Son 66 los femicidios cometidos en lo que va del año 2021. La frecuencia aumenta en forma alarmante y ya podemos hablar de un asesinato por día, un lapso que achicó la pandemia y que amenaza con acortar aún más la incapacidad de las fuerzas de seguridad y la justicia para proteger a las víctimas.
La cifra surge de las investigaciones que realiza el Observatorio “Lucía Pérez”, uno de los últimos en crearse (gestionado por Lavaca.org). El nombre es un homenaje a la chica que en 2016, fue asesinada brutalmente en Mar del Plata y cuyos familiares aún hoy reclaman justicia.
Una de las características diferenciales de este Observatorio es que sus padrones consignan una información básica de cada caso, poniéndole nombre, lugar y circunstancias al frío dato que brindan los números. Porque las cifras no tienen el impacto de los rostros y, paradójicamente, ocultan las circunstancias únicas de cada crimen. Como expresa el escritor israelí Yishai Sarid, a propósito del Holocausto, “las millones de vidas que se destruyeron en los campos de exterminio eran gente que tenía familias, amigos, profesión, amores. Tenemos que contar sus historias individuales”.
Los números no pueden tapar el relato de las vidas y las muertes que hicieron de esas mujeres únicas, el testimonio urgente de un reclamo que ni las buenas intenciones de los gobiernos, ni los discursos, ni las consignas, ni las campañas de marketing, logran todavía controlar. Lejos de ponerles fin, los femicidios crecen, son la pandemia de todos los días, para la que parece no haber remedio, ni antídoto, ni solución.
La agenda de las mujeres
Los femicidios son la cuenta pendiente en una agenda, la feminista, que ha conseguido logros impensados. Primero y principal, el aborto, que a pesar de las posiciones en contra, es una conquista fundamental para proteger la salud y la autonomía de las mujeres.
Sin embargo, el gobierno nacional que supo lograr la aprobación de la ley y poner en primer plano las cuestiones de género, no logra llevar adelante acciones concretas y mancomunadas, en todos los estratos involucrados y a nivel federal, para detener los femicidios. Denuncias inútiles, perimetrales que no sirven para nada, botones de pánico que no llegan. Se acabó el tiempo de las mesas redondas y la creación de secretarías. Las acciones tienen que ser precisas y rápidas e involucrar a todos. Las mujeres lo están exigiendo.
Otra tema en agenda muy importante, es lograr la total inserción femenina en el mundo laboral con igualdad de oportunidades. Las mismas empresas, plataformas, medios y editoriales que nos bombardean con productos y contenidos con perspectiva de género, no logran sentar en sus mesas directivas a la proporción de mujeres que su imagen inclusiva (hacia afuera) podría hacer sospechar.
En este estado de cosas, cualquier proclama o acción suena a oportunismo y desgasta los términos de un discurso que necesita el compromiso de todos para conseguir dejar atrás la desigualdad.
En cuanto a las producciones culturales y a los medios, hoy la cuestión ya no es cómo lograr poner en primer plano los contenidos que involucran a las mujeres, sino más bien, de qué modo expresarlos para no revictimizar, tergiversar o vulgarizar. Existe el oportunismo, pero también las buenas intenciones, aún cuando estas no logren dar en el blanco en el modo de expresar su solidaridad. Como ejemplo, sirve la tapa que hizo días atrás la revista Gente, en la que Florencia Peña aparecía casi sin maquillaje, con una luz lúgubre sobre el rostro y los nombres de las mujeres asesinadas escritos sobre la piel. “Pornografía del dolor” lo definió Pagina12, en un artículo de Liliana Viola; resaltando lo desacertado de la producción y el error ideológico de presumir que las mujeres solo estamos “para el cachetazo”.
Este tipo de discusiones son las que todavía debemos dar, entendiendo que cuando la defensa de las mujeres es un producto más del mercado, no hay mensaje que resista la minimización de sus contenidos.
De la indiferencia y del marketing debe defenderse una lucha que ya es una revolución y que ha conseguido conquistas no imaginadas solo una década atrás.
Pero también debe protegerse del anacronismo, la cultura de la cancelación, del puritanismo de nuevo cuño y de cualquier actitud extrema que apunte más a la ignorancia que a la comprensión.
Porque en este camino estamos todos, hombres y mujeres, aprendiendo a vivir y comunicarnos en un mundo que ha puesto en suspenso todo lo que aprendimos hasta ahora. Esta revolución no tiene marcha atrás y, además, recién empieza.
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