Mi primer gran momento como Soldado Conscripto y Artillero, llegó entre las 12:30 y 13 horas de ese famoso día 27 de mayo; cuando nos alertaron sobre un ataque desde la zona de la Escuela Hogar dirigiéndose hacia el Estrecho de San Carlos. Observé a dos aviones Harrier disparando todo su arsenal; uno cruzó el istmo sobre la BAM Cóndor realizando en su escape, un reempleo en dirección al lugar en donde yo me encontraba disparándole furiosamente y sin vacilar. Vi claramente como lo impacté tirando sostenidamente con mi cañón N°1 (F1) RH 20 mm, pero el avión enemigo huyó a toda velocidad descargando su artillería sobre la zona donde estábamos emplazados los cañones F1 y F4.
El Harrier GR.3 que pude impactar comenzó a largar mucho humo blanco mientras se dirigía hacia la Zona de Paragon House. Inmediatamente escuchamos una explosión, pero no sabíamos si había sido el avión impactado o alguna de las tantas explosiones que se oyeron ese día. Finalmente, fue confirmado el derribo del avión Harrier GR.3 de la Royal Air Force (RAF).
Con el tiempo, me enteré que el avión que yo había impactado y derribado con mi cañón RH de 20 mm N°1 el 27 de mayo en la Zona de Darwin y Goose Green, era el Harrier GR.3 Matrícula XZ 988 piloteado por el Jefe de Escuadrilla y Comandante Sqn Ldr Bob Iveson, que había despegado del portaaviones británico HMS Hermes para realizar su séptima operación. Alrededor de una hora después de derribar a “Big Bob” Iveson, según sus compañeros, el mejor piloto de la Royal Air Force (RAF), vi pasar a otro avión enemigo en altura, pero lejos del alcance de mi cañón.
En las primeras horas de la mañana del 28 de mayo, luego de una tensa calma, vi un resplandor en el Oeste y se escuchó una explosión (cañón naval). Inmediatamente, advertí que por el corredor situado en dirección a la Zona de San Carlos, iba mucha gente desordenadamente corriendo en dirección a la Escuela Hogar. Encendí rápidamente mi cañón, y observando a través de la mira telescópica, veo a muchos combatientes argentinos correr con desesperación sin cascos y sin armas. Lamentablemente, nuestros combatientes eran atacados sin piedad por la espalda mientras huían del fuego enemigo; considero que debe haber sido la razón por la cual varios argentinos, según decían en el pueblo, fueron heridos o murieron en ese repliegue hacia Goose Green.
La Batería de Artillería Antiaérea RH 20 mm comenzó a hacer fuego terrestre para cubrir el repliegue de los combatientes del EA y de la FAA que habían mantenido a distancia durante muchas horas a las fuerzas británicas, con sus fusiles y cañones de 105 mm. Recuerdo que la infantería británica bajaba de una loma y los artilleros les tirábamos con nuestros cañones Rheinmetall de 20 mm justo en ese lugar, y al cuerpo si era posible. Todavía hoy, a 40 años de la Guerra de Malvinas, hay varios exartilleros que no pueden soportar recordar ese horror.
Asimismo, puedo señalar que las fuerzas británicas, a pesar de la heroica y enérgica resistencia que habíamos conseguido disparándoles al cuerpo con los cañones antiaéreos de 20 mm, logrando que se replegaran hacia la Zona de Puerto San Carlos; poco tiempo después, regresaron y avanzaron recuperando las posiciones. Es decir, los combatientes del Segundo Batallón del Regimiento de Paracaidistas (2 Para) retornaron armados con morteros descartables y con misiles Milan.
Finalmente, y ante la tremenda arremetida que hicieron los combatientes Británicos, sólo quedamos dos soldados conscriptos sentados en nuestros cañones antiaéreos disparando fuego terrestre, y con muy pocas chances de vida. Por un lado, estaba Francisco Luna en el cañón N°3 (F3), quien les tiró con tenacidad a los ingleses hasta no poder lograr resistir más; puso fuera de servicio su cañón, tomó su ametralladora Halcón de 9 mm, y comenzó a replegarse hacia el pueblo de Goose Green.
Por otro lado estaba yo, Ramón Garcés, disparando casi sin parar con mi cañón antiaéreo N°1 RH 20 mm. Era el último y férreo obstáculo terrestre que les quedaba a las fuerzas británicas en la zona final de la pista aérea de césped de Goose Green, para intentar adelantar sus líneas con más rapidez hacia su objetivo. Era evidente que no les era muy fácil avanzar mientras recibían ráfagas de balas de calibre 20 mm (explosivas, incendiarias y autodestruyentes).
En ese momento, y antes de que la infantería británica siga avanzando (y sumando heridos y bajas), se detuvieron a localizar cuál era el único cañón que quedaba en funcionamiento y que los seguía hostigando; fue en ese instante cuando empezaron a dispararme directamente y sin parar. Primero, comenzaron con una lluvia de balas que rebotaban en el acero del frente de mi cañón (F1), y luego le sumaron el lanzamiento de dos morteros o misiles que pegaron muy cerca de mi posición. Las explosiones hicieron temblar tanto el piso que hasta me golpearon pedazos de turba que volaban por el aire.
La situación era realmente tremenda para mí; el riesgo extremo ante semejantes explosiones a tan pocos metros del cañón que operaba, no me dejaba más opciones que intentar replegarme para salvar mi vida y así poder seguir combatiendo desde otra posición. A esa situación, había que sumarle las interminables balas que seguían sonando al chocar contra el acero de mi cañón Rheinmetall de 20 mm. Entonces, ya sin balas para disparar y en una desbordada y última acción, dejé fuera de servicio mi cañón, me deslicé abrazado al mismo hacia el piso y me arrastré hasta una hondonada que estaba a unos pocos metros del Fierro N°1.
Nos desplazamos cuerpo a tierra más de dos interminables kilómetros sobre todo tipo de excrementos humanos (lentejas, garbanzos, etc.), hasta alcanzar milagrosamente el pueblo de Goose Green. Fue muy difícil llegar a esa zona de pocas casas debido a que nadie nos reconocía; con esto quiero decir, que nos disparaban tanto las fuerzas británicas como las fuerzas argentinas.
Ya en el ocaso de otro sangriento día (28 de mayo), librando un durísimo combate por el Istmo de Darwin, nos atacan con toda su furia tres Harrier GR.3 casi en vuelo rasante, ametrallándonos, lanzando cohetes y bombas de racimo antitanque BL-755.
Pasaron las horas, comenzó a oscurecer y también a intensificarse el enfrentamiento entre ambas fuerzas militares, por mi parte, tomé varios fusiles abandonados para continuar disparando contra los enemigos. El combate en ese momento era muy desigual, y lo pude confirmar poco tiempo después. La noche estaba muy cerrada y no se veía prácticamente nada a la distancia, solo las miles de balas trazadoras (trazantes) de diferentes colores que perforaban la oscuridad en cámara lenta.
En ese momento, pude darme cuenta de la diferencia abismal que había entre las cientos de balas trazadoras que les tirábamos a los británicos, y las miles que venían hacia nosotros. Como espectáculo (artístico) visual, puedo decir que eran increíblemente hermosas las incontables líneas de diversos colores que se cruzaban en la oscuridad que compartíamos británicos y argentinos.
Hasta podría asegurar que todos los que estuvieron esa noche en la primera línea de combate como yo, y vivieron para contar esa experiencia multicolor y única, se deben haber maravillado ante tanta belleza, a pesar de saber que cada luz que recorría es amplio teatro negro era portadora de muerte. Nunca podré borrar de mi mente el desarrollo final de la batalla más sangrienta de la Guerra de Malvinas, librada en la Zona de Darwin y Goose Green.
Transitábamos las primeras horas del día 29 de mayo. Era una madrugada aterradoramente oscura y muy fría. Escuchaba levemente a mí alrededor, como si fuera una triste música de fondo, a muchos combatientes llorar y rezar. La incertidumbre se había apoderado totalmente de nosotros. No era para menos, nuestros famélicos cuerpos ya casi no estaban en condiciones de seguir dando batalla; y mucho menos con los fusiles que quedaron dispersos en la oscuridad del pueblo. Éramos muchos los que todavía estábamos a la intemperie y a la defensiva, esperando un ataque coordinado de los militares británicos; orinándonos encima como lo veníamos haciendo desde días anteriores, para calentarnos al menos una parte de nuestros esqueléticos cuerpos.
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por Ramón Garcés
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