“Ser la ex pareja de una persona famosa, más que un estado civil es una identidad para toda la vida”, dice un personaje del último libro de Mónica Müller, “Nada es para siempre” (Planeta), que esta semana llegará a las librerías. La frase adquiere especial sentido cuando nos enteramos de que la escritora fue la mujer de Horacio Verbitsky durante 25 años y que la expresión tiene inevitables ecos autobiográficos.
En rigor de verdad, la asociación con su ex marido no le hace ninguna justicia, porque Müller tiene credenciales suficientes como para brillar con luz propia. Durante muchos años fue una exitosa publicista, al mismo tiempo que estudiaba Medicina, carrera en la que finalmente se recibió y ejerce en la actualidad. También ha escrito cuatro libros de ficción y dos de divulgación médica.
En “Nada es para siempre”, su último volumen de relatos, la primera persona se impone, en tres narraciones compuestas en un tono intimista y de una autorreferencialidad innegable. A la tercera narración, sobre todo, “Dice mi amiga mientras fuma”, que fue publicada parcialmente en el blog de Müller (viejossonlostrapos.blogspot.com) durante 2019; es imposible no asociarla con la historia personal de la autora, que se divorció de Verbitsky por esa época, aunque tanto en el blog como en el libro, no es ella sino una amiga la que se separa.
“Durante estos últimos meses mi amiga viene perfeccionando una teoría: la traición como mandato genético. Sostiene que el cromosoma Y lleva un gen aún no descripto que se activa a partir de los sesenta años y que además de provocar síntomas ostensibles como blandura generalizada, presbicia y calvicie, (…) produce un efecto psíquico que puede medirse con un transportador. (…) Ese gen reprimido comienza a activarse y transforma a los varones heterosexuales en seres patéticos propensos a obsesionarse con mujeres dos o tres décadas más jóvenes que ellos”, describe la recién separada con ironía.
Es cierto que ficción y realidad no deben confundirse, pero es imposible no imaginar un rastro de su propia historia en el humor elegante con el que Müller describe el momento mismo del desengaño: “fue literalmente en cinco minutos, después de veinticinco años de convivencia feliz, intensa y cómplice, cuando El Doctor le informó a sangre fría que desde tres años antes mantenía una relación con una joven colega de la que estaba 'perdidamente enamorado'”. El marido se queda perplejo cuando su mujer le explica que deben separarse y alega que él creía que los dos estaban de acuerdo en mantener una relación abierta. “¿Cómo? ¿Nos vamos a separar? ¿Pero por qué? —preguntó consternado aquella noche. No simulaba: era una consecuencia que no se le había ocurrido anticipar.¿Tanto te hace sufrir lo que te conté? —dijo con un asombro no fingido cuando la vio llorar lágrimas grandes como caireles. ¿Y mis camisas? ¿Quién las va a planchar? —fue su tercera pregunta”.
La descripción es desopilante, tamizada por datos tragicómicos, como el hecho de que la amante iba de visita a la casa del matrimonio y que además, se trataba de una feminista militante. “Cada vez que veas a una abanderada anti patriarcado con su pañuelo verde aborto y el puño en alto pensá que muy probablemente acaba de acostarse en secreto con el compañero de una hermana de género”, le explica su amiga, además de advertirle que la chica hizo carrera apoyada en los contactos que le brindó su ex y en el favor que le hizo al incluirla como coautora en una obra que escribió.
Muchos caerán en la tentación de leer entrelíneas, en estas páginas, los entretelones de una historia privada que tuvo muchos rumores y ninguna confirmación. Entre ellos, la supuesta relación del periodista con una funcionaria de primera línea, formada en materia de derechos humanos en instituciones que él transita.
Si algún rencor tuvo Müller contra Verbitsky (tan cuestionado después del “affaire del vacunatorio”), la ironía y el humor de “Nada es para siempre” (además de sus cualidades literarias) demuestran que lo peor ya se superó.
La mejor prueba de amistad está en el minucioso prólogo que la autora escribió para el libro “La música del Perro”, una antología de las columnas sobre música del periodista. “Hace un año y medio nuestras bandas de sonido tomaron trayectorias tan divergentes como las de los fragmentos de una estrella que muere (…) En mi cabeza sigue sonando, y espero que para siempre, toda la música que escuchamos juntos”.
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