Maximiliano Lautaro Joel Maturano tenía 18 años. Las últimas imágenes que se conocieron de él, registradas por una cámara de seguridad, son escalofriantes: dos hombres lo bajaron de un auto maniatado y con una bolsa en la cabeza, lo tiraron al suelo y lo ejecutaron. Todo sucedió a plena luz del día en la entrada de un club de Billinghurst, partido de San Martín. La autopsia determinó que había sido torturado. Su rostro tenía quemaduras de cigarrillo. Pronto se supo que la Justicia lo buscaba por un homicidio ocurrido en el 2021 y los investigadores creen que se trató de un ajuste de cuentas.
El caso está lejos de ser una excepción. Basta con repasar las noticias policiales de los últimos dos meses para observar que la violencia en el Conurbano bonaerense es descarnada.
En Villa Hidalgo, hace dos semanas, hubo un triple crimen por encargo. Poco antes, en un “velorio tumbero”, cuatro jóvenes fueron detenidos por disparar al aire con ametralladoras; el grupo estaba despidiendo a un adolescente de 17 años que recibió un escopetazo durante un ajuste entre bandas en Billinghurst. En Merlo, la Justicia investiga un misterioso homicidio: un hombre de 32 años fue ejecutado de un tiro en la sien cuando viajaban en su vehículo, que apareció en una zanja. En Isidro Casanova, un oficial de la Policía Bonaerense que estaba suspendido por supuestos vínculos con comerciantes de estupefacientes fue baleado en el rostro. En González Catán, el jefe de la barra de Laferrere, Fabricio Martínez, se trasladaba en su VW Vento cuando dos sicarios lo alcanzaron; dispararon más de 40 veces en pleno centro. En Ciudad Evita, un hombre fue sorprendido cuando llegaba a su casa por otros dos que dispararon y lo mataron; estaban asociados a diferentes bandas. La lista es de no acabar.
Todos estos episodios comparten características: no son homicidios en contexto de robos, por ejemplo, sino que responden a los patrones del crimen organizado. Y, mientras Rosario es noticia todos los días por la violencia brutal de las bandas que disputan territorio, en el Conurbano estos delitos tienen sus propias características.
Miradas. Las cifras de este tipo de delitos no son fáciles de rastrear y, de hecho, fuentes del ministerio de Seguridad de la provincia de Buenos Aires aseguraron a NOTICIAS que este no es un fenómeno desmadrado, sino que se trata de “episodios aislados alimentados por la prensa”. De hecho, sostuvieron que el delito en territorio bonaerense está en baja aunque no hicieron referencia a ningún estudio que lo demuestre. Marcelo Saín es docente e investigador en la Universidad Nacional de Quilmes y fue ministro de Seguridad de Santa Fe. Según él, “es imposible tener una política de gestión del crimen si no lo medís, y acá nadie mide ni tiene estadísticas”.
Uno de los últimos estudios es el de la Procuración provincial sobre estupefacientes y da cuenta de un aumento de casos. Según el documento, que se basa en los expedientes iniciados, los distritos judiciales más complicados en cuanto al crecimiento de bandas criminales son Lomas de Zamora, Quilmes y San Martín.
Desde el ministerio que conduce Sergio Berni descartan cualquier semejanza entre el Conurbano y Rosario. Sin embargo, para Esteban Rodríguez Azueta, la situación sí es comparable. El experto, investigador de la Universidad de Quilmes, director de la revista Cuestiones Criminales y del Laboratorio de Estudios Sociales y Culturales sobre Violencias Urbanas (LESyC), aseguró: “Son conglomerados urbanos a 300 kilómetros de distancia con realidades sociales semejantes. El universo transa, con todas sus cocinas, no es patrimonio de Rosario. En el Conurbano también se las encuentra y prueba de ello es la resaca que se fuma, la pasta base que se rasca del fondo de la olla para venderla entre los más pobres, mientras la porción de mejor calidad se deja para la exportación o se destina a usuarios con otra billetera”.
Y agregó: "La violencia empieza a ser la gramática para dirimir conflictos o acumular respeto. ¿Por qué? Porque, ahora, además, hay más circulación de armas. Ahora bien, lo que estamos viendo es que la Bonaerense ya no es un leviatán azul, es un cachivache, se ha fragmentado. Por eso, la pregunta que nos hacemos es: ¿qué capacidad de regulación tendrá esta policía?". Rodríguez Azueta señala que la baja de homicidios dolosos es real pero aclara que "ya se sabe que hoy día no son un criterio para pensar la circulación de violencias altamente lesivas".
Saín coincide pero considera que hay características diferentes. Para él, el sicariato en el Conurbano es una realidad pero, a diferencia de lo que pasa en Rosario, en territorio bonaerense aún es un poco más “profesional”. “San Martín es el ejemplo de un fenómeno que vemos cada vez más. Desde hace unos cinco años, en esa zona se rompió el equilibrio que existía gracias a una especie de acuerdo establecido entre el mundo criminal y la policía. ‘Mameluco’ Villalba, por ejemplo, había organizado un sistema de distribución de cocaína a sabiendas de que la violencia no sirve tanto porque trae los ojos de la prensa y pone nerviosa a la política”, aseguró el experto.
Sin embargo, desde que empezaron a caer los líderes, el mapa criminal comenzó a transformarse y las disputas por la hegemonía territorial trajeron más violencia. El gran problema de Rosario, según Saín, es que los cabecillas de las bandas no están dispuestas a entregar el mando y “delegan todas las tareas en soldaditos y jóvenes sin experiencia que no saben negociar o pactar con la policía”.
En la provincia de Buenos Aires, el recambio del poder se da en otros términos y la caída de personajes como “Mameluco” habilitó la llegada de otros como "El Rengo" Pacheco o "Alicho", que bien lejos están de ser soldaditos. “En muchos lugares del Conurbano se desató una guerra porque las bandas se empezaron a fragmentar y, cuando se fragmenta el mundo criminal, también lo hace la policía que no sabe a quién responder. El problema de fondo es que nadie se hace cargo”, sostuvo Saín.
Rodríguez Azueta sumó otro factor: “El problema es que tenemos una Justicia que está en otro planeta y que mira los problemas por el ojo de la cerradura, que recorta y descontextualiza los conflictos. La forma en que trabaja la Justicia es una manera que favorece a la expansión de los mercados ilegales”, agregó.
Comentarios