El oro volvió a ocupar el centro de la escena financiera global. Tras superar por primera vez los US$4.000 por onza, el metal precioso atraviesa su mejor año desde la década de 1970 y se consolida como el termómetro más sensible de la economía mundial. Su ascenso no responde a un solo factor, sino a una combinación de elementos que van desde la expectativa de bajas de tasas de interés hasta un entorno geopolítico cada vez más inestable y una creciente desconfianza sobre la sostenibilidad fiscal de las principales potencias.
Tasas a la baja y el fin del ciclo restrictivo. El primer motor del rally es la política monetaria. Tras varios años de endurecimiento, la Reserva Federal de Estados Unidos comenzó a preparar el terreno para una serie de recortes de tasas, una señal que los mercados interpretan como el fin del ciclo restrictivo iniciado posterior a la pandemia.
En los mercados de futuros, las probabilidades de al menos dos recortes adicionales en lo que queda del año superan el 90%. En términos prácticos, esto implica que se espera que la deuda norteamericana pagara menos intereses, lo que reduce el costo de oportunidad de mantener activos que no generan intereses, como el oro. En consecuencia, los flujos de capital se han desplazado desde bonos y depósitos hacia el metal, impulsando su precio a niveles récord.
Economía mundial, endeudada y frágil. La segunda gran fuerza detrás del repunte es la percepción de que la economía global enfrenta problemas estructurales de largo plazo. En Estados Unidos, el déficit fiscal alcanza niveles que no se veían desde la Segunda Guerra Mundial. Los intentos del presidente Donald Trump de influir en la política monetaria —llegando incluso a intentar destituir a miembros de la Reserva Federal— alimentan la sensación de que el país podría entrar en una etapa de “dominancia fiscal”, en la que las decisiones de la Reserva Federal se subordinen a las necesidades de financiación del Tesoro.
Esa perspectiva inquieta a los inversores. Un escenario de deuda elevada, tasas artificialmente bajas y presión política sobre los bancos centrales recuerda a la década de 1970, cuando el abandono del patrón oro y las políticas expansivas de Nixon dispararon la inflación y multiplicaron el precio del metal. En este contexto, muchos buscan refugio en activos con valor intrínseco, es decir, aquellos cuyo precio no depende de la solvencia de un emisor o de la confianza en una moneda. El oro, que no necesita de intermediarios ni promesas de pago, reaparece como el refugio por excelencia: un activo que mantiene su valor cuando el resto del sistema parece desmoronarse.
Tensiones geopolíticas. El otro gran combustible del rally proviene del mundo geopolítico. Los conflictos simultáneos en Ucrania y Oriente Medio, las tensiones comerciales entre Estados Unidos y China, y la inestabilidad política en Europa han elevado el nivel global de riesgo. Cada episodio de tensión o ruptura diplomática se traduce en nuevas compras de oro, tanto por parte de inversores privados como de bancos centrales.
En este sentido, el metal ha recuperado su función ancestral como activo neutral y apolítico. En un escenario en el que la confianza en el dólar como moneda de reserva se debilita, los bancos centrales de economías emergentes —desde China y Turquía hasta Polonia e India— han acelerado sus compras. Según datos oficiales, las adquisiciones anuales superan las 1.000 toneladas desde 2022, el doble del promedio de la década anterior.
Un refugio que vuelve a ser protagonista. El renovado protagonismo del oro va más allá de los fundamentos económicos: refleja una crisis de confianza en los pilares tradicionales del sistema financiero. En un mundo con monedas debilitadas, deuda récord y tensiones políticas crecientes, el oro reaparece como el único activo que no depende de la promesa de ningún gobierno.
A diferencia del dólar o los bonos, el oro no puede emitirse ni manipularse. Es tangible, universal y ajeno a la volatilidad de la política o los mercados financieros. Esa cualidad explica por qué los inversores —desde bancos centrales hasta particulares— lo están acumulando como última reserva de valor.
En un escenario mundial dominado por la incertidumbre, el brillo del oro no es solo financiero: es el reflejo de una búsqueda de seguridad que trasciende a todo tipo de inversores.
*Director de Ingeco Argentina y Agente de Bolsa en EE.UU.
por Sergio Rodríguez Glowinski















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