El proyecto fue cocinándose a fuego lento durante veinte años. Justo en el momento de salir a la luz, quedó atascado en medio de la pandemia. Con la cuarentena cortándole el paso a la fiesta, apareció una idea superadora: una inauguración virtual. Así, por redes sociales, el 24 de junio abrió sus puertas la nueva sede de la Fundación Andreani. “Teníamos todo organizado, dos muestras maravillosas, las invitaciones cursadas y, cuatro días antes de abrir, tuvimos que cerrar. Pero se nos encendió la lamparita, porque la creatividad empieza a partir de los límites”, dice su creadora, María Rosa Peralta de Andreani. Con un video realizado por la productora El Pampero Cine, se llevó adelante la apertura oficial del edificio erguido en el Distrito de las Artes, en La Boca -más exactamente en la Vuelta de Rocha- un proyecto ideado en 2009 por el reconocido arquitecto Clorindo Testa.
En el canal de YouTube de la Fundación, se pueden ver las dos muestras preparadas para el debut. La primera es “Conocer un mundo”, una narración fotográfica de Gian Paolo Minelli donde se asiste a la transformación del antiguo edificio, su demolición y la nueva construcción. La segunda muestra exhibe tres obras de Mariano Sardón y Mariano Sigman que combinan arte, tecnología y ciencia: “Inflable” es una instalación interactiva en la que hay que atravesar una sala sorteando grandes globos transparentes, mientras se desencadena una cascada de risas en el ambiente. “Deep Unlearning” está concebida desde la neurociencia y articulada por robots, sensores y algoritmos de inteligencia artificial que interactúan con el público para que emule gestos de bebés. “La sala de los retratos” son pantallas que exhiben en loop retratos tomados con cámaras de alta velocidad que captan los gestos mínimos y expresan emociones.
No es la primera vez que Peralta de Andreani se enfrenta al callejón sin salida y sale por arriba. Durante la debacle de 2001, nació el posgrado en Logística que luego se transformó en una licenciatura (en convenio con la UTN). “También ahí nos impulsó la crisis. Hay que buscarle la vuelta y mirar el lado positivo. Creo que la vida es eso: buscarle la vuelta”. Una definición que también aplica al arte: buscarle la vuelta a la abrumadora cotidianeidad, encontrar profundidad y espesura hasta en lo más trivial. “Clorindo dijo: 'Esto tiene que ser una casa viva', y yo tomé ese concepto. ¿Qué quiere decir eso? Que tenemos que hacer diferentes actividades, con las distintas disciplinas del arte, daremos cursos y nos apoyaremos en la tecnología y en la ciencia para ir creciendo hacia dónde va el mundo”, afirma.
Aprovechar recursos. En el año 2000 la Fundación empezó a buscar un espacio donde establecer su sede. Al ver el viejo edificio sobre la calle Pedro de Mendoza al 1900 quedaron convencidos de que ese era el lugar. La Boca conserva la historia de la inmigración, el aire italianizado, los colores de Quinquela. Los conventillos bien saben que la creatividad nace de los límites: están hechos a partir de las chapas y de la pintura sobrante de las embarcaciones y construidos sobre pilotes para esquivar la inundación. Son ejemplo de sustentabilidad espontánea. En este edificio se usaron materiales locales y simples, pero se tomó la precaución de hacer paneles de aislación lo suficientemente sólidos como para evitar pérdidas de frío y de calor y depender lo mínimo posible de los aires acondicionados
. “Hacemos un gran foco en aportar a la sustentabilidad y al cuidado ambiental. Tenemos disposiciones rigurosas en torno a eso y tratamos de aplicarlo en los edificios que hacemos, en este caso la sede de la fundación, al igual que aggiornar los ya existentes”, explica Carlos Santa Cruz, arquitecto del Grupo Logístico Andreani.
Con la recesión de 2001 el proyecto quedó pospuesto. La sorpresa fue que el viejo edificio había sido un astillero, el taller de varios artistas –entre ellos, de Rómulo Macció- y hasta una taberna. Pensaron alternativas para reciclar la edificación e incluso hicieron estudios para restaurarla. Después de algunas conversaciones, en 2005, fueron a ver a Clorindo Testa para que comenzara con el anteproyecto. “En cuanto nos recibió, ya tenía listo todo y nos dijo muy firmemente lo que quería hacer”, recuerda Santa Cruz. Años después, Testa se encargó del proyecto para la presentación municipal y falleció al poco tiempo de terminar la documentación (en abril de 2013).
Con sello de autor. Originalmente, el edificio tenía uno 500 metros cuadrados y el gobierno porteño permitía construir apenas unos metros más. Pero Testa no preguntó cuánto le dejaban hacer sino que dijo: “Voy a hacer esto” y se lo aprobaron. Terminaron siendo unos mil metros cuadrados que respetan las reglamentaciones. Santa Cruz describe el edificio con dos espacios arquitectónicos realmente interesantes: El primero que, conservando la fachada, se armó un patio que reconceptualiza el espacio del conventillo y levantó el edificio detrás que, a su vez, se armó con una fachada de chapa ondulada y se trabajó en falsa escuadra, fiel al estilo de los conventillos originales. El segundo gesto arquitectónico está en el patio de aire y luz, que tiene también las fachadas interiores en falsa escuadra y se va abriendo desde la planta baja en cada piso un poco más. “Si lo ves desde abajo tiene un movimiento como de abanico que es de una calidad espacial increíble”, explica Santa Cruz.
Con gran plasticidad funcional, los salones impactan por su simpleza. Las cuatro plantas están preparadas para hacer exposiciones y tienen una iluminación museística. Las aberturas redondas, triangulares y cuadradas le dan marco a las vistas de distintos puntos del barrio. Empujados por el confinamiento, la agenda on line incluye además de las dos muestras, el ciclo de residencias de cinco artistas que a partir del 13 de julio producirán materiales desde sus casas –Sofia Medici, Mariano Giraud, Constanza Feldman, Agustín Mendilaharzu y Lux Lindner.
El Riachuelo es testigo de que veinte años es mucho y de que un mal trago terminó convertido en una experiencia innovadora y audaz.
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