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CULTURA | 23-05-2023 10:39

¿Somos el territorio de El Dorado con el que soñaron los conquistadores?

Esa pregunta intenta responder la nueva muestra de Fundación Proa, que exhibe obra de artistas de todo Latinoamérica.

La Fundación Proa abrió “El dorado. Un territorio”, la primera de una serie de muestras que conectan tres territorios y tres instituciones, que trabajaron las implicancias del mito de El Dorado durante casi dos años. Descripta por Graciela Sarti en 1990 como una “región de riquezas incalculables, cuya imagen surge del relato deformado de las ceremonias de los chibchas, en la laguna del rey Guatavita, que despliega luego en el imaginario de la mítica ciudad de Manoa”, aquella utopía que empujó la conquista de América, se consolidó como punto de partida para indagar sobre la supervivencia del mito, a lo largo de los siglos. Directores de las tres instituciones involucradas: Americas Society, Museo Amparo y Fundación Proa, a instancias de una idea de Adriana Rosenberg (Proa), se abocaron a profundizar una reflexión que se concreta en este primer proyecto, advirtiendo que la fuerza del mito permanece intacta, aunque también se traten otros activos más valorados hoy en día como el litio.

El Dorado en Fundación Proa

La génesis de El Dorado comenzó con un seminario coordinado por Edward Sullivan que abarcaba temas como sueños, comercio, codicia, viajes, cielo e infierno y donde algunos expertos invitados, abordaron las dimensiones del oro como metal, soporte o reliquia y atavío; mientras otros hicieron foco en las producciones de los artistas, como resonancias contemporáneas del mito. “El dorado. Un territorio” no es una exposición itinerante, sino que engloba relaciones entre imágenes, textos y obras que comienzan en La Boca en Fundación Proa Argentina y continuarán en México en el Museo Amparo de Puebla y luego en la sede de Americas Society en Nueva York. Si bien las tres instituciones estarán trabajando el mismo tema, las conclusiones y los artistas serán un material flexible, propuestos en cada caso como nuevos frentes abiertos a la interpretación de un tema polisémico y atemporal.

“Guerreros en cautiverio” de Betsabeé Romero

El recorrido de la muestra

En las diferentes salas de Fundación Proa, más de veinte artistas mapean un universo que hace foco en las materias primas y lo territorial, sumando una profusa lista de artistas latinoamericanos. Entre ellos no sólo hay trayectorias y generaciones diferentes, sino también abordajes particulares, de acuerdo al modo en que cada artista conjuga sus relaciones con esa materialidad y simbología. El oro, pero también la diversidad de sustancias valiosas que se encontraban en el continente ‒tomate, papa, cacao, cobre, etc.‒, dan una muestra sobre algunas metáforas vinculadas a los fenómenos de búsquedas – utópicas, comerciales, etc.– pero sobre todo un trabajo con materiales muy concretos y vigentes a nivel regional.

“El espejito dorado” de Clorindo Testa

Un primer grupo argumentativo da comienzo al recorrido a partir de la balsa, el viaje y el río asociados al espejismo y la fantasía, como tema, con obras emblemáticas de Víctor Grippo y Clorindo Testa. Carolina Caicedo inunda la sala con un video inmersivo que da cuenta de los hallazgos de pepitas de oro en el río Cauca; que se une a la promesa de un viaje en “Turismo/ El dorado”, a partir del despliegue del dibujo a tinta del limeño Fernando Bryce.

“Turismo - El Dorado”, de Fernando Bryce.

La sala contigua se carga de una intimidad muy especial donde el brillo es atenuado por un trabajo de iluminación que permite que deslumbren los monocromos dorados de Matías Goeritz. También están allí las estelas de la colombiana Olga de Amaral, hechas de lino, yeso, pintura acrílica dorada y pan de oro que penden del techo. En otra pared se luce el ensamblado de restos de piezas cotidianas que la paulista Leda Catunda organiza para luego colorearlas con brillo dorado. Estas obras conviven con piezas notables del Museo Fernández Blanco, donde destaca una capa pluvial maravillosamente bordada en hilos de oro, que resalta el valor simbólico que este color tiene para la iglesia, dando marco a todo aquello que destila luz y protección.

“El dorado II” de Leda Catunda

La instalación de mesa con tierras de todos los colores del continente americano ocupa un espacio potente en la obra de Teresa Pereda. Esta da paso a otras materialidades basadas en otros commodities de nuestro territorio. Está el caucho, presente en dos piezas muy sugerentes de la mexicana Betsabeé Romero, quien trabaja con gomas de camión reales a las que talla con motivos prehispánicos y luego dora a la hoja. Las hojas de coca tapizan un mapa invertido de Sudamérica, en la obra del boliviano Gastón Ugalde. El cacao que usa Santiago Montoya viene de su experiencia en la plantación familiar, en la región del Quindío, en Colombia. Él usa chocolate y hojilla de oro de 24 kilates para construir “Pirámide en chocolate”, 2023. También están las 750 moscas de Andrés Bedoya que se esparcen por la pared describiendo su amor por la platería artesanal y la cochinilla que utiliza Tania Candiani, para destacar el uso de ese parásito rojo que transformó el modo de producir el tinte. El cobre que usa la limeña Ximena Garrido-Lecca de manera delicada en sus ensambles une la madera con el metal en “Transmutaciones - Ensamblaje híbrido I”, de 2018.

“Sudamérica” de Gastón Ugalde

Los rostros que miran al espectador en una gigantografía del histórico fotógrafo peruano Martín Chambí, son de una familia de cosechadores (“Ezequiel Arce y su cosecha de papas”, 1922-28). En la misma sala los espectadores se topan con una singular pieza que navega entre dos tradiciones culturales: el elaborado refinamiento de una pieza de plata de mesa, con el uso de la hoja de coca para mascar en la “Caja coquera (Alto Perú)”, de fines siglo XVIII.

Caja coquera del Alto Perú, de fines del siglo XVIII

El maíz también tiene su despliegue en la muestra. Como oro vegetal, en la recreación de la performance de Marta Minujín “Pago de la deuda externa argentina a Andy Warhol”, de 1985, que puede verse en video o actualizarse mediante el uso de la escena montada para las selfies. También en el elote o choclo hecho de balas por el guatemalteco Benvenuto Chavajay Ixtetela que alude a la violencia en Colombia, Venezuela y Gautemala. Y en la pieza tejida esencialmente con chala seca, armada como cortina de la tucumana Evi Tártari, que se usa para proteger hábitats.

“Elote de balas” de Benvenuto Chavajay

La muestra cierra con una instalación que levita desde el techo en el final del recorrido. Se trata de piezas gofradas de Estela Pereda que toman la forma de amonites, esa subclase de moluscos cefalópodos que existieron en los mares desde hace 400 millones de años hasta su extinción hace 66 millones de años. Una metáfora potente sobre la eternidad de su permanencia en contraposición al valor efímero que los humanos damos a las cosas materiales.

por Pilar Altilio

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