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CIENCIA | 22-05-2020 13:39

La guerra por la vacuna: Boris Johnson versus Oxford

El laboratorio AstraZeneca, que se asoció a la Universidad para el desarrollo de una vacuna anticovid, aceptó fondos de Donald Trump. ¿Cómo condiciona esto la distribución de las dosis obtenidas? ¿Salud o simples negocios?

El Primer Ministro de Gran Bretaña, Boris Johnson, sigue mostrando una capacidad llamativa para meterse en debates difíciles, de esos que no siempre tienen una respuesta concreta y definitiva. Si primero fue aquello de la “inmunidad sin vacunas”, algo que para algunos distraídos todavía no quedó en el olvido (léanse Donald Trump y Jair Mesias Bolsonaro), en los últimos diez días el tema vacunas y la apertura de lugares públicos como restaurantes, en un territorio en el que los fallecidos por el coronavirus SARS-CoV- y su enfermedad, la Covid-19, asciende hasta el momento a más de 36.000 personas, han despeinado aún más de lo común al premiere británico. 

¿Qué hizo Boris esta vez? Dijo, en sintonía con su ministro de salud, que es posible la vacuna contra la Covid-19 “podría no encontrarse nunca”.

Diversos científicos, tanto ingleses como de otros lugares del mundo, admiten que esto podría suceder. Pero el punto es que en la Universidad de Oxford es donde se está desarrollando una de las ocho vacunas candidatas presentadas ante la Organización Mundial de la Salud (OMS), que más avanzada está (de entre 118 registradas en esta semana). El laboratorio se unió con la farmacéutica AstraZeneca hace un mes, y cerró acuerdos de financiación por 400 millones de dosis de su vacuna AZD1222 que, de acuerdo con los directivos de la empresa, podría ser lanzada en septiembre de este año. La compañía fue aún más allá y dijo que es capaz de producir más de mil millones de dosis de la vacuna entre 2020 y 2021.

El gobierno inglés le otorgó apenas 79 millones de libras, lo que para un laboratorio que está en plena carrera para desarrollar una vacuna son migajas. Pero quien entró en escena con fuerza es Donald Trump: AstraZeneca recibió 1.200 millones de dólares de la Autoridad de Investigación y Desarrollo Biomédico Avanzado de los Estados Unidos, como parte del programa "Operación Warp Speed" de Trump cuyo objetivo es expandir la producción de vacunas en los Estados Unidos

El gobierno estadounidense está financiando a otras de las empresas farmacéuticas y biotecnológicas que trabajan en el desarrollo de vacunas anticovid. Si hasta intentó “robarle” CureVac a Ángela Merkel, y aportó fondos al francés Sanofi bajo la promesa de tener vacunas primero para los estadounidenses, lo que despertó la furia de Emmanuel Macron. Es lógico, si tenemos en cuenta que la sede central de Sanofi está, justamente, en París. 

Desde Oxford/AstraZeneca (ambas con sede en el Reino Unido) aseguran que trabajan en ensayos clínicos que involucrarán a 30.000 personas. Aunque la realidad es que todavía no hay resultado de las pruebas de fase I. 

El punto es que, con semejante aporte del gobierno de Trump ¿dónde quedarán Boris Johnson, sus advertencias de que tal vez no haya vacunas, y la población británica? Con la financiación del Reino Unido, el compromiso era llegar a tener 100 millones de dosis para la población local. Ahora, la expectativa llega a 300 millones… para población estadounidense. 

Mientras en el mundo la discusión por quién recibirá primero las potenciales vacunas llegó a la Asamblea de la Organización Mundial de la Salud llevada a cabo entre el 18 y el 19 de mayo, más de un científico, en realidad, le ha dado la razón a Boris Johnson en cuanto a que no hay garantías de lograr vacunas seguras y efectivas contra la Covid-19. John McCauley, director del Centro Mundial de Influenza en el Instituto Francis Crick, aseguró a una entrevista concedida al diario The Guardian que lleva tiempo comprender los desafíos particulares que cada vacuna presenta: "No conocemos con exactitud cuáles son las dificultades, las dificultades específicas, que cada vacuna dará. Y no tenemos experiencia en el manejo de este virus o los componentes de este  virus".

De hecho, ni siquiera hay certezas en lo referido a cuánto duran los anticuerpos neutralizantes (aquellos que impiden que el coronavirus entre en las células y las infecte) una vez que las personas se infectan, con lo cual tampoco es posible (por ahora) asegurar si serían necesarias una o más dosis de la eventual vacuna a obtener. 

También es verdad que en lo referido a la candidata vacunal de la Universidad de Oxford y su socio, todo sucede sin resultados verificados a la vista. El mes pasado, AstraZeneca comenzó a probar su vacuna en un ensayo de Fase I / II que involucra a alrededor de mil voluntarios de entre 18 y 55 años en cinco lugares de Inglaterra. Los datos del estudio estarían para fines de mes y la empresa espera pasar a ensayos más avanzados a mediados de este año. 

Mientras, AstraZeneca está preocupada por su imagen. No quiere que el público piense que la guían las ganancias económicas más que la salud de la población mundial. Y ha decidido tratar de entrar en conversaciones con ambos gobiernos. 

El punto en este momento es que, con incertidumbres lógicas (normalmente una vacuna lleva al menos siete años para su desarrollo: la más rápida fue la de las paperas, que tomó 4 años) y fuera del terreno puramente científico, Boris Johnson guarda en su territorio a uno de los grandes jugadores en esta carrera, pero parece no tenerlo muy claro. O al menos no lo expresa con la cautela política que sería necesaria. Si Merkel y Macron defienden con uñas y dientes a sus fabricantes con sedes locales, el premiere británico parece estar perdiendo el norte, desde un punto de vista tanto sanitario como geopolítico. 

 

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Andrea Gentil

Andrea Gentil

Editora de Ciencia, Medicina y Tecnología. Coordinadora carrera de Comunicación Digital, UNaB.

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