Si hay un común denominador en la economía actual es el cambio. Los paradigmas con que la sociedad organiza la producción, el consumo y la distribución de bienes y servicio mutan tan rápido que los símbolos del progreso, como fueron en un momento el ferrocarril, en otro la siderurgia o la petroquímica, rápidamente entrar en crisis, dejaron de traccionar el crecimiento del empleo y tuvieron que reformular su existencia para seguir aportando valor. El fenómeno es global y en Argentina impacta con mayor virulencia por la vulnerabilidad de la estructura económica. En particular, jaquea al mercado laboral, justo en una coyuntura donde la mitad de la población económicamente activa está en la informalidad y el desempleo.
La disrupción tecnológica es un arma de doble filo: amenaza la estabilidad de los puestos de trabajo actuales, pero también brinda una diagonal para acortar el camino dificultoso para mejorar el estándar laboral. Andrea Renda, el experto italiano de las nuevas tecnologías y las regulaciones de la Unión Europea sobre el mercado digital y de la información, proyecta que el 85% de los empleos en todo el mundo sufrirán transformaciones en los próximos tres años: 32% serán sometidos a proceso de reentrenamiento, 27% se convertirán en redundantes total o parcialmente por la automatización y otro 26% serán nuevos puestos creados por la ola digitalizadora. Un tsunami laboral.
En una investigación realizada por Microsoft sobre datos de Linkedin, entre 2020 y 2025 se están creando en total 149 millones de empleos digitales en todo el mundo. Otro estudio reciente de Manpower Group, realizado sobre una muestra de 43 países, surgió que dos tercios de las empresas tienen problemas para encontrar el talento adecuado para sus organizaciones. La tendencia es dramática: este descalce se duplicó en la última década. Los sistemas nacionales tienen cada vez más problemas para lograr que las personas tengan las capacidades que demandan las organizaciones actuales. Una educación para un mundo que no existe o un crecimiento más rápido que el desarrollo de talento.
Para Alberto Willi, profesor e investigador del IAE Business School, el mercado de la industria de servicios tecnológicos crece porque el mundo se vuelve digital hasta en las prácticas más mínimas. “En América Latina, por ejemplo, faltan 1,2 millón de personas para ocupar puestos de trabajo, según el BID, porque hay una brecha de aptitudes para abastecer a esa industria lo que hace urgente readecuarlas a estas nuevas necesidades”, agrega. Además, en la región hay 25 millones de personas que no acceden al mundo del trabajo y de la educación (son los mal llamados ni-ni porque es más un problema de acceso que de voluntad) y el 75% de esas personas son mujeres. “Hay un problema de acceso y de formas organizacionales que no permiten el acceso, también hay una forma de entender educación y trabajo que tiene que cambiar, quizás trabajan y estudian, pero de otra forma, con otro acercamiento”, concluye Willi.
Para el especialista Gonzalo Fuentes y Arballo, profesor en la Universidad de Pittsburgh, adaptar el desarrollo a una economía del conocimiento “es el desafío y consigna en la era de la digitalización, la biotecnología y el internet de las cosas; como también encontrar el equilibrio entre explotación y exploración resulta una búsqueda ineludible”.
De exportación. A pesar de la crisis, hubo un sector que pudo mantener su nivel competitivo. Para Sebastián Mocorrea, presidente de Argencon, la asociación que nuclea a las empresas prestadoras de servicios en el entorno de la economía del conocimiento, ese sector ya es relevante pero su potencial es mucho mayor. El año pasado exportó por US$ 5.700 millones, que representó 8% de del total y el 7% del empleo registrado. El 60% proviene servicios profesionales en grandes centros de servicio, diseño, auditoría, compras, etc., con varias empresas, por ejemplo, que ocupan a más de 1.000 trabajadores. El segundo rubro en importancia son las tecnológicas (30% de las exportaciones).
Mocorrea subraya el hecho que durante la pandemia no necesitaron auxilio de emergencia y que es un sector que podría multiplicar su volumen en un plazo cercano. “Por ejemplo, Polonia, con una población similar, ya exporta por US$27.000 millones y Rumania, US$13.000 millones. Y la Argentina es un país con talento que, por ejemplo, está al tope de conocimientos de inglés en América Latina y, además ranquea muy bien en la capacidad de juicio crítico, que requieren las operaciones no automáticas para resolver casos complicados”, explica. Sin embargo, los desafíos que enfrenta el sector son muchos y diversos: brecha cambiaria, anclaje impositivo, inestabilidad y, sobre todo, desequilibrios en la formación de profesionales. El interrogante es cómo desarrollar un gran generador de divisas para el país y qué se precisa para eso.
Apuesta. La Asociación Argentina de Capital Privado, Emprendedor y Semilla (ARCAP) es una asociación sin fines de lucro para promover el desarrollo de los inversores y financiadores de la economía digital. Para Juan Manuel Giner, su director ejecutivo, es su director ejecutivo, adecuar el talento existente en el país a las necesidades siempre cambiantes es prioritario. “Hoy hay demanda como nunca, no solo de startups y empresas medianas y grandes sino también de toda la región”, cuenta. La competencia es fuerte: del exterior tientan a técnicos y profesionales por lo que muchas empresas también se volcaron al interior del país para contratar personal en modalidad virtual. Giner sostiene que hay que repensar la formación vinculada a la producción, “transversal e independiente del gobierno de turno en un plan a 30 años; con fuerte acento federal, por las posibilidades de trabajo remoto” que potencie la buena formación de base que ya existe.
En el tope de la pirámide laboral están los ingenieros: tienen muy buenas calificaciones, pero falta gente estudiando ciencias duras para abastecer una demanda creciente. En la franja media, están los programadores y gente con habilidades digitales: hay programas de educación, mucha demanda e incluso existen subsidios para comprar computadoras y cursos adecuados. Enfatizar la incorporación del inglés como idioma franco en las tecnologías, es otra meta. Finalmente, en el segmento inferior, el esfuerzo debería focalizarse en la alfabetización digital de muchos de los que hoy están excluidos. Un esfuerzo mayúsculo si se considera que, por ejemplo, IDESA señala que, sólo el 52% del 40% con menores ingresos de la población joven pudo terminar el secundario, contra 88% en el 40% del tope superior.
Iniciativas. Aquí se destacan programas que ya están en marcha, como El Potrero Digital, hecho con financiamiento del BID. En Telecom, por ejemplo, apostó a varias iniciativas, como la de digit@lers, que justamente se propone incentivar a jóvenes mujeres y varones a que se imaginen un futuro laboral vinculado con la tecnología. Dicho programa -que ya cuenta con más de 900 egresados en todo el país- dura seis meses, con más de 270 horas de contenido sincrónico y asincrónico de diseño y programación. También desarrollaron un ecosistema de experiencias de aprendizaje y desarrollo para los colaboradores, denominado Teco Station, que se focaliza en las capacidades estratégicas necesarias para potenciar los desafíos del negocio y la experiencia de los clientes.
En definitiva, un desafío para responder a una realidad mucho más compleja que la que imperaba en lo binario de empleo-desempleo. Como las casi 9.000 búsquedas abiertas que existen hoy en la Cámara de Empresas de Software y Servicios Informáticos de Argentina (CESSI) mientras muchos más son etiquetados como “ni-ni”. Oportunidades existen, las trabas y la inestabilidad se ocupan de ahogarlas.
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