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CULTURA | 09-07-2021 00:59

Carlota Joaquina: la “casi” reina de Argentina

Hubo proyectos serios para declararla Reina del Virreinato. Quiénes la apoyaron. Perfil de una mujer ambiciosa.

El 9 de Julio se celebra la Declaración de Independencia, llevada a cabo en 1816 por algunas de las más ilustres figuras de nuestro panteón histórico nacional. La Revolución iniciará un camino turbulento y lleno de disputas internas que terminarían convirtiendo al Virreinato del Río de la Plata en una República. Sin embargo, poco se sabe que este país tuvo varios proyectos de volverse monarquía antes de tomar el camino republicano, y uno de esos proyectos tuvo a una mujer como protagonista: Carlota Joaquina de Borbón, hermana mayor del rey Fernando VII de España.

Carlota, la reina que no fué. Carlota Joaquina Teresa Cayetana de Borbón y Borbón, nació en Aranjuez en 1775. Sus padres, Carlos IV y María Luisa de Parma, la unen en matrimonio con Juan de Braganza, príncipe de Portugal, con tan solo diez años de edad. La niña Carlota se trasladará entonces a la Corte portuguesa para unirse a un hombre con quien jamás logrará tener una relación armónica, y nunca más volverá a pisar suelo español.

Apenas llegada al Palacio de Lisboa, su legitimidad fue cuestionada por sus miembros, quienes creían que la Infanta era débil, enfermiza y que no podía traer hijos al mundo, razón por lo que había que anular su matrimonio con Juan, aunque esto finalmente no sucedió. “¡Era una niña de diez años! Era obvio que no podía traer niños al mundo. El comportamiento de Carlota cuando llega al palacio de Lisboa es de una niña, jugaba, hasta la madre de Juan la trata como una niña porque eso es lo que era”, explica Marcela Ternavasio, historiadora argentina y autora de Candidata a la corona: La infanta Carlota Joaquina en el laberinto de las revoluciones hispanoamericanas. La historia demostraría el error de los críticos de Carlota: no sólo tuvo hijos, sino que tuvo nueve. Entre ellos Pedro, su primogénito, quien llegaría a ser rey constitucional de Brasil, y Miguel, soberano de Portugal luego de la Restauración Absolutista.

En 1788 Juan se convierte en sucesor a la corona,  tras morir su hermano José Francisco. Carlota se vuelve entonces princesa-consorte-regente de Portugal. La mala relación de Carlota con su marido no será simplemente un problema conyugal, sino político. No solo la convivencia es mala, sino que Juan es un soberano errático. “La interpretación que yo hago de las cartas de la época es que Juan era depresivo. Las descripciones que se hacen del estado mental de Juan son las de un tipo que se quedaba todo el día tirado en la cama, y en sus cartas a su madre Carlota manifiesta que no sabe qué hacer con su marido”, cuenta Ternavasio. Vale decir que Carlota no es precisamente una mujer pasiva: varias veces busca intervenir en los asuntos de la Corte, acostumbrada a las maneras de su su país natal, donde las mujeres reales tienen una fuerte incidencia. Esta situación lleva a parte de la nobleza portuguesa a ofrecerle a Carlota complotar contra Juan. En secreto le ofrecen a Carlota deponer a Juan y volverla reina de Portugal, declarando al rey inhábil para gobernar. Este complot es descubierto por Juan, quien toma represalias contra los conspiradores, excepto contra su esposa, ya que esto hubiera constituido un escándalo de grandes proporciones. Sin embargo, a partir de este hecho el matrimonio no compondrá nunca su relación.

En Mayo de 1808 Napoleón invade Portugal, y más tarde también España. Fruto de esta invasión se producirán las Abdicaciones de Bayona, momento en que Fernando VII y su padre Carlos IV renunciarán a la corona en favor de Napoleón, un hecho inédito en la historia de las monarquías europeas y que enciende la llama del proceso Revolucionario del Virreinato del Río de la Plata. Carlota se ve obligada a huir junto a Juan a Brasil para escapar de la invasión, convirtiéndose así en la única representante de la corona española que quede en libertad, y por tanto, la única con el derecho de reclamar tanto la corona de España como la égida sobre los territorios americanos.

Una vez arribados a Brasil, el matrimonio real se divide aún más: comienzan a dormir en palacios separados: Carlota en el Palacio de Botafogo con sus hijas mujeres y Juan en el Palacio de San Cristóbal. En esa convivencia separada cada uno de los cónyuges formará su propia corte, y desde la corte de Carlota se sucederán las múltiples intrigas y complots que caracterizaron su vida. Mediante acciones diplomáticas, llevadas a cabo a través de sus agentes, Carlota mueve hilos para intentar por todos los medios que se le reconozca como la única capaz de ocupar el trono de España y el control sobre las colonias. Al menos hasta la vuelta -incierta, por otro lado- de su hermano Fernando.

Buena parte de la corte portuguesa no quería que Carlota fuera quien reclamara los territorios americanos. “Preferían a un primo de Carlota que era Braganza-Borbón, sencillamente porque ella era bastante indomable y tenía grandes ambiciones de poder”, explica Ternavasio. Además, en Portugal regía la Ley Sálica, que excluía a las mujeres de heredar el trono. Carlota Joaquina conseguiría más tarde reformar esta ley, pero no logrará los apoyos políticos para ser declarada sucesora del trono de Portugal, ni tampoco logrará nunca ser reconocida como sucesora por España.

Pero todo esto no detuvo a la ambiciosa Carlota, cuya figura se convierte en una posible respuesta para la elite revolucionaria porteña que se plantea una pregunta: Si Fernando VII está preso, ¿quién debe mandar ahora en el Virreinato?

 

El carlotismo. Es sabida la respuesta que se dio finalmente: la Argentina terminaría convirtiéndose en una República independiente. Sin embargo hay que entender que la idea de “república” era muy nueva en el mundo: solo se conocía el caso exitoso de la Independencia Estadounidense, y este tenía aún pocos años de vida. En un primer momento, la élite porteña ilustrada fantasea con la idea de instalar una monarquía constitucional, cuyo modelo era la monarquía parlamentaria inglesa, y de esa forma poner límites al poder central de la corona española aunque sin independizarse definitivamente. “Querían resguardarse bajo la legitimidad de la monarquía, porque creían en ella, y Belgrano va a seguir creyendo en la monarquía constitucional hasta el final de sus días”, dice Ternavasio.

La élite intelectual porteña confiaba (tal vez, ingenuamente) que Carlota Joaquina podía llegar a ser una figura maleable, y que ellos, como élite ilustrada, tal vez podían aconsejar a la posible regente.

El apoyo de dicha élite al proyecto de coronar a Carlota Joaquina en Buenos Aires va a durar de 1808 al 25 de Mayo de 1810, fecha en que se forma la Primera Junta. Manuel Belgrano, Juan José Castelli, Nicolás Rodriguez Peña e Hipólito Vieytes serán, entre otros, entusiastas partidarios de esta idea. No así figuras como Mariano Moreno, quien nunca adherirá a la idea de monarquía constitucional e incluso hará lobby para desarticularla.

Finalmente el plan de Carlota Joaquina no funciona: las autoridades de Buenos Aires no veían con buenos ojos la cercanía de Carlota con la corona portuguesa, lo cual hacía desconfiar a los revolucionarios. Si bien no habían decidido aún terminar definitivamente con la obediencia a la Corona de España, estaban seguros de no querer adherirse a la Corona de Portugal.

En estos años de revolución se sucederán muchos proyectos de establecer una monarquía constitucional en el Río de la Plata, entre ellos el llamado Plan Inca de Belgrano. El mismo consistía en poner como monarca regente a un descendiente de una dinastía autóctona con ascendencia Inca. Pero la revolución tomará un fuerte rumbo republicano, luego del cual no solo ya no se tomará en cuenta la posibilidad de instalar un rey, sino que se generará un fuerte rechazo al concepto de monarquía y a sus símbolos. Luego de eso, nunca más se planteará seriamente el proyecto de monarquía parlamentaria, al menos públicamente.

 

Carlota Joaquina: una mujer real. Carlota era mujer, y la cuestión del género jugó un papel importante en el mito que dejó: el de una conspiradora maquiavélica, ambiciosa de poder, adepta a complots e intrigas palaciegas. “La leyenda negra sobre Carlota Joaquina, en gran parte construida por los liberales portugueses, tenía un pie en la realidad. Carlota tenía grandes ambiciones de poder y estaba acostumbrada a ver a su madre, a sus abuelas y antecesoras, que eran escuchadas dentro del consejo de la corte española. Pero la monarquía portuguesa no le da este lugar”, explica Ternavasio.  Es importante tener en cuenta que en España, a diferencia de Portugal, no regía la Ley Sálica, y las mujeres podían heredar el trono en la línea de sucesión. “Todos los manifiestos a favor y en contra de Carlota tienen tópicos misóginos. Los carlotistas absolutistas también adscriben al perfil de mujer de la época: la cuestión de género en este contexto es paradojal. Las mujeres dinásticas tienen un papel fundamental porque tienen lo que no tiene ninguna otra mujer que es sangre real. Se juega la paradoja de ser aún más prisioneras de la cuestión de género pero a la vez les da un margen de acción política que no tiene nadie”, explica la historiadora.

La Arpía de Quelutz. En 1814 Fernando VII logra regresar por fin al trono de España, y eso marca el fin de los sueños de grandeza de Carlota. “A partir de 1814 ella se convierte en un instrumento fundamental de apoyo contrarrevolucionario a los planes españolistas de reconquista de los territorios americanos”, explica Ternavasio. Pero los problemas de Carlota no terminaban ahí. En 1820 estalla la Revolución Liberal Portuguesa en Oporto, y la familia real se ve obligada a regresar a Portugal.

Ya de nuevo en el país europeo, los liberales le imponen a Juan aceptar una constitución que limitará el poder de los reyes. Juan acepta la Constitución, pero no así Carlota, quien se convierte en el único miembro de la familia real que no suscribe a los nuevos términos constitucionales, y en la defensora más acérrima y explícita del absolutismo monárquico. Debido a esto es recluida en el Palacio de Quelutz y se hace acreedora del apodo “la arpía de Quelutz”.

En 1826, Juan muere misteriosamente. No faltan las versiones de que fue envenenado por Carlota en una conspiración para sacarlo de en medio de sus planes.

Carlota termina sus días de complots en el Palacio de Quelutz, recluida y padeciendo cáncer de útero. Los planes de la intrépida monarca portuguesa no resultaron exactamente como ella esperaba, pero siempre será recordada como la mujer que casi logra ser no solo reina de España, sino también de la Argentina.

*Tomás Rodríguez es alumno de la Escuela de Comunicación de Perfil.

 

por Tomás Rodríguez

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