Cuando Georgina Orellano terminó el secundario, hizo lo que hacían todos los jóvenes de su barrio: buscar trabajo en el Parque Industrial de Pilar. Le ofrecieron ser operaria en una fábrica de plástico pero hubo algo que no le gustó. La agencia que la contrataba le pedía, durante seis meses, el 40 por ciento de su salario. Sin pensarlo demasiado, rechazó la propuesta. Se inscribió en el CBC para estudiar Psicología y, por recomendación de una vecina, se convirtió en la niñera de la mujer que le abriría las puertas a su nuevo destino: la prostitución. “Cuando me dijo que un hombre quería conocer a una chica como yo, le dije que era una locura pero igual me quedé pensando. Ella tenía un buen pasar, su rutina no tenía horarios y podía estar con sus hijos. Primero lo quise conocer por fotos y después arreglamos un encuentro en un shopping en el que no hubo sexo. Yo tenía 19 años. Me daba vergüenza y miedo a tener que hacer algo que no quisiera”, cuenta hoy, a sus 33.
En los 14 años que pasaron desde aquella primera conversación con un cliente, Orellano cambió. A diferencia de lo que le pasaba al principio, no se esconde, no tiene miedo al qué dirán y, muy por el contrario, usa todo lo que tiene a su alrededor para generar provocación. Denuncia el abuso policial hacia las prostitutas, cuestiona las políticas estatales abolicionistas que luchan contra de la actividad y se pelea con buena parte del feminismo, al que señala de estar conformado (en su mayoría) por “mujeres blancas y académicas” que hablan en nombre de otras. Hay dos cosas que desprecia: que traten a todas las prostitutas como víctimas o que las invisibilicen. “Las narrativas que se construyeron a nuestro alrededor tienen que ver con la de ‘mujer bonita’ que espera al príncipe azul que le cambie la vida o la pobre mujer que necesita que el Estado la rescate”, lanza. Para ella, y para el sindicato del que es titular, la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina en Acción por Nuestros Derechos (AMMAR), la prostitución es, nada más y nada menos que un trabajo como cualquier otro. En ese punto radica el enfrentamiento más fuerte con el otro feminismo, que es tradicionalmente abolicionista y considera a la prostitución como una forma de esclavitud y sometimiento.
Con una fuerte presencia en redes sociales, Orellano se ganó el apoyo de miles de jóvenes que reproducen sus consignas más transgresoras: “Sin clientes no hay plata” o “Siempre con las putas, nunca con la yuta” y, de alguna forma, cruzó el cerco de la marginalidad: de ser una chica de Presidente Derqui cuyo único destino posible parecía ser una fábrica, se convirtió en una referente política. AMMAR es una organización afiliada a la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) y, ella, una especie de celebrity. La directora de la película “Alanis”, que cuenta la vida de una trabajadora sexual y fue protagonizada por Sofía Gala, Anahí Berneri, la entrevistó para componer a su personaje, actrices como Griselda Siciliani se acercaron para apoyar el movimiento y la editorial Random House prepara su biografía.
Las abolicionistas la ven crecer con cierto estupor y cuestionan sus formas. NOTICIAS se comunicó con cinco funcionarias y académicas feministas que están en contra de que se considere a la prostitución como un trabajo pero, las que contestaron, apenas dijeron: “Con Georgina no me quiero cruzar en una nota”.
El debate. Argentina es un país de tradición abolicionista. Aunque el ejercicio en sí de la prostitución no esté penado y sí lo esté el proxenetismo, las militantes de la prostitución insisten que los espacios donde se puede ejercer están criminalizados. De hecho, se suelen oponer al cierre de cabarets, whiskerías y remarcan que, aunque no es ilegal, la Policía suele apelar a artículos contravencionales para meterlas presas o multarlas. Sin ir más lejos, el sábado 1° de septiembre, Orellano (en su carácter de titular de AMMAR) estaba haciendo una recorrida por Almirante Brown repartiendo preservativos a las mujeres que estaban en la calle y fue detenida en la Comisaría 2da. “El policía citó el artículo 68 del Código de Faltas de la provincia y no sabía que había sido derogado”, cuenta.
Sin embargo, frente a las denuncias de Orellano, el feminismo que se opone a considerar a la prostitución como un trabajo, insiste en que es muy difícil disociar estas situaciones con el tráfico de personas y la reproducción de un sistema violento. “La trata mueve millones a nivel mundial y el 90% de las mujeres que desaparecen son prostituidas, ¿cómo podríamos separar las cosas?”, insiste una funcionaria que se considera a sí misma “sobreviviente” de la prostitución. En este sentido, insiste en que el abolicionismo garantiza la seguridad de aquellas que dicen elegir por su propia voluntad esta actividad porque “promueve la derogación de los códigos de falta, por ejemplo. Pero no podríamos fomentar una legislación que sea para una minoría. Estaríamos dejando de preocuparnos por la inmensa mayoría que está en la prostitución porque no tuvo otra alternativa”.
Orellano conoce a fondo los argumentos abolicionistas y, polemiza: “Siempre nos dicen que no elegimos y en muchos casos puede ser verdad. No romantizamos la prostitución porque no romantizamos ningún trabajo”, asegura y agrega: “Cada vez que nos preguntan algo, se detienen en el morbo y no, por ejemplo, en los derechos laborales. Nos preguntan si nos duele cuando termina una jornada laboral y yo les digo que le pregunten a un albañil que estuvo todo el día colgado en un andamio o a la empleada que planchó horas parada. ¿Ellos eligieron? Ahí es donde se observa que el cuestionamiento es moral”, cuestiona. Para ella, nos es contradictorio que convivan las políticas contra la trata y la regulación de la actividad para aquellas personas mayores de edad que ejerzan la prostitución de forma voluntaria.
“Siempre nos dijeron que la sexualidad era a través de la gratuitud y el amor. Las trabajadoras sexuales rompemos con eso. Transformamos lo que nos dijeron que era amor y le pusimos un precio”, lanza Orellano.
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