La tormenta perfecta a la que se enfrentó la economía argentina durante el año de cuarentenas, ya viniendo de una situación de incertidumbre agravada por una restricción externa que contrajo la actividad económica encuentra algunos indicadores que explican la debacle en el corto plazo. La caída del PBI en el segundo trimestre, junto con el empleo y el aumento de la pobreza sólo opacado por la rápida erosión de las reservas del Banco Central: no tanto por lo que significa, sino por la proyección de la voz de alarma antes de la emergencia.
Pero otro indicador es aún más preocupante en el mediano plazo: la descapitalización de la estructura productiva. La inversión bruta fija se podría estimar por debajo del 10% de un PBI ya de por sí disminuido, que es casi 5 puntos por debajo del nivel mínimo para la reposición. La inversión asegura el mantenimiento de la capacidad de producción o su ampliación, cuando los vientos soplan diferentes.
La consultora OJF y Asociados, del economista Orlando Ferreres, elabora el Índice de Clima de Inversión para Argentina. Combina elementos como la percepción de seguridad jurídica, estabilidad política, resultado de la política económica, control de capitales y remisión de utilidades, estabilidad cambiaria, protección sectorial, percepción de crecimiento económico y de solvencia fiscal, entre otras. Este año como otros con deterioros macroeconómico, muestra los niveles en sus mínimos sólo comparables con grandes crisis de la historia económica argentina.
La inversión, entonces, depende de múltiples factores. Hay empresas que de todos modos apuestan y gastan a cuenta de mayores ingresos. Existen compañías con una programación de inversiones a largo plazo y no pueden retrasar demasiado la puesta a punto. Tienen un horizonte productivo que va más allá de las coyunturas política y económica “para sostener la relación con el consumidor y sostener nuestra posición”, confió a NOTICIAS el CEO de una de estas rara avis.
Sin embargo, el inconveniente pasa por el financiamiento: hay que convencer a las casas matrices, en el caso de las empresas multinacionales, de asistencia crediticia porque es imposible financiar internamente proyectos considerables en plazos extendidos. O bien canalizar los flujos de fondos operativos, algo bien visto por las autoridades en época de sequía cambiaria.
Todo pasa. La leyenda del anillo de Don Julio se proyecta a la economía argentina. Más tarde o más temprano, la pandemia convergirá nuevamente en una nueva normalidad. Alicia Caballero, decana de Ciencias Económicas de la UCA, entiende que se podrían hacer recomendaciones en materia sectorial para el día después: potenciar las exportaciones, la única forma de generar divisas frescas, promoviendo cadenas exportadoras clave: agroindustria, economías regionales, y servicios basados en el conocimiento. “Las empresas necesitan acceder al crédito internacional y a un mercado de capitales local más desarrollado para poder, no sólo realizar inversiones en proyectos de largo plazo, sino también para llevar adelante su actividad diaria” explica.
Fernando Marengo, economista socio de Arriazu Macroeconomistas, entiende que la creación de empleo en la Argentina es bajísima, alrededor de 0,3: cada punto de crecimiento del PBI genera sólo un 30% de ese porcentaje de demanda de trabajo. Además, con una tasa de inversión sobre PBI estabilizado en un pobre 15%, se precisan 7 puntos más por punto de PBI adicional. “El mercado laboral no tiene la flexibilidad suficiente y la poca inversión que existe viene a sustituir puestos de trabajo”, aclara Marengo y advierte que, si bien es una tendencia a nivel global, en la Argentina se agrava por las rigideces del sistema laboral.
La mejor manera de reducir la pobreza es crear empleos formales y para ello hay que invertir, por lo tanto, necesita financiamiento. Otro desafío, ante la jibarización del sistema financiero y la canalización mediante encajes y colocaciones de deuda hacia el sector público. La opción por un financiamiento público siempre está presente, sobre todo en un país con una cultura contradictoria: valora positivamente la intervención auxiliadora del Estado, pero se resiste a convalidar una presión impositiva que creció 10 puntos del PBI en los últimos 15 años. Un estudio regional anterior a la pandemia, QUIDD!TY, comparaba la preferencia de los encuestados en México, Brasil, Colombia y Argentina contestando a la pregunta de si creían que era mejor un país con país con mayor cantidad de empresas privadas o del Estado. El 36% de los encuestados en Argentina optó por las privadas, contra 54% del promedio de la muestra; 41% se inclinó por la elección estatista y un considerable 23% no sabe-no contesta.
La salida “estatista” obligaría a un gobierno en rojo permanente a producir un flujo de ahorros para sustentar esta lluvia de inversiones Nac&Pop, pero también mantener niveles de eficiencia en el gasto y retorno de la inversión que no es lo corriente en este tipo de política. No hay caso, no hay magia.
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