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CULTURA | 28-07-2021 18:08

César Aira. Una lectura de “La ola que lee”

El libro reúne los textos críticos del escritor, publicados a lo largo de su vida. Por qué este volumen ya es un clásico.

Es probable que la principal virtud del hecho de escribir radique en que necesariamente se escribe contra algo (o contra alguien); es decir, se parte de un pretexto para articular un nuevo texto. Gestada como voluntad negativa, exponer filiaciones y rechazos ayuda a darse una idea de los contornos y paisajes dibujados por determinadas sensibilidades, territorio que se vuelve una visita obligada si quien escribe es César Aira, perteneciente a una extirpe animal en vías de extinción: la de los artistas envenenados por la mejor literatura, que si bien no es tan escasa como parece, suele ser de suyo esquiva.

Ejercicio sofisticado de reflexión e inconformidad, los artículos, ensayos y reseñas contenidos en “La ola que lee” editados y prologados por María Belén Rivero permiten calibrar las atribuciones de Aira como ensayista, quien ejerce al mismo tiempo la ironía y la inteligencia, siempre desde la mirada de un lector atento a sus fobias. Esas fobias,miradas con honestidad, no pueden sino embromar a cualquier temperamento interesado en la literatura y sus complicados, conflictivos y vulgares ecosistemas: “constituirse en importante es la condición para que un escritor pase al dominio público en el sentido amplio…Lo malo es que un escritor importante deja de ser un escritor, para transformarse en un funcionario del sentido común”. Una enfermedad recurrente (aunque cada vez menos) en la tradición latinoamericana, donde las figura del escritor/intelectual jugó un papel formativo, arquetipo reacio a morir en tradiciones más bien conservadoras, como la mexicana.

El tomo se encuentra articulado por décadas desde 1981 hasta 2010, lo que permite ver la constancia de un lector conspicuo que se transforma más bien poco a lo largo del tiempo: la contundencia de sus juicios y la certeza de sus opiniones no desmerecen nunca, por el contrario, se afirman en sus apuestas, conocidas para quienes frecuentan sus libros: “no creo que la literatura tenga ninguna importancia en la vida de la sociedad. Es el juego de una muy minúscula minoría, como la de los filatelistas o los ajedrecistas, por lo cual la sociedad no se preocupa ni poco ni mucho, y lo bien que hace. Que entre nosotros los escritores haya quienes crean estar cumpliendo vitales funciones sociales es apenas una fantasía más en nuestro sistema de sueños”.

El hondo placer de un libro como éste radica prácticamente en la glosa, puesto que buena parte de sus juicios se ofrecen para un meticuloso subrayado: “la literatura es algo incomprensible. Eso es absoluto. Pero no se trata de un incomprensible hermético, esotérico, o en general 'fino'. Lo incomprensible debe ser el escritor, no la obra. Incomprensible por no ajustarse a la etiqueta social del lenguaje, como un payaso en un velorio. Y sobre todo, incomprensible no para los demás, sino para uno mismo”.

Es necesario señalar que los textos fueron escritos para publicaciones periódicas, lo que sin embargo, lejos de afectar una idea de conjunto, los fortalece como vértebras de un mismo esqueleto, siempre con filón crítico agudo, como cuando reprocha la profunda ignorancia de los escritores argentinos respecto de la literatura brasileña, que opone a la rigidez hispánica “una retórica, de raíz literaria, basada en las transformaciones, maleable, mestiza, con sutilezas imperiales, africanas, orientales, cortesanas, indígenas, europeas” (para Aira, Borges habría aprendido más de los poderes de una literatura menor leyendo a Machado de Assis que a Henry James).

La frescura y vigencia de sus textos es absoluta, con alturas, como en las mejores de sus novelas, de un humanismo luminoso: “por eso leemos. Nunca llegaremos a saber exactamente qué fue lo que pasó, pero sí podemos ver los paisajes maravillosos en los que se creó el mundo, y los vemos envueltos en las nieblas irisadas de nuestro error. Esa distancia en la que se extiende la mirada es el país del lector”.

Maceradas y fecundas, las páginas de “La ola que lee” dejan ver a un Aira dueño de todos sus dominios, alguien que ha recorrido el camino largo en el amplio océano del lenguaje y en el que cada artículo se lee como una pieza irresistible, informada o seductora. A título personal, con este libro he encontrado la figurita de Aira que tanto tiempo me estuvo faltando.

 

Rafael Tóriz es periodista y escritor.

por Rafael Tóriz

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