La cuarentena hizo desaparecer la alfombra roja, se apagaron los focos del set de filmación, se vaciaron las salas del teatro, se esfumaron peinadores, vestuaristas, maquilladores, fotógrafos y guionistas, se silenciaron las giras y los lanzamientos. Pero quedaron los famosos, el público y el canal supremo, las redes sociales, para hacer uso (y abuso) en tiempos de barbijos, incertidumbre y mishiadura. Así las cosas, Madonna canta a cara lavada en su baño usando un cepillo como micrófono; Carla Peterson hace un vivo en bata, despeinada, voz ronca y anteojos negros; Marcelo Tinelli abre su bocota no para decir “Buenas noches, América” sino para que le arreglen una muela. Efecto confinamiento: cuando la carroza del “star system” se transforma en calabaza.
Mundo interior. Para el comunity manager Claudio Regis, los famosos tienen la necesidad de comunicar porque están aburridos y porque se sienten en la obligación de generar contenido, aunque no tengan qué decir ni la estructura suficiente como para hacerlo. “Antes posteaban la foto del backstage de la tira que grababan, ahora promocionan maquinitas para el cutis o cómo hacen pan. Sumale a eso que si se quieren hacer las sexies, por ejemplo, la foto se la tiene que sacar el marido, el hijo o el vecino. Y ahí se complicó lo técnico, lo creativo y además no tienen qué decir, es la tormenta perfecta”, define.
En medio del encierro y en un contexto de crisis generalizada, ¿existe la misma avidez de asistir a la vida de los famosos o hay menos tolerancia e interés? ¿Se valoran más o caen con el peso de lo irrelevante? Para la psicóloga Laura Jurkowski, especialista en adicción a la tecnología, este escenario termina retroalimentando el fuego. “A la gente siempre le gusta meterse en la vida privada de las celebrities y hoy eso se potencia por el aburrimiento que tiene”, afirma. Regis cree que llegan a aburrir porque lo que muestran no es un contenido valioso. “Seguir exhibiendo tanto esa intimidad hace que la gente les pierda el respeto, si bien es algo que ya venía pasando, ahora los ven en calzones o en pijama y les dicen lo que piensan: entre la impunidad de las redes y la envidia que puede producir el 'estoy pasándola acá tan mal, en mi casa de 70 habitaciones…', la gente se desata en sus comentarios”, dice.
Bien lo sabe Susana Giménez a quien le explotó en la cara la granada de desaprobación cuando se supo que tomó un avión privado y se fue de la Argentina “a respirar aire puro” y pasar la cuarentena en su casa de Punta del Este, donde no rige el confinamiento.
En contexto. Alina Mazzaferro es doctora en Ciencias Sociales y autora de “La cultura de la celebridad” (Eudeba). Ella muestra la película de la foto de hoy y explica que, si bien hace décadas que la fama conlleva el exponer la privacidad, están dándose quiebres interesantes. “Cuando la televisión se convirtió en un medio hegemónico de masas, a fines de los '60 y principios de los '70, se empezó a conformar lo que se llama 'la cultura de la celebridad' donde la fama ya no está tan asociada al talento o a la formación sino que se convierte en un valor ubicuo, es decir, en un valor vacío de contenido, por lo tanto cualquiera puede ser famoso. Por otro lado, comenzaron a regir nuevas reglas en el campo del espectáculo y entre ellas apareció el exhibir la privacidad: el famoso debía mostrar su mundo privado frente a la cámara o el reportaje y narrar lo que pasaba en su mundo íntimo”, explica. El punto es que antes de la cuarentena, todavía transitaban por los espacios públicos, como la televisión, y si bien contaban sobre su mundo privado en las redes sociales, aún estaba en alguna medida preservado y diferenciado el ámbito público/laboral del ámbito privado/familiar. “Hoy el proceso de fusión (o confusión) que existía entre lo privado y lo público, se pronuncia todavía más y llega al extremo. Es la domesticidad convertida en espectáculo. Al mismo tiempo, se produce contenido propio del espectáculo, como el Quilmes Rock o algunos programas de TV, pero desde la privacidad de la casa”, sostiene.
La hilacha. Otro de los factores que se ponen en juego tiene que ver con la abstinencia de exposición, porque el circuito productivo y artístico quedó en stand by y hay que seguir moviendo la rueda, tanto económica como emocional. “Desde el punto de vista narcisista, la gente de los medios está muy acostumbrada a la retroalimentación y al reconocimiento. Por eso muchos necesitan seguir produciendo en las redes sociales para continuar vigentes y también porque ellos se alimentan de esto”, dice Jurkowski. “La cuestión es que son pocos los que pueden hacer algo por su cuenta sin una estructura de guionistas, edición, libreto o fotógrafos”, agrega Regis. Desnudos de artificios, es más fácil que el lado B de la intimidad corra de un codazo al glamour. Entonces se lo ve al hasta entonces siempre carismático Michael Bubblé en gestos intempestivos e incomprensibles hacia la dulce Luisana Lopilato y, como un bumerang, las redes sociales empiezan a cuestionar el vínculo y a señalarlo de violento. O se viraliza una Meryl Streep en bata y tomando del pico de la botella. Para Jurkowski, aunque a algunos se les escapen algunas cosas y se expongan sin darse cuenta, mostrarse humanos no les quita seguidores sino lo contrario. “Son descuidos técnicos producto de hacer vivos desde tu casa y pensar: 'Nos ponemos acá y hablamos de algo…', pero no es tan fácil ni hay vuelta atrás. Además tener seguidores no significa conseguir aprobación per se, también te siguen los que se espantan”, opina Regis.
Al faltar la mediación de la industria, son los famosos frente al celular y con su casa como única escenografía. No se ve solo lo que hacen o dicen sino lo que los rodea, la lupa está puesta en las cosas de entrecasa. Así aparece la desilusión porque Madonna tenga un baño tan “poco pop”, la risa por la mesa llena de botellas de alcohol que se veía en las primeras salidas desde su casa de Jorge Rial en Intrusos –y que después trocó por un par de banquitos- o las uñas con el esmalte picado de Jimena Barón, un detalle en el que repararon sus seguidores a pesar de que se la veía desnuda y en pose sexy.
¿Hay retorno? ¿Cuál será la nueva normalidad en el vínculo famosos-público? Jurkowski sostiene que la empatía e identificación que genera el verlos tan acuarentenados como al resto, en vez de ponerlos en cuestión, les da continuidad. Claudio Regis advierte que las redes sociales son un medio propio y que hay que ser inteligentes y responsable de qué cosas se ofrecen a los seguidores: “Si no tenés nada para decir, ¡no digas nada!”. Para Mazzaferro, este es un momento de cambio porque las plataformas virtuales empiezan a configurarse como espacios privilegiados de los discursos de la celebridad: “Podríamos decir que la cultura de la celebridad ya no es un fenómeno sostenido principalmente por y desde la televisión. Me parece que ese es el punto de inflexión, que está cambiando por las circunstancias en las que nos puso la cuarentena y los discursos que difunden son discursos de la privacidad, de la domesticidad y empiezan a ser predominantes en esto de la configuración de la fama. Lo privado se vuelve espectáculo como nunca antes”.
En esta transformación probablemente haya quienes queden afuera y quienes se coticen a un mayor precio en el mercado de la fama. “Con la llegada de la TV, hubo una reconversión del star system: muchas estrellas del cine y de la radio quedaron en el camino, aparecieron nuevas celebridades y otras se adaptaron en nuevos lugares, como fue el caso de Mirtha Legrand que dejó su halo de estrella cinematográfica para pasar a ser la principal conductora de la televisión y estar al frente de un programa que servía de trampolín y revalidación de la fama de sus invitados. Creo que ahora podría haber una transformación, al tener más peso las redes sociales y otras plataformas virtuales y, por lo tanto, las grandes figuras de la televisión, o algunas de ellas, podrían llegar a quedar en el camino”, concluye Mazzaferro.
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