La noticia política del fin de semana es la confirmación de que Horacio Rodríguez Larreta termina pasando la cuarentena encerrado con el kirchnerismo, aislado de Mauricio Macri salvo por algunas charlas digitales, como cualquier pariente socialmente distanciado. No queda claro si el jefe de gobierno porteño eligió cuarentenarse con los K o si no le quedó otra porque, como al resto de sus compatriotas, el toque de queda sanitario lo tomó por sorpresa, a mitad de camino entre sus planes y el futuro real pero incierto que nos deja la pandemia.
Tras el último anuncio en Olivos de la nueva fase de encierro, el debate entre oficialistas en las redes sociales sumó un tópico curioso: ¿conviene considerar desde hoy a Larreta uno de los nuestros? Los que siguen desconfiando de su ADN macrista, no lo llaman por su nombre, sino que se refieren a él como “Guasón”, un apodo burlón que les funciona como una especie de desinfectante verbal para mantener la profilaxis ideológica. Sea cual sea la opinión de cada tuitero nac&pop sobre las cotidianas escenas de convergencia entre Larreta y el gobierno nacional (que incluyen el cristinismo de Axel Kicillof), el oficialismo ya festeja como uno de los logros de las primeras fases de la cuarentena la certeza de haber abducido al principal referente territorial de la oposición.
Esta alianza -forzada por el espíritu patriótico viral- tiene pros y contras. La coordinación en el área metropolitana no solo es fundamental para garantizar la logística antipandemia; también es una especie de seguro (muy precario y con letra chica) contra el riesgo eventual de una crisis de gobernabilidad en la Ciudad en caso de pico catástrofe del virus en ciertas zonas o de depresión económica asfixiante por efecto del encierro. Con su tratado de paz, Larreta puede al menos soñar con compartir pérdidas con el gobierno nacional en caso de una crisis política causada por el Covid-19. Algo parecido se calcula en el búnker porteño cuando llegan las encuestas de imagen, que le siguen dando cargas positivas altísimas a Alberto Fernández, en contraste con el desencanto que sigue registrando la imagen de Macri. ¿A quién conviene pegarse en estos días?
Pero siempre hay costos y peligros escondidos en todo “pacto con el diablo”. Aunque los cacerolazos hayan caído en desgracia por estas horas, no deja de haber un importante núcleo duro de votantes anti K que están dispuestos a echarle la culpa de todo el costo del Coronavirus a cualquiera que huela a oficialismo. Y siempre hay dirigentes PRO agazapados esperando su oportunidad para representarlos, y capitalizar el malhumor social masivo que podría activarse si finalmente se disparan los casos fatales y graves en los centros urbanos, a pesar de la dura cuarentena inicial, o si el precio monetario del largo aislamiento se torna intolerable para las clases medias.
En este sentido, hay un tema delicado de larga data en el bastión electoral PRO: las encuestas ocultas que maneja la administración porteña desde hace años alerta sobre el fastidio del votante promedio macrista con los subsidios y recursos destinados a las villas capitalinas, que encima no se han expresado “agradecidas” en las últimas elecciones presidenciales. El Coronavirus podría revertir esta deficiencia de solidaridad interclases, o acaso profundizarla, lo cual acortaría todavía más el espacio que le queda a Larreta entre la espada y la pared. Es cierto que para el 2023 falta recorrer un largo y sinuoso camino, pero para ganar esa carrera conviene empezarla con los pulmones limpios.
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