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CULTURA | 06-03-2020 18:15

Mildred Burton. Por qué es una artista de culto

Una muestra y un libro recorren la obra fantástica y cruel de esta la creadora que fascina a las nuevas generaciones.

La talentosa y audaz Mildred Burton creó un mundo artístico de leyenda y libertad, con una imaginería fantástica y detalles salvajes, sagaces asociaciones y ocasionales apropiaciones. Lo real maravilloso se halla, mayormente, en todo su trabajo de apariencia tan sosegada como siniestra; Burton nunca se reconoció como surrealista. Esos rasgos pueden verse en la muestra “Mildred Burton: Fauna del país”, en el Museo Moderno. Allí, por caso, “Guanaconda con Leo” (1989), cita a la inolvidable Gioconda de Leonardo Da Vinci, con lagartija pintada en el pecho y garra de reptil en vez de mano, encuadrada con los diseños geométricos que Burton entonces cultivaba. La exposición es protagonizada por imágenes de animales, personas, objetos, y más, en pinturas, dibujos, grabados, como uno de los realizados por Burton para ilustrar “El último Zelofonte”, de Luisa Mercedes Levinson.

Con alrededor de 25 piezas, es una apretada y lograda síntesis de su obra –con  diversos estilos y géneros– curada por Marcos Kramer, que eligió ambientar la exposición como si fuera un living, con un clásico empapelado inglés con flores, desgarrado. En la mesa, puso la pintura “Ninforucita y el lobo” (1969), en la que ya asomaba la tendencia a incorporar a su trabajo lo absurdo e imprevisible, una mordaz ingenuidad y un inminente peligro. Niña y lobo remiten claramente al cuento de “Caperucita roja”. Crueldad e inocencia también en uno de los dibujos exhibidos de la serie “De la Burguesía” (1972); el prolijo niño parece ajeno a su revulsiva presencia; con cuidado libro publicado por el Museo.

Ese ánimo de juego y corrosivo humor, dolor y tragedia –que atraviesa toda su obra– sigue siendo celebrado tanto como la exquisita ejecución de las piezas. Esa dicotomía, entre dulzura y malicia se encuentra en “La indiferencia de Blonda Bug”, (1981); dos bichos (bugs) del diseño del estampado del vestido de una niña saltan hacia su cara, sobrevolándola. En cambio, su madre fue amorosa y reiteradamente homenajeada por ella en varias pinturas de igual nombre: “Barroco homenaje a mi madre”, aquí versión 1982 con toques Art Noveau. El tema materno aparece, de manera opuesta, en “La madre del torturador” (1980), ésta luce un cuello alto bordado con una cadena de oro de la que cuelga el extremo de un dedo engarzado a manera de dije (el torturador se lo llevó de regalo); es una de las tapas (hay dos) de “Mildred Burton” (“Atormentada y mordaz”, texto Victoria Verlichak, Buenos Aires, Manuela López Anaya Ediciones, 2019). Esta pintura es continuación de “El hijo del torturador” (1974), pintado durante la violencia política de principios de los ‘70. El tema familiar y político vuelve a aflorar en muchas otras obras y series, como el tríptico, “La familia del sentenciado”.

Leyenda. Mildred no esperó a que las futuras generaciones alimentaran su mito, lo hizo ella misma y, en estos tiempos líquidos, éste sigue creciendo entre los más jóvenes. Las narraciones sazonadas con colosales dosis de fantasía se convierten en historias novelescas que, como en su caso, otorgan un valor superlativo a la gris cotidianeidad, transforman en épicos los aspectos corrientes de la vida, haciéndola más soportable. Actualmente, incluso, en galería Pasto, el correntino Alberto Ybarra suma a Burton a su diálogo en “La mirada re-vuelta”, en donde examina los clásicos, con curaduría de Ana Battistozzi. Mildred estaría contenta porque, al fin del día, no tuvo un sólido grupo de pertenencia.

Pero, si bien solía divertir a propios y ajenos con los disparates que a menudo verbalizaba, ni en sus mayores delirios parece haber descuidado el control de su propio relato, la construcción de su mito personal. Internet la sigue amando; se repiten allí todo tipo de inexactitudes (alimentadas por ella) y que la investigación de esta autora no ha podido erradicar.

Nacida en Paraná como Mildred Ethel Azcoaga Burton, con fecha de nacimiento imprecisa (las 5 fechas probables van de 1923 a 1942), falleció en Buenos Aires en 2008. Creadora de refinado oficio y desbordante fantasía, canalizó su extrema sensibilidad a través de su extensa y premiada obra, que trasunta desasosiego y gracioso ingenio, presentada durante su vida en más de 500 exhibiciones con imaginería variopinta: realistas con reminiscencias europeas y entonaciones kitsch, frutas y jarros animados, con ofidios y dragones con acentos precolombinos y atributos geométricos, y tanto más.

En la Estación Dorrego de la línea B de subterráneos puede verse un mural cerámico de 1991 emplazado en el andén. El tema elegido no fue azaroso, Burton tenía posición tomada ante lo que ahora se denomina “violencia de género”. La pieza fue pensada para recordar a las víctimas: “A tres niñas argentinas inmoladas: Gimena Hernández, Nair Mostafá y María Soledad Morales”.

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Victoria Verlichak

Victoria Verlichak

Crítica de arte.

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