En una mesa llena de varones hay una persona que desentona. Es de mediana estatura, de contextura menuda y de una dicción impecable que comunica múltiples significados. Se llama Carolina Castro, dirige una empresa autopartista que emplea a más de 500 personas e integra el Comité Ejecutivo de la Unión Industrial Argentina. Forma parte del 4,7% de las mujeres argentinas que alcanzan puestos de dirección o jefaturas en el sector privado, casi la mitad que sus pares varones.
Que en pleno siglo XXI llame la atención que las mujeres ocupen espacios de dirección parece absurdo, considerando además que el 60,6% tiene educación secundaria completa o superior, 5 puntos porcentuales más que los hombres. Incluso, sobre este tema, admitió su incomodidad el propio presidente Alberto Fernández, luego de que a mediados del año pasado se viralizara en las redes sociales una foto del encuentro con los principales empresarios del país en la Quinta de Olivos. Lo llamativo no fueron los temas que se trataron sino el hecho de que no había ni una sola mujer.
Los obstáculos profesionales que enfrentan las mujeres es lo que se conoce como techo de cristal, una barrera invisible pero real que impide que escalen hacia arriba en la jerarquía de las organizaciones, tanto públicas como privadas. Esto no responde a la falta de capacidades o formación sino que se debe a estereotipos de género fuertemente arraigados en la sociedad y al trabajo doméstico no remunerado.
En el ámbito privado, en especial en el de las industrias pesadas, existen mujeres en posiciones de mando que llevan adelante una revolución feminista silenciosa. Personas que reconocen el privilegio de pertenecer a ese grupo exclusivo de menos del 5% de mujeres en cargos directivos. Y no solo no se olvidan de su recorrido, sino que lo capitalizan para propagar un mensaje alentador. Reivindican e impulsan la agenda de inclusión y diversidad desde una óptica novedosa si se tiene en cuenta que, en el imaginario colectivo, generalmente la agenda de género se asocia a la militancia de izquierda, a los bombos y todo lo relacionado a la efervescencia de la liturgia popular.
Quiénes son
Las feministas del management trabajan por la igualdad, dan charlas en foros, escriben libros relacionados al empoderamiento femenino y se le ríen en la cara a los mandatos patriarcales en el ámbito laboral privado. “Creo que todos los varones que me acompañan en la conducción de la UIA reconocieron en mí a una industrial más, que yo estoy ahí para aportar en lo que respecta a entender nuestros sectores y dialogar con el Gobierno, es decir, todo el contenido técnico que hace a una cámara empresarial. Mi rol no es distinto al de ellos, y creo que eso es lo que tiene que ir pasando en cada ámbito de la sociedad, que la presencia de lo diverso no resulte extraño”, señala Carolina Castro.
Rita Cosentino dirige una empresa metalúrgica situada en Caseros, provincia de Buenos Aires. Reconoce que su caso es excepcional y que tuvo la suerte de contar con el apoyo de su familia, especialmente de su suegro, quien fundó la empresa en 1961. Sin embargo, esta industria sigue siendo un ámbito muy masculino al que no solo es difícil que las mujeres ingresen sino que las que lo hacen lidian con prejuicios que se reflejan en las tareas cotidianas.
“En el camino existieron dificultades relacionadas al trato con hombres en mi rubro, dado que se entiende que la mujer no tiene expertise o conocimientos relacionados a la empresa metalúrgica. Entonces necesité demostrar que era capaz de llevar adelante las tareas, ya sea desde la producción hasta abrir nuevos mercados o manejar las finanzas de la empresa. Fue un doble trabajo”, cuenta Cosentino, quien recientemente incorporó a Natalia al área de depósito de la fábrica, una persona originalmente contratada para trabajos de limpieza, uno de los trabajos más asociados a lo femenino, junto con las tareas de asistencia y la docencia.
El mundo de la comunicación y los recursos humanos también obedece a estas lógicas feminizadas. Mercedes Ruiz Barrio dirige el área de Estudios de Estrategia para Latinoamérica de una multinacional de investigación de mercado y opinión pública. Afirma que el hecho de ser mujer no fue un impedimento, pero reconoce que haber tenido mujeres como jefas al inicio de su carrera marcó una diferencia: “Ellas eran la generación que había logrado romper con algunos paradigmas a partir de haberse graduado en la universidad y montado su propia empresa. Sé que muchísimas mujeres sufren discriminación, pero no fue mi caso. La mía es una historia de empoderamiento absoluto de un grupo de mujeres que eran con las que yo trabajaba”. Además, afirmó que en el mundo del research el género no influye en la formación profesional, sino que lo que más pesa es la dedicación, el esfuerzo y la capacidad. “Para alcanzar un puesto directivo se empieza desde el primer día y trabajando mucho. A lo largo de mi carrera tuve muchos jefes hombres que no fueron ni misóginos ni discriminatorios, sino todo lo contrario”, concluyó.
En general, existe una demanda implícita hacia las mujeres que tiene que ver con una mayor exigencia, con la necesidad de demostrar mayores calificaciones o capacidades para un puesto, sumado a tener que lidiar con prejuicios machistas que provienen tanto de varones como de mujeres. La ambición, el carácter “fuerte” y la capacidad de mando son cualidades que cuando una mujer las posee muchas veces se canalizan como algo negativo, algo que no sucede con los varones. Esto tiene que ver con los mandatos culturales en torno a la sumisión, a la exigencia de perfección, prolijidad y organización, pero también al hecho de no poder cometer errores que dificulten aún más alcanzar posiciones de liderazgo. Estos aspectos se suman a la carga asociada a las tareas de cuidado (con énfasis en la maternidad) y su impacto en el recorrido educativo y profesional.
“Que las mujeres a veces no se atrevan a participar en determinados ámbitos de dirección tiene que ver con la cultura machista instalada, llevará tiempo cambiar la idea de que tenemos que demostrar que sabemos hacerlo o que tenemos las capacidades. Creo que no es solamente responsabilidad de los hombres que nos den el lugar sino también de nosotras mismas de atrevernos y poder equivocarnos”, reflexiona Cosentino.
Con la explosión del movimiento de mujeres a partir del grito de #NiUnaMenos para terminar con la violencia machista, y pese a las brechas que aún persisten, es evidente que estamos frente a un cambio de paradigma. Se trata de promover un cambio cultural en todos los sectores sociales que permita equilibrar la balanza entre varones y mujeres en el acceso al mercado de trabajo, y las mismas posibilidades de acceder a la cadena de mando, así como la reducción de la brecha salarial en todos los niveles.
“En la base de la pirámide necesitamos más mujeres trabajando en una diversidad de sectores donde hoy no están, como por ejemplo en la industria, que es de donde vengo yo. De cada diez personas que empleamos solo dos son mujeres. Es muy poquito. Y ese número tiene que cambiar para que después en la jerarquía vayan apareciendo supervisoras, jefas y gerentas”, comenta Castro.
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