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SOCIEDAD | 16-03-2018 17:26

Femicracia: La hora de las mujeres

Los riesgos de frivolizar el empoderamiento femenino. Dramas urgentes, inequidad y encarnizamientos. Controversias y desafíos de un momento histórico.

"Mujer, mujer, libérate” gritaba Mirta Busnelli, dos golpecitos en el pecho, puño en alto; como la feminista desaforada en un sketch de “Matrimonios y algo más”, aquel programa humorístico que hoy podría verse como un manual de la “incorrección de género”. Treinta años más tarde esa caricatura se volvió real. No se le ocurrió entonces a Busnelli protestar –como el jueves 8 en las escalinatas del Teatro Colón– con un bombachazo; neo guerrilla urbana de encapuchadas con tangas. Tampoco que los discursos políticos evitarían el genérico masculino hasta la ridiculez de dirigirse a “miembros y miembras”, “jóvenes y jóvenas” o “portavoces y portavozas”. O que una multinacional como Mattel lanzaría en homenaje al día de la mujer una serie de muñecas llamada Sheroes (She, en inglés, ella), para captar la voluntad consumista de madres detractoras del arquetipo Barbie rubia pulposa. Pero el futuro llegó: ya está en venta la Barbie Frida Kahlo, una muñeca más saludable, como la Coca-Cola sin azúcar. La industria es lo primero que se acomoda al cambio de época. Si las prefieren así, hasta le ponen bigotes. Pero que se venda.

La femicracia –frivolización de una grave realidad femenina global que incluye horrores increíblemente persistentes como la mutilación genital, la quema de novias o los crímenes de honor que aún padecen millones de mujeres– iguala a violadores, acosadores seriales y piropeadores vintage, pretende una función moralizante para el arte y el humor, y lo que es más grave: aspira a un pensamiento único como instancia superadora de la inequidad histórica sufrida por la mujer.

En simultáneo, una ola global propicia el debate y el replanteo de situaciones injustas (ver infografía), como lo demostró la masiva participación en las marchas del Segundo Paro Internacional de Mujeres contra la violencia machista y la desigualdad. “Si nuestras vidas no valen, produzcan sin nosotras”, fue el lema adoptado en más de cincuenta países. En la Argentina, donde desde el 2015 la consigna #Niunamenos moviliza contra la violencia sexual y el femicidio, esta vez lideró las reivindicaciones el reclamo por la legalización del aborto y se sumó la exigencia del fin de la brecha salarial entre hombres y mujeres. Dos consignas que rápidamente el presidente Mauricio Macri, anticipándose a la marcha, se apuntó como propios.“Está en nosotras, nosotros y nosotres (sic) entender por qué se pide que los hombres no vayan a la marcha” había advertido horas antes del multitudinario #8M porteño una de las activistas convocantes, Lía Ghara. La dirigente de la Cooperativa Manifiesta apeló al tono castrense para pedirles a ellos –no sabemos si incluyendo a los nosotres– que por una vez “puedan acatar y sepan escuchar”. Circularon panfletos advirtiendo a los hombres: “Si vas a la concentración (porque ninguna mujer necesitó de vos para poder ir) escuchá más y hablá menos. Quedate en las filas de atrás. No des órdenes ni dirijas. Buscá grupos mixtos y respetá los grupos separatistas”. Acatamiento, separatismo. ¿No será mucho?

Habrá que desear que la sobreactuación de ese feminismo retratado con brocha gorda le dé la razón a la vieja máxima del marketing: bien o mal, pero que se hable.Banderas. También está en disputa el patentamiento del feminismo. ¿Es una bandera excluyente de la izquierda? La aseveración de la guerrera mediática Malena Pichot en torno a que no se puede ser feminista y de Cambiemos, es la traducción local de una polémica ideológica de larga data. La diputada española por Ciudadanos, Patricia Reyes, escribió en el diario El País una columna a propósito del tironeado copyright de los reclamos: “Al parecer, según se desprende del manifiesto de la huelga del 8 de marzo, estamos alienadas y no podemos ser feministas las mujeres que consideramos que acabar con el patriarcado no implica necesariamente acabar con la propiedad privada o el capitalismo; las que entendemos que la búsqueda de la igualdad no debe pasar por una lucha de sexos que sustituya a la lucha de clases”. Para la española es “precisamente en las revoluciones liberales que se planta la semilla del feminismo. Las daughters of liberty de la revolución americana y los cuadernos de quejas de mujeres en la revolución francesa. Wollstonecraft levanta su discurso a partir del racionalismo ilustrado con su Vindicación de los derechos de la mujer, disputándole la genuina ilustración al mismo Rousseau. Stuart Mill asumió la defensa del voto de las mujeres ¿Cómo no vamos a ser feministas los liberales?”.

A fin de cuentas, un tironeo doctrinario inconducente, como el que se disputa el legado de la mítica Simone de Beauvoir. Si la autora de “El segundo sexo” (biblia del feminismo desde su aparición en 1949) viviera, no podría eludir el ¿de qué lado estás? que surgió precisamente en Francia, pero contagió alboroto sin fronteras.

Todo empezó en enero pasado, cuando un centenar de artistas e intelectuales francesas, entre las que sobresalió la firma de Catherine Deneuve, publicaron en el diario Le Monde un manifiesto crítico de lo que consideran un “clima de puritanismo sexual” desatado por movimiento #MeToo (#balancetonporc, “denuncia a tu cerdo”, en versión francesa).

Me too (“yo también”) se inició en forma viral como hashtag de redes sociales en octubre pasado, para denunciar agresiones y acosos a raíz de las acusaciones de abuso sexual contra el productor de cine norteamericano Harvey Weinstein. La actriz Alyssa Milano tuiteó entonces: “Si todas las mujeres que han sido acosadas o agredidas sexualmente hicieran un tuit con las palabras “me too” podríamos mostrarle a la gente la magnitud del problema”. Y la red explotó con la adhesión de mujeres de todo el mundo.

El 1º de enero pasado, unas 300 actrices, directoras, productoras y trabajadoras de la industria de Hollywood, redoblaron la apuesta. Con la consigna Time’s Up (“el tiempo se acabó”) ampliaron la convocatoria. No ya víctimas sino un grito unánime contra el acoso, que marcó las alfombras rojas en temporada de premios del showbiz. Para los Golden Globe y los British Academy Film Awards el código de vestuario indicó negro protesta; en los Grammy las estrellas evidenciaron su malestar luciendo rosas blancas y en los Oscar –si bien se levantó el veto a los trajes de color para no restarle espectacularidad a la gala– imperó el reclamo feminista de la actriz Frances McDomand (ver nota pág.91) y la tensión en los parlamentos del conductor Jimmy Kimmel por temor a que una broma improvisada lo hiciera pisar el palito de la frase objetable. Tomando distancia de la cacería de varones y contenidos inapropiados, el manifiesto de las francesas disidentes dice: “La violación es un crimen. Pero la seducción insistente o torpe no es un delito, ni la galantería una agresión machista. Desde el caso Weinstein se ha producido una toma de conciencia sobre la violencia sexual ejercida contra las mujeres, especialmente en el marco profesional, donde ciertos hombres abusan de su poder. Eso era necesario. Pero esta liberación de la palabra se trans-forma en lo contrario; se nos ordena hablar como es debido y callarnos lo que moleste, y quienes se nieguen a plegarse a esas órdenes son vistas como traidoras y cómplices”.

“Tratá de no pelearte con las feministas sub 35”, me aconsejó una colega cuando empezaba a escribir esta nota. “Te defenestran en las re-des sociales”. Por aquí no parece haber clima para analizar los desvaríos de un reclamo que en su esencia es compartido por todas: ¿Qué mujer no aspira al respeto y la igualdad? ¿No es absurdo por definición llamar a una mujer misógina?

La revista francesa Marianne publicó una columna en la que la escritora Abnousse Shalmani describe al feminismo imperante como un nue-vo totalitarismo. “Se ha convertido –dice– en un estalinismo con todo su arsenal”.

Algunas feministas, como la historiadora y socióloga Elisabeth Badinter, incluso cuestionan la expresión “violencia de género”. “Me asombra que las Naciones Unidas hayan decidido utilizar esa expresión. ¿Qué quiere decir violencia de género? ¿Que la violencia es lo propio del hombre? ¿Que la masculinidad se define por la dominación y la opresión del otro sexo? ¿Que las mujeres ignoran la violencia? Badinter sostiene que “en un reciente estudio sobre la violencia contra la mujer en Francia, Amnesty International afirma que cada 4 días muere una mujer víctima de la violencia conyugal. Pero también dice que cada 15 días muere un hombre por las mismas razones. Como los hombres, las mujeres también pueden ser violentas con los más débiles: con los niños pequeños y los ancianos”. Coincide con ella la antropóloga arge-tina Rita Segato, clave para abordar el tema de la violencia machista sin clichés. Trabaja en Brasil y la llamaron como experta para analizar los crímenes de Ciudad Juárez. Opina que una de las fallas del pensamiento feminista es creer que el problema de la violencia es entre hombres y mujeres, cuando en realidad es un síntoma de la historia, en el que se expresan el poder y la frustración. “El mundo se mueve de una manera que el hombre no puede controlar –dice– pero no como consecuencia del empoderamiento de las mujeres, sino de la precarización de la vida”.

Revisionismo. Mientras en los círculos académicos se reflexiona, hay quienes se apuran a pasar a la acción correctiva para erradicar guiños sexistas y cosificadores. Y en el ámbito cultural ya se han visto algunos desatinos. Los desnudos de Egon Schiele (que datan de un siglo atrás) fueron censurados en el metro de Nueva York y en Reino Unido y Alemania se negaron a que sus obras eróticas ocupen vallas publicitarias. Se objetó la presencia de un cuadro de Balthus en una muestra del MET por la postura sugerente de una niña. La editorial Anagrama rediseñó las portadas de Lolita, de Vladimir Nabokov, para reforzar la idea de que no avalan al protagonista de la ficción, que las prefería niñas. Chau boca sensual lamiendo un chupetín. Ahora ilustra la tapa del libro una chica sufriente atravesada por una manivela para darle cuerda por la espalda.

Más osado, a un italiano se le ocurrió montar en Florencia una versión de la Ópera Carmen con el final cambiado para evitar el femicidio. Y que sea la gitana quien mate a su amante despechado. Leo Muscato –el director justiciero– dijo que quiso evitar que el público aplauda el asesinato a manos de un hombre. En pleno siglo XXI se volvió necesario reivindicar el derecho del arte a representar el mal. Las censuras de género alcanzan no sólo a los contenidos sino a quienes los producen. En París ya hubo manifestaciones contra una retrospectiva dedicada a la obra de Roman Polanski. Y eso que el revisionismo feminista recién está en pañales. ¿Qué hacemos con la obra de los artistas denunciados? Se lo preguntaron a Virginie Despentes, autora del celebrado ensayo feminista Teoría de King Kong. Y ella respondió: “El cantante de Motorhead no es un ejemplo de feminismo, pero me encanta. Woody Allen tiene un problema con las mujeres. Podemos ver sus películas o no, pero no tenemos que limpiarlo para que su cine sea bueno”.

De lanzas tomar. En sintonía con una lógica binaria, la épica de ama-zonas argentinas que instruyen señoras desde el espacio televisivo del militante adherente Jorge Rial –un converso de última hora– se alimenta de insultos a otras mujeres traidoras a la causa y la revisión milimétrica de contenidos autóctonos que puedan afectar el normal desarrollo de la moral femicrática naciente. Araceli González recibe el mote de imbécil por no declararse feminista (en realidad, porque ignora que la definición no es la contracara del machismo sino la aspiración a la igualdad de derechos). Una tal Señorita Bimbo promueve por tevé el uso de Misoprostol para abortar en casa de manera discreta y efectiva sin necesidad de control médico, como si se tratara de la última dieta para adelgazar. Y se declara la temporada de cacería, no ya de acusados de acoso como “Give me five”-Paluch, “Mirá cómo me ponés”-Darthés o el “Chupacuellos”-Pettinato; sino de señores con códigos desactualizados, en riesgo permanente de largar “una frase desafortunada”. Porque, digámoslo de una vez: encarnizarse contra Cacho Castaña por su frase: “Si la violación es inevitable, relájate y goza” es más indigno que ensañarse con su jopo al spray. El cantante de 76 años se excusó como si lo hubiera retado la madre: “Se me escapó, lo dije sin querer. Era un dicho callejero. Tengo muchos más de esos”, y con filosofía de café le preguntó al movilero que lo entrevistaba: “¿Hay que cambiar?, vamos a cambiar. Pero ¿quién va a decir qué se puede decir y qué no se puede decir? ¿Qué puede decir un cómico? ¡Alguien va a tener que dirigir eso o es a la buena de Dios”, remató su confusión. El problema es que el humor siempre es incorrecto y ahí está la gracia. “Es un cambio de paradigma y va a llevar un tiempo. Téngannos un poco de paciencia, sobre todo a los más viejitos”, bromeó Juan José Campanella, que ya viene domesticado de Estados Unidos, donde antes de grabar cada capítulo de una serie, el personal recibe adiestramiento sobre comportamiento de género, obligatorio como las instrucciones de seguridad antes del despegue de un avión. Es la manera en que las empresas se desligan de cualquier demanda que pudiera surgir.Un reglamento así les haría falta a muchos hombres de buena voluntad (asumamos que son mayoría). Fuera de los contenedores sets de filmación, por estos días se sienten perdidos. Bajo el título “Homo Igualista”, Rodrigo Fresán especula en torno a ese desconcierto en la voz de un personaje que no sabe “si es-tos nuevos protocolos entre sexos beneficiarán a la natural timidez de su pequeño o si terminarán convirtiéndolo en un eterno virgen que ni siquiera podrá fantasear a solas por-que están quienes ya consideran/condenan a la masturbación como acoso mental”. Es una nueva rara moral, cruza de restricciones victorianas y condena al amor romántico que nos deja (los deja) paralizados. ¿Qué debe reemplazar en la vinculación a la seducción y el cortejo?

Vade retro. Ocurrió en Buenos Aires. En un recital del folclorista jujeño Tomás Lipán. Después de cantar una baguala cuya letra bromeaba con que las mujeres iban a terminar con los pechos a la altura de la panza”, pidió perdón al público, atento a las nuevas sensibilidades: “Lo escuchaba de chiquito, lo cantaban mis abuelos”, excusó su rechazo a autocensurarse el repertorio.

La policía del control del pensamiento supone, en palabras de las feministas del ala Deneuve, “mujeres indefensas bajo el control de demonios falócratas”. Y acá viene a cuento el tironeo de Beauvoir. Porque recuerdan que ya en 1947, cuando Simone visitó los Estados Unidos, tuvo la sensación –plasmada en “América día a día”– de que había un muro entre varones y mujeres que, en su opinión, no existía en su país. Hasta que el feminismo francés de última ola incorporó las paranoias antimasculinas norteamericanas. Desde esa perspectiva, la victimización de la mujer conduce a atajos como la paridad por ley, un modo de discriminación positiva susceptible de debate filosófico. Para Badinter, el cupo femenino en los parlamentos es insoportable por dos razones: “La primera es la sexualización de la ciudadanía y con ella, el retorno al determinismo biológico. La segunda es: ¿por qué hay cuotas sólo para las mujeres y no para los menores de 25 años, los obreros o los de origen africano?”, ejemplifica.En otros ámbitos, la disparidad de liderazgos es más compleja de solucionar. “Tenemos el fenómeno largamente analizado del “techo de cristal” –describe la socióloga e historiadora Dora Barrancos– por el que muy pocas mujeres llegan a CEO en la Argentina. La Universidad de Buenos Aires, por ejemplo, nunca ha tenido una rectora mujer y hay una feminización extraordinaria de la matrícula y de los claustros pero con divergencia respecto de la retribución salarial”. Según datos de la Superintendencia de Riesgos del Trabajo, la brecha salarial es en promedio del 20%; y según un estudio de la Universidad Di Tella, las mujeres no superan el 10% de los comités de dirección y el 4% entre CEOS de empresas.

¿Por qué? Mercedes D’ Alessandro, economista especializada en el tema, ofrece una res-puesta pragmática: “Muchas mujeres no llegan al brindis en el after office, donde quizás se cocinó una promoción o un viaje, porque tienen que ir a buscar los pibes a la escuela. Y ni hablar del problema que representa para las mujeres que ellas tengan tres meses de licencia de maternidad y los papás de sus chicos solo dos días. No sólo las encarece como trabajadoras sino que además no les asigna ningún rol a los papás en el cuidado, reforzando estereotipos de género”.

Tal vez, en vez de pretender un discurso unívoco, haya que volverse minimalistas. Empezar por la equidad doméstica para que en un par de generaciones el compañerismo avance en todos los órdenes. Y hacerse cargo de nuestra parte. Como devaluar en la práctica la máxima “billetera mata galán”. O ponerse siliconas porque sí, pero no por la “seguridad” que regala un par de tetas grandes. Un pequeño paso para una mujer, pero un gran salto para todas.

*Editora ejecutiva de NOTICIAS.

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por Alejandra Daiha*

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