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SOCIEDAD | 02-01-2019 12:25

La parálisis de la violación: cuál es la explicación científica

Un 70% de las mujeres abusadas sufren inmovilidad tónica. La mitad, en grado extremo.

El caso de una niña de 14 años que fue violada por cinco varones de entre 21 y 23 años en un camping en Miramar, mientras transcurría la llegada del nuevo año, conmueve, indigna, duele. Pero incluso en la atrocidad que implica que una jauría de hombres adultos acorralara a una nena aislada e indefensa hay algo luminoso: sus padres la buscaron y denunciaron de inmediato la violación ante la Comisaría de la Mujer de General Alvarado. La chica, en medio del shock, atestiguó, se sometió a las pericias y exámenes de rigor. No es lo que suele suceder, y no por falta de verdad en las denuncias o por la ausencia de deseo de que se haga justicia. Es mucho más lo que rodea a un abuso seguido de violación, mucho, que suele ser ignorado por la mayoría de quienes sólo saben cuestionar a la víctima.

¿Te defendiste? ¿Gritaste? ¿Por qué tardaste tanto en contar y denunciar? Las muletillas de preguntas obvias delante de una niña y de una mujer que han sufrido violencia sexual son pocas, pero fuertes y universales. Al calvario del abuso y de la violación se le suma la soledad hecha carne que dejan los cuestionamientos y el enjuiciamiento público de por qué la víctima hizo o no hizo determinadas cosas.

Si una víctima presenta “marcas de haberse resistido” es como si portara consigo una medalla digna de orgullo, aún si la niña o la mujer son asesinadas. Sin tales marcas, las sospechas están allí, al alcance del simple sentido común. Y del desconocimiento, a punto tal que todavía muchos sistemas penales en el mundo todavía exijan que haya signos de resistencia activa para considerar que un abuso puede ser considerado violación.

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La violencia sexual machista es tan extendida que los estudios científicos que involucran sus efectos físicos, psicológicos, emocionales, los modos en que debería ser prevenida, qué es lo que la gatilla en los violadores, se multiplican año a año. Uno de los más contundentes y nuevos respecto a los efectos que un abuso seguido de violación tiene sobre la víctima se acaba de dar a conocer en Suecia. Muestra cómo la creencia de que la resistencia es “normal” parte de un supuesto falso.

La mayoría de las sobrevivientes de una violación que visitaron la Clínica de Emergencias para víctimas de abuso en Estocolmo (el dato: en Suecia tienen clínicas para atender exclusivamente a las personas violadas) no opusieron resistencia, según un estudio reciente. Muchas ni siquiera pudieron gritar para pedir auxilio. Durante el ataque sexual experimentaron un tipo de parálisis temporal denominada “inmovilidad tónica”. Y aquellas mujeres que sufrieron de inmovilidad tónica extrema duplicaron sus chances de sufrir desorden de estrés postraumático y fueron tres veces más propensas a padecer depresión severa en los meses siguientes al ataque sexual.

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“La resistencia activa es considerada como una reacción normal durante una violación –resume el paper de los investigadores, liderados por Anna Möller, en la publicación científica Acta Obstetrecia et Gynecologica Scandinavica-. Sin embargo, diversos estudios científicos indican que, de una manera similar a lo que sucede con los animales, las personas expuestas a una amenaza extrema pueden reaccionar con una inhibición motora temporaria e involuntaria, la inmovilidad tónica”. Esta inmovilidad describe un estado de parálisis involuntaria en la cual el individuo no puede moverse y, ni siquiera, hablar.

Esta reacción es considerada en los animales como una defensa adaptativa resultado de la evolución contra un predador cuando no hay chances de defenderse de otro modo. “Predador”, “evolución”, “chances de defenderse” son términos de esta descripción que deberíamos tener en cuenta cada vez que preguntamos si una víctima de violación tuvo una reacción activa o no. La inmovilidad tónica sería la manera más inteligente que los organismos vivos, animales y humanos, encontraron para sobrevivir en caso de estar acorraladas y acorralados por un atacante voraz y físicamente más imponente.

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Aunque el fenómeno es mucho menos conocido en seres humanos, hay investigaciones que describen su aparición entre soldados desplegados en el campo de batalla. La otra situación en la que los científicos lo han observado es, justamente, entre personas que sobrevivieron a un ataque sexual. Un estudio realizado ya en el año 2005, por ejemplo, arrojaba que un 52% de mujeres que informaron haber sufrido abuso sexual durante su infancia habían vivido este tipo de parálisis.

El estudio sueco halló que un 70% de las 298 mujeres concurrentes a una clínica de emergencias en caso de violación habían experimentado al menos “una significativa” inmovilidad tónica. Por otro lado, y según los criterios científicos de las autoras y autores del estudio, un 48% de las mujeres habían pasado por una “inmovilidad tónica extrema” durante la violación. La severidad de la condición es calculada mediante una escala que tiene en cuenta las sensaciones de quedarse congelada, el mutismo, el entumecimiento, entre otras características.

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Confirmaciones. El estudio sueco es importante porque, además de contar con una muestra grande (298 mujeres que informaron haber sido violadas, 189 de las cuales volvieron para una consulta de seguimiento seis meses después) y porque las víctimas relataron su experiencia dentro de los 30 días del ataque sexual, lo que mejoraba el tener fresco el recuerdo de cada sensación. Por eso es que resulta fundamental, de acuerdo con las y los especialistas en el tema, para confirmar los hallazgos de la investigación del 2005, que había descubierto la asociación entre inmovilidad tónica y trastornos mentales y emocionales posteriores.

Sufrir un gran estrés postraumática y una depresión severa van de la mano con el sentimiento descripto por mujeres, niñas y varones asaltados sexualmente: el “debería haberme resistido” le abre una enorme puerta de entrada al “fue mi culpa” y “soy una vergüenza” que, a su vez, refuerzan la negación, el temor a hablar, la inmovilidad a la hora de denunciar y hasta de contarlo a la familia, las amistades, las parejas, las y los psiquiatras y psicólogos.

“No me sorprende que la inmovilidad tónica sea común entre las mujeres víctimas de abuso y violación –admite la psiquiatra Kasia Kozlowska, de la Universidad de Sidney (Australia), autora de un trabajo publicado en la Harvard Review of Psychiatry acerca de los mecanismos de defensa cerebrales involuntarios de seres humanos y animales. “Después de todo, la inmovilidad tónica está hecha para activarse cuando una víctima entra en contacto con un predador. Lo que hemos comprobado es que este tipo de respuesta se activa cuando hay contacto físico, mucha excitación y miedo, y la víctima no tiene posibilidades de escape”, explica.

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Esta “parálisis inducida por la situación de violación”, describe Kozlowska, es uno de los seis comportamientos de defensa que se activan de modo automático, tanto en animales como en personas, y que originan un efecto cascada en los sistemas internos de defensa. Los animales no humanos están programados para atravesar cada una de las etapas o escalones de estos comportamientos a medida que el peligro va en aumento.

Todo empieza con un estado de alerta ante un peligro posible; sique con la sensación de congelamiento o freezing que sería algo como ponerse en pausa mientras el cerebro analiza qué es factible hacer según el análisis de riesgos; continúa el escape o la huida; en caso de que no haya manera de salir victoriosa o victorioso llega el momento de la inmovilidad tónica; luego, la inmovilidad colapsada, que traducido al lenguaje cotidiano sería como la sensación de morir de miedo; y la inmovilidad inactiva, un estado de descanso que la mente y el organismo determinan como vía para sanar.

Según muestran los estudios, las personas que sufren un ataque sexual pueden atravesar varias de estas etapas o ir directamente hacia la inmovilidad tónica. Cada una de estas reacciones de defensa implica la activación de los centros motores y de excitación del cerebro, además de cambios en la percepción del dolor y en el procesamiento sensorial. Al momento en que la mente decide que pelear o huir son opciones factibles, activa programas para correr o luchar, el sistema de excitación se enciende a nivel de alta energía y también se prende el sistema interno de analgesia no opiode. Esto ayuda a la víctima a luchar contra el predador o a escapar de él. Cuando estos comportamientos no son posibles, en cambio, se activan los programas de inmovilidad motora, lo que origina la parálisis. Al mismo tiempo, el sistema excitatorio se enciende en modo baja energía y el cerebro es inundado de analgesia opioide para reducir la intensidad del miedo y del dolor.

Para Anna Möller, ginecóloga del Instituto Karolinska de Estocolmo, el estudio que ella y su equipo publicaron, “es fundamental para que las propias víctimas de violación puedan comprender que su habilidad para pelear y defenderse estaba fuera de su control consciente”. Y agrega: “La educación es una herramienta fundamental para que puedan cambiar sus interpretaciones acerca de cómo actuaron en ese momento traumático, y de ese modo reducir sus sentimientos de culpa y vergüenza. Les podría aportar evidencia acerca de cómo ellas no podían elegir el camino por el que optó seguir su cuerpo”.

Otra prueba más de cómo el abuso y su expresión máxima, la violación, nos expropian de nuestra mente y de nuestro cuerpo. Nos lo convierten en ajeno hasta límites extremos. Y después, después hay que seguir conviviendo con esa ajenidad provocada, con esa otredad que nos asalta y que, incluso décadas más tarde, sigue ahí, agazapada.

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