Si hay algo que no es novedoso en Argentina es la inflación. Casi un compañero de ruta a la par de la incertidumbre económica y, en los últimos tiempos, se añadió el estancamiento. En los últimos 75 años, el país sólo pudo tener una inflación de un dígito anual en uno de cada seis años. Los restantes, transcurrieron entre media, alta e incluso híper inflación.
Cada cual con su propia impronta y en un circuito de aprendizaje colectivo que va amortiguando sus efectos nocivos, pero por su misma naturaleza los arquitectos de la política económica de corto plazo tienen que innovar en medidas y diagonales para poder sacarle jugo al impuesto inflacionario y eludir los ordenamientos necesarios para ganar la guerra declarada pero que parece imposible de librar con éxito.
Las cifras
El último número del índice de precios al consumidor (IPC) de agosto marcó 7% (125% anual si se repitiera cada mes) y una marca del 78,5% comparado con el mismo mes de 2021. Esa cifra, la misma que muchos países ven con preocupación, pero de todo un año, tiene varias interpretaciones según el foco en el que se coloque la atención. La primera es la evolución del costo de vida viene subiendo escalones desde principio del año pasado: esta última ya es el doble de la franja por la que pasó muchos meses: 3,5% (51% anualizada).
Ese peldaño parecía ser la convergencia de la alta tasa con la que Mauricio Macri entregó su administración y la que ocurrió el año pasado, en la postpandemia. De allí que la guerra en Ucrania y la escapada del dólar fue el argumento oficial para explicar esta aceleración.
El crecimiento de la inflación fue el factor común en todas las economías de la región, acusando el doble efecto de la expansión monetaria de la emergencia COVID (2020-2021) y el empujón que dio la invasión rusa al shock energético que disparó los costos del transporte y los servicios públicos. Sin embargo, el impacto de este factor común fue diferente entre los distintos países de la región.
Argentina fue el país en el que la inflación mensual se disparó versus la inflación interanual: 1,46% más, contra el resto que osciló entre 1,40% (Perú) y 0,63% (Estados Unidos). Pero otros, como Brasil ya muestran el punto de inflexión y en agosto su IPC mostró una rebaja contra el promedio interanual.
Alimentos
Otro de los factores que, curiosamente, Argentina muestra es que, comparado con las economías más grandes de la región, los alimentos subieron muy poco desde 2019 (menos del 3% sobre el nivel general) mientras que en Colombia, Brasil o Chile sufrieron alzas más importantes. Claro que, en todos estos datos, están relativizadas por la conjunción de factores que hacen mucho más difícil encontrar precios de referencia en la economía local: no hay un solo valor para el dólar, existen retenciones diferentes según los productos de exportación, regulaciones en el comercio exterior y en el precio de los servicios públicos, por sólo citar los más relevantes.
Para Enrique Szewach, director ejecutivo de IERAL, es un problema serio porque afecta a toda la economía y apunta a la coexistencia de innumerables distorsiones por regulaciones, alimentadas por un descalabro monetario y fiscal. “La inflación no surge por generación espontánea, se aceleró por el cambio de régimen y el impacto tardío del ‘plan Platita’, la no renovación de la deuda en pesos que empujó a Martín Guzmán a renunciar y el agotamiento de las reservas del Banco Central”, detalló.
A su juicio, esta incertidumbre llevó a que no existan precios de referencia: “no hay un número porque, por ejemplo, el dólar tiene un valor, pero se dificulta el acceso o se corona de restricciones. Puede costar $150 como $300 en función del sector y las circunstancias”. Esto se agrava, también, por la demora en poner en marcha el nuevo cuadro tarifario pero que también impondrá tantos precios como encuadres de cada consumidor, sumado al valor subsidiado del transporte de pasajeros urbano.
El peligro, para Szewach, es que se vaya marcando un camino a una mayor inflación como forma para ir corrigiendo estos desajustes y poder encontrar “números” que no sólo marquen un precio único, sino que cumplan con el rol más importante en la política económica que es la de asignar recursos y orientar decisiones de consumo e inversión. “Hay tal lío de precios relativos que lo que se ve como inercia inflacionaria desnuda una mala praxis en la ejecución de la política económica que lleva a que tarde o temprano se aceleren estas correcciones”, concluye.
Fantasmas
En la imagen de una corrección abrupta de los precios relativos aparece siempre la sombra del “Rodrigazo”, ocurrido en 1975 cuando el gobierno de Isabel Perón forzó un cambio en los precios regulados, el dólar y las paritarias sin techo al mismo tiempo. Fue un antes y un después para la política económica. Marcó el inicio de un paulatino abandono del peso como moneda indiscutible y el límite que tiene un programa inconsistente como el de la “inflación cero” de Gelbard.
Por su parte, Sebastián Menescaldi, director asociado de la consultora EcoGo, los precios de los bienes fueron los que más crecieron, destacándose la indumentaria, autos y también servicios de turismo y entretenimiento. “En parte responde al cierre de la economía, a una mayor concentración de la oferta por la desaparición de los productores que se cayeron durante la pandemia”. Pero es notable el contraste con los precios regulados de la economía que vienen muy por detrás y recién ahora podrían empezar a recuperarse. En su visión, sí hay una fuerte inercia que difícilmente se afloje por el ‘crawling peg’ ya instalado para devaluar de a poco al dólar retrasado.
“Esa nominalidad viene escalando: pasó de 1 a 1,5%, luego a un piso del 2.5%, más tarde a 4% y ahora parece que está entre 6% y 7% (que es un 125% anualizado). Como hay gasto previsional y social que indexa para atrás, con la inflación creciente se puede ir licuando, por lo que no veo que sea fácil desacelerarlo ya que implicaría que el Gobierno tuviera que tomar decisiones que no quiere sobre esta porción del gasto”, concluye.
Anclaje
María Castiglioni, directora de C&T Asesores Económicos, sostiene que la inflación tiene menor disparidad en los rubros que la componen que en otros períodos porque los precios regulados eran los que el Gobierno retrasaba. Y en el otro extremo, todo lo que tiene que ver con los rubros Turismo e Indumentaria sí tomaron la delantera: por la recuperación post COVID y las trabas para la importación, que impactó en los precios internos.
“Eso marca que es un tema macroeconómico por la dominancia fiscal: la enorme cantidad de pesos emitida para financiar el déficit explica la inflación. Así, una corrección de los precios relativos siempre será inflacionaria con una magnitud y que tiene que ver con el cambio de expectativas”, analiza. Es la búsqueda afanosa y casi desesperada de lo que en la jerga económica se denominan “anclas”. O sea, aquellos lastres que retienen a los precios y inhiben su descontrol.
Pero, como advierte Castiglioni, estas “anclas” tienen un efecto cada vez menos relevante ya que ni el retraso del tipo de cambio oficial ni el congelamiento de tarifas impidieron que la inflación se acelere. “Por eso lo que señala claramente es que hace falta un programa integral de estabilización para generar un cambio de expectativas”, sintetiza. Algo tan simple como volver a lo básico, luego de tanta alquimia y ensayo-error en la política económica.
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