Aunque se volvió una frase cotidiana la afirmación de que “esto no da para más”, la pandemia dejó claro que la paciencia social en realidad no tiene un límite. A contramano del sentido común, la capacidad de adaptación y tolerancia humana a las restricciones y la adversidad es extraordinariamente elástica. Y esa flexibilidad no depende tanto de las circunstancias ni de la idiosincrasia nacional, sino de la pericia política de los líderes para modelar y manipular la comunicación y los tiempos del cambio colectivo. Eso lo sabe muy bien Cristina Kirchner, y lo está aprendiendo, a duras penas, su presidente designado.
El siglo pasado es una biblioteca amarga pero también sabia sobre la infinita resiliencia humana a la adversidad: no hay guerra, masacre o depresión económica que no pueda asimilarse socialmente, si hay un liderazgo dispuesto y capaz de cualquier cosa, la más sublime o la más repugnante. Así encaró la crisis argentina la jefa fundadora del kirchnerismo, repartiendo tareas con Alberto Fernández: mientras ella se ocupa de lo judicial y político más puro y duro, él le pone el pecho a la trampa financiera y ahora a la sanitaria. Alberto aguanta, y Cristina avanza.
En las próximas horas, al Presidente le toca maniobrar una vez más el timón de la moral colectiva, pidiendo más paciencia a cambio de nada bueno: apenas la promesa incierta de que habrá menos muertos y no tantas quiebras comerciales gracias a nuevos subsidios de emergencia que pronto llegarán. Aunque la oposición coquetea con acompañar el malhumor social, al final termina acompañando a desgano el aislamiento indefinido como única herramienta fuerte que ofrece el Gobierno contra la pandemia.
La misión es dura pero no imposible. La clase media argentina ladra pero no muerde, o al menos lo piensa mucho antes de salir a cacerolear en serio pidiendo que se vayan todos: la última vez que se animó a hacerlo fue en el 2001, con la diferencia de que, esta vez, hasta los más enojados saben que la calamidad nacional viene de afuera y que contagió a todo el planeta. La otra diferencia es que el timonel de aquella tormenta era Fernando De la Rúa. Y lo más delicado era que hace 20 años no había red social de contención para prevenir saqueos y levantamientos populares: hoy esa red, con sus costos y fallos, cumple su cometido político.
Este es el tablero que mira Cristina y que le muestra a Alberto. La batalla es día a día. Sin la victoria garantizada, pero con chances de llegar de pie al 2021. Y entonces se verá qué se puede rescatar de los escombros.
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