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SOCIEDAD | 27-12-2022 14:10

Dios es fotógrafo: un recuerdo del Flaco Lerke

Eduardo Lerke, leyenda del fotoperiodismo y parte de NOTICIAS, murió hoy a sus 67 años. Cada vez que conseguía una foto difícil repetía lo mismo: "Dios es fotógrafo."

¿Viste pibe, qué te dije? Dios es fotógrafo.

Lo escribo y juro que escucho la voz arenosa del Flaco Lerke en mi cabeza. Dios es fotógrafo, decía cada vez que conseguía alguna foto difícil. El Flaco tenía esos latiguillos, como de detective de una serie vieja, que lo hacían tan pero tan querible. “El pájaro está en el nido”, era para cuando aparecía el personaje al que esperábamos en una guardia, y el “te voy a sacar bueno”, para cuando ensayaba una felicitación. En verdad, el Flaco era antes que todo una especie de personaje de esos que ya no se consiguen, el último samurái de un periodismo con códigos de acero que no tenía días ni horarios cuando se trataba de conseguir una noticia. Hasta tenía ese chaleco verde militar que jamás se sacaba, ese que usaban antes los fotógrafos, que venía con cien mil bolsillos para guardar lentes para la cámara, cigarrillos, lapiceras, o para hacer alguna travesura. Era toda una experiencia verlo convertido en juez y parte, cuando se le ocurría juzgar a algún magnate al que le tocaba fotografiar de “garca”, y ser testigo de su sentencia: se llevaba en su inexpugnable chaleco alguna chuchería como si fuera Robin Hood, que luego regalaba al primer niño que se cruzara.

Eduardo Lerke

Así vivió Lerke sus 67 años. Por un lado fue una leyenda del fotoperiodismo, el único de su gremio que estuvo en El Calafate el día que murió Néstor Kirchner, el último en ver a José Luis Cabezas con vida, el profesional que enseñó a mí y a tantos otros el sentido de lo que hacemos y cómo deberíamos hacerlo. Pero por el otro lado era -y jamás dejó de serlo- un nene que se divertía con chiquilinadas como robar un macetero, saltar desde un helicóptero al mar de Pinamar, juntar vagón tras vagón para armar una pista de trenes en su casa, pasear a sus perros, o dormirse viendo la Ley y el Orden con doblaje latino.

Esas dos caras de su humanidad se me revelaron el primer día de mi primer temporada en la costa. Tenía 24 años y me tocaba compartir más de un mes en una habitación con mi compañero asignado, el Flaco, que tenía 60 y 28 temporadas en su haber. Para ese momento había hecho alguna nota o cobertura con él, pero estar las 24 horas pegados -compartiendo desayuno, almuerzo, cena, pieza, auto y trabajo- durante más de 30 días era harina de otro costal. En el fondo, desconocía quién era el fotógrafo y si me iba a llevar bien o no.

Eduardo Lerke

Pero en la primer noche ese misterio se develó. Era el 31 de diciembre del 2016, y un gentil Pedro Marinovic -en ese momento apenas el dueño de la hostería en la que nos alojamos esa temporada, hoy amigo de ambos- vio a esa pareja dispareja recién llegada y sin ningún plan para la noche y se apiadó. Nos invitó a compartir la cena de fin de año con su familia, a pesar de que literalmente lo acabábamos de conocer. No habíamos llegado al primer plato cuando el Flaco se levantó de la mesa y emprendió una discusión a los gritos con algún familiar lejano o amigo de Pedro. No recuerdo exactamente las palabras, pero el hombre hizo algún comentario sobre el páramo desierto que fue Pinamar en los años posteriores al asesinato de Cabezas, y el Flaco estalló. No le importó quedar mal con el anfitrión, quien nos iba a alojar todo el mes, el hecho de que estábamos rodeados de pinamarenses ni nada. Había sido un comentario muy al pasar, sin mala intención, y lo más probable es que cualquiera se hubiera hecho el distraído, pero no el Flaco. En ese preciso instante, en el que lo veía defender su posición con tanta pasión mientras manoteaba un cigarrillo de su chaleco, me cautivó.

Esa temporada, la primera de las dos que compartimos, fue un torbellino de emociones. Se cumplían 20 años clavados del crimen de quien fuera su compañero, y Lerke estaba atravesado por la situación. Él, que en aquel enero de 1997 cubría Pinamar para Caras, había sido el último que lo vio con vida en la tristemente célebre fiesta de Andreani. De hecho, el Flaco iba a volver en el auto de Cabezas pero como este quería quedarse un rato más al final se fue de otra manera. Esa carambola que lo terminó salvando de milagro pesaba, dos décadas después, sobre su espalda como un yunque.

Eduardo Lerke fotografió a Lady Di en Puerto Madryn
Eduardo Lerke fotografió a Lady Di en Puerto Madryn

Esa temporada vi al Flaco lagrimear a escondidas, y eso que él era un hueso duro de roer que había criado a seis hijos con una temprana viudez a cuestas. El Flaco era un profesional del carajo, pero este tema lo superaba. “Mientras esté vivo los voy a perseguir”, decía sobre los asesinos de Cabezas.

Por eso el Flaco no dudó en apretar a fondo el pedal -además de gran fotógrafo tuvo un pasado de piloto clandestino que sacaba a relucir cuando era necesario- cuando se nos escapaba Alberto Gómez. “La Liebre” era el comisario que liberó la zona para el crimen de Cabezas, y nos había llegado el dato que, veinte años después, descansaba en una casita de la familia en Valeria del Mar. Luego de una semana de guardia, de estar cada día ocho horas en un auto bajo el sol costero, Gómez salió del hogar en un auto con varios pasajeros. O eso creíamos: era una maniobra de distracción de la familia, que nos había visto, mientras que el retirado policía escapaba hacia otro lado. Cuando Lerke -siempre Lerke- se dio cuenta de la tramoya, pisó el acelerador como si fuera un piloto de fórmula uno. Juro que superamos los 200 kilómetros por hora, mientras que esquivaba autos a diestra y siniestra. Si no nos matamos es porque el Flaco tenía razón sobre la verdadera profesión de Dios. "Viste pibe, ¿qué te dije?", sentenció luego de que Gómez aceptara una entrevista -la única que dio desde 1997, que luego fue distinguida por Adepa- con tal de que dejáramos de acosarlo en la puerta de su casa.

Hay mil anécdotas más con el Flaco, como tienen todos los que tuvieron la suerte de trabajar con él. Gabriel Michi recuerda una, de cuando perseguían al entonces presidente Menem en Pinamar. Lerke, en la adrenalina del momento, perdió las llaves del auto que había alquilado la Editorial. Pero nada paraba al Flaco cuando se trataba de hacer una foto, y con la cámara rompió la puerta del auto y luego el tablero, y prendió el auto jugando con los cables, como en las películas.

Aníbal Fernández casi arrastrado por una ola
También capturó el momento en que Aníbal Fernández casi es revolcado por una ola.

Mariana Abiuso compartió otra. Encontraron a un personaje que estaban buscando, pero en una circunstancia delicada y compleja para la protagonista de la nota. Cuando esta apareció el Flaco gatilló su cámara, pero el padre de la chica, que de casualidad estaba presente, se abalanzó sobre Lerke y Abiuso. A ella la empujó, y al Flaco le dio una trompada en la cara. Cuando el fotógrafo se recompuso miró muy serio a la periodista y le prohibió que contara lo del ataque. “Tenemos la foto, listo. Si contamos que nos pegó la nota va a ser esa, y el tipo es el papá”, le dijo. Abiuso cuenta que esa fue la primer cosa que le enseñó el Flaco, pero no la única.
 

 

La última vez que lo vi, en su cama de hospital, el Flaco me volvió a cautivar. Sobre la ventana, al lado suyo, Lerke había apilado viejas credenciales suyas de ARGRA, la asociación de fotoperiodistas, junto a fotos con su familia.

A ese tipo perdimos hoy. Un fotógrafo que fue maestro de varias generaciones, pero también un amigo entrañable. Te vamos a extrañar mucho, Flaquito querido. Ah, y si en una de esas tenías razón, hacete una selfie con Dios. Después me la mostrás.    

 

En esta Nota

Juan Luis González

Juan Luis González

Periodista de política.

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