Pudo dar un paso al costado para que el partido Azul y Blanco pueda formar con el Likud un gobierno de “gran coalición”. Por muy poco, pero fue Benny Gantz quien ganó la segunda elección de este año. Sin embargo, Benjamin Netanyahu siguió aferrándose al poder. Tampoco dio un paso al costado cuando el fiscal general Abichai Mandelbit lo imputó por tres delitos de corrupción. En lugar de eso, se victimizó denunciando un intento de “golpe de Estado” y conspiraciones externas.
Antes de que se convirtieran en imputaciones las denuncias de corrupción que lo rondaban, Ehud Olmert había renunciado como primer ministro y como jefe de Kadima para no dañar al gobierno y a su partido. Pero Netanyahu no quiere terminar como el sucesor de Ariel Sharon: encarcelado en la prisión de Maasiyahu.
Por eso el líder que superó en permanencia en el cargo a David Ben Gurión se aferra al poder de tal manera que parece autoincriminarse. En definitiva, si confiase en demostrar su inocencia en los casos de fraude, cohecho y abuso de confianza por los que será procesado, habría permitido el “gobierno de unidad” que propuso el presidente Reuven Rivlin y que aceptó el vencedor de la última elección, pero con otro primer ministro.
Los proyectiles lanzados desde Gaza, los batallones iraníes que operan en territorio sirio y las milicias de Hezbolá en el Líbano son algunos de los argumentos para justificar su permanencia. Pero la historia muestra que no es imprescindible para la defensa de Israel. El general Gantz no es precisamente una paloma.
El crepúsculo del poder de Netanyahu es sombrío. La elección de abril fue un empate con leve ventaja para el primer ministro. Pero no pudo formar gobierno porque el socio secular de su coalición conservadora, Avigdor Lieberman, no quiso reeditar la alianza con los partidos religiosos.
Tras fracasar en el intento de formar gobierno, correspondía que le diese la oportunidad a quien había salido segundo. En lugar de eso, Netanyahu disolvió la Knesset y convocó a votar de nuevo. Y en la repetición de los comicios el que ganó fue Gantz, aunque también por una ventaja muy leve.
Ambos fracasaron en formar gobierno y la única posibilidad de no ir a una tercera elección es el gobierno de unidad entre Likud y el centrista partido Azul y Blanco. Netanyahu lo impidió por aferrarse al cargo y en el Likud empezaron a aparecer voces que reclaman elecciones internas para elegir un nuevo líder. Se atrevieron a hacerlo Guideon Saar y Nir Barkat, dos miembros de peso dentro del partido de los conservadores israelíes.
A esta altura es evidente que, aferrándose el poder, Netanyahu está debilitando al Likud. También es evidente que fortalecería a Israel y a la imagen de su democracia la conformación de un gobierno moderado, con un primer ministro que no esté acusado de corrupción.
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