.
Noticias: ¿Cuál de todos los misterios científicos le da curiosidad?
Bunge: Algunos de los problemas no resueltos de la física cuántica, y los problemas de la cosmología, como qué es la materia negra. La actitud dogmática nunca me cayó bien pero en su momento fui ferviente creyente de la interpretación ortodoxa de la mecánica cuántica. Por suerte pronto me puse en crítico y formulé mi propia interpretación que consiste en eliminar todo el palabrerío y dejar las fórmulas. Cuando éramos estudiantes nos decían: deje de preguntar y póngase a calcular. La cuestión es encontrar fórmulas que sean comprobables.
Después de todo, las ciencias duras que lo apasionan y el mundo ordinario hablan el mismo lenguaje. “Vivir –dispara Bunge a modo de despedida- no es otra cosa que resolver problemas”.
*Editora ejecutiva de Noticias
Todas las fotos: Alejandra Daiha, Eric Bunge y gentileza familia Bunge.
por Alejandra Daiha*
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