El argentino Juan Manuel Ballestero, de 47 años, decidió, cuando comenzó la pandemia, lanzarse con su velero finlandés “Skua”, de 8,8 metros, a navegar el océano: desde Portosanto, Portugal, hasta Mar del Plata. Estuvo 72 días solo en altamar. Dice que su vida como navegante se debe a los genes de su padre. Desde los 8 años navegaba solo con su pequeño Optimist. No confía en los “títulos”, sino en la experiencia; asegura que las olas bravas no los piden. No planea nada, se sube al barco y sale. Terminará completando la vuelta al mundo en solitario. “Hay que creer en uno mismo”, dijo a NOTICIAS.
- ¿Como fue tu formación como timonel?
Fue en el Club Náutico Mar del Plata a mis 8 años, con Eduardo Ronnau y Pedro Pablo Ventura como instructores. Mi padre me había comprado un Optimist Bordolani, el “Fantasma”, nunca mejor dicho, porque mi experiencia en regatas se terminó con la primera. Dejé de competir, derivé el barco y me fui a la playa de los lobos marinos en la escollera Sur. Después mi aventura fue siempre volver allí. Pasaban los barcos pesqueros y me tiraban camarones hervidos, los comía mientras veía a los demás corriendo el triángulo interminable de regatas. No pude adaptarme a esa disciplina y me corté solo con rumbo desconocido. Así segui durante 4 años.Y cuando no navegaba, me la pasaba remando en el Pichón, el chinchorro del “Surmay”, velero de mi padre. Ya era un solitario. Además, me gustaba bucear, y con mi máscara de buzo, en la pileta descubierta del club, alguna vez encontraba monedas, mis primeros tesoros como pirata, con las cuales iba al bar de la playita, a lo de Hugo y compraba hamburguesas. A los 12 encontré una tabla de surf de mi hermano,14 años mayor, metida en el altillo y me dediqué a ese deporte, dejando de ir al Club Náutico.
-¿Cómo te formaste para la navegación oceánica?
-Bruno Nicoletti, navegante amigo de mi padre, me enseñó a sobrevivir en el mar y a ser quien soy navegando. Fue un antes y un después. Navegamos desde San Fernando hasta Venezuela en un catamarán de 44 pies, el Brumas Patagonia, cuando yo tenía 24 años. La vida oceánica fue para mí una aventura, me era fácil dormir en una litera, no ocupar espacio; el compañerismo de a bordo me encantaba. Abordamos la isla de Trinidad, a 300 millas de Rio mar adentro. Allí buceábamos en apnea y pescábamos con arpón para comer. Al llegar a Venezuela me incorporé como marinero de cubierta a la goleta Invader, de 35 metros, llegando hasta Curazao, donde hice un curso de buceo. De allí en adelante seguí de barco en barco durante casi un año. En el mar se prueba que el conocimiento teórico no es sabiduría. Saber lo que hay que hacer en una tormenta fuerza nueve, con olas, no lo da ningún libro. Hay que estar ahí. La experiencia te permite cruzar el océano como otra persona cruza la Avenida Libertador.
-Contame acerca de la vida de tu padre como marino.
-Lo que me pasa es culpa de mi padre, soy una extensión de él. A los 8 años ya timoneaba su velero doble proa tipo pesquero, el “Surmay”. Él lo había traído navegando desde Buenos Aires. Mas tarde navegué dos veces por encima del naufragio del “7 de agosto”, barco de pesca de altura comandado por él, el cual, cargado de pulpo español, se incendió durante dos días a 200 millas al Sur de Cabo verde, en 1977. Debió abandonarlo con los 20 tripulantes en una chalupa a vela y remo, manteniéndose cerca de la columna del humo para ser visto, hasta que finalmente el barco se hundió. Pasaron dos días en el medio del Atlántico. Ahora, a los 90 años, es modelista naval. En su taller expone entre otros, la goleta “América” de 1851.
-Dicen que hiciste paracaidismo.
-Esa fue una confusión de los reporteros, que ya dicen que soy Rambo. En realidad, volaba en parapente, saltando desde los Cerros Catedral y Otto en Bariloche, a los 23 años. Después, cuando regresé de Hawaii, en 2003, monté una escuela de Surf en Mar del Plata, todos los chicos querían surfear. En el fondo, navego para surfear. Lo que me interesa es encontrar olas perfectas en los lugares a los que voy, por ejemplo, en la costa Atlántica de Marruecos. Mi idea antes de este viaje era ir al Caribe, pasar por el canal de Panamá y entrar al Pacifico para surfear. Ahora pienso llegar allí por los canales fueguinos cuando surja la oportunidad. Básicamente, sería dar la vuelta al mundo. Estuve en la Meca del Surf, en Hawaii. Surfeaba metido en el agua con los mejores del mundo como Killis Later, de 1999 a 2003. Vivía arreglando tablas de surf, también pintaba al óleo las olas que surfeaba. Desde allí, en 2001, fui dos meses a pescar cangrejos y bacalao al peligrosísimo mar de Behring, las islas Aleutianas, en Alaska.
-Tuviste un accidente grave.
-En 2004, mientras cruzaba la calle en bicicleta, fui atropellado por una furgoneta en Barcelona. El móvil venía a altísima velocidad, y me provocó fracturas de cadera, esternón, clavícula, 5 costillas y fracturas expuestas de miembros inferiores. Cuando me cortaron el short y se vio abajo el slip de la Cruz Roja Española, entré por el “tubo” de la Cofradía de guardavidas, bomberos y socorristas. Vino a verme el presidente de la Cruz Roja Española. Estuve 2 meses internado. Estoy lleno de tornillos y pieza metálicas. Cuando finalmente me dieron el dinero de la indemnización, fui al bróker de barcos en el puerto y compré un velero holandés por 20.000 euros, era de acero y estaba repodrido, con el mismo crucé el Atlántico sin más que un GPS de mano y una carta y así llegué a Mar del Plata. Después de casi perder la vida en aquel accidente, aumentó mi resiliencia. No soy el mejor ejemplo de navegante, no planeo nada; me subo al barco y me voy. Me invitaron a una charla en un Club Náutico y me hicieron cientos de preguntas. Les dije que iba a responder una sola, y era cuanto tiempo había tardado. Porque del resto no había hecho ningún cálculo. Hay que zarpar, el barco perfecto no existe. Ni me había hecho apendicetomía. Esa es la incertidumbre mental que a uno le viene en alta mar.
-¿Desde dónde saliste exactamente el 24 de marzo?
-Estaba viviendo en La Graciosa, en las Islas Canarias,en un lugar con olas perfectas para surfear. Se venía la nueva temporada para estar en abril en Formentera, donde tenía mis contactos de chárter para navegar yates de hasta 50 pies. En aquel momento, lo del virus parecía una gripe más, por lo cual navegué hacia el Norte 400 millas durante 4 días, hasta la isla portuguesa de Portosanto. Allí me enteré de la alarma por el virus. Ya no era una gripe. Cuando supe que cerraron la Meca pensé que era muy serio; si ésta se cerró, se pudrió el pastel; la Meca nunca se cierra. Recibí informes acerca de puertos cerrados en Marruecos, Azores, Canarias y Madeira. No quería quedarme allí, a pesar de no haber contagios. Pensé que era como un bombardeo viral mundial y decidí regresar a casa para estar con los viejos. Inmediatamente planeé navegar directo a Mar del Plata, 5200 millas en línea recta. Sin virus, hubiera volado de regreso el 4 de mayo a verlos, el vuelo fue cancelado, así que me largué.
Mi plan posterior era regresar y cruzar el canal de Panamá para ir a Tonga, Samoa y Fiji. Al querer aprovisionarme en cabo Verde, frente a las costas de África, la policía local, armada, a la una de la mañana me impidió entrar chocándome la banda del velero y tuve que partir. Esa noche fui seguido por una misteriosa embarcación, sin establecer contacto. Por no tener gasoil, más adelante tuve que soportar 7 días de terrible calma. Cuando al llegar a casa el 17 de junio, me preguntaron los cálculos que había hecho, dije que no calculo, soy lo que soy, me mando al mar. No me puedo escapar del vínculo con el mar…estoy acá en casa y eso me gusta; pero el barquito esta allí amarrado, solito, frio y me siento como que dejé un hijo allí tirado.
-¿Calma o tempestad, que preferís?
-En tempestad siempre hay algo que hacer. La calma es imposible de aguantar, es la muerte del marino. En la soledad de la calma, aturdido por el VLU por las malas noticias de la pandemia, yo estaba muy alarmado y pensaba que “se estaba muriendo el mundo”; llegué a creer que iba a llegar a casa y no iba a haber nadie, solo el pasto crecido. No podía hablar con nadie, solo recibir noticias desde España. “Murieron mil”, escuchaba sin poder responder. España estaba colapsada. Sintonizaba la radio VLU y mientras navegaba, el mundo estaba tambaleándose.
-¿Dormías de día o de noche?
-Despierto de noche; durmiendo de día, usando el piloto de viento. Durante la noche en el mar, me sentía como un viajero espacial, un astronauta, único ser vivo,dueño de todo el Universo, siguiendo la estrella que me marcaba el rumbo a casa. Siempre hay una estrella que te guía, como la Cruz del Sur o constelaciones visibles. No miraba el compás, sino las estrellas. Escribía cosas a bordo, y comencé un libro que probablemente se llame “Solitario”.
-¿Cuál es tu navegante solitario favorito?
Vito Dumas, intocable, en las tormentas lo grito. Algunos dicen que llamarlo hace que se hunda el barco. Vito cumplió su hazaña en un barco de madera, usando solo sextante y abrigado por un pullover y chaqueta de cuero.
-¿De dónde adquiriste tu fuerza interior?
-Creo en mí, cuando uno encara estas aventuras, le dicen a uno que está loco, me encanta, pero me patina. Si tuviera una apendicitis en alta mar, de última me hago un tajo. Valoro no escuchar a todos los opinólogos que nunca han hecho nada pero que les dan para hacerlo cuando uno está a punto de embarcarse. En ese momento hay que desearle buena suerte y buenos vientos, no peguntar si uno está seguro o si tiene miedo. Yo no tengo miedo por estar solo, el miedo se elige. Nunca pienso estar en el límite. La gente está amontonada y tiene miedo.
-¿Sentis que sos alguien distinto ahora?
Nunca lo había sentido, porque tengo un cruce del Atlántico anterior. Todos somos distintos, quizás yo más, pero por tener capacidad de cortar vínculos y salir al mar. Me encantan los mensajes positivos, nos hacen bien. Me siento más solo caminando por Buenos Aires lleno de gente, donde nadie te mira, todos mirando su celular, que en el medio del océano sin hablar con nadie. ¿Hablar con quién? La gente cree que uno le habla al barco. No hay necesidad de hablar.
Jorge Luis Borges decía: “Cualquier destino por largo y problemático que sea, consta en realidad de un solo momento, en el cual el hombre sabe para siempre quien es”. Juan lo supo ya a los 8 años en el Puerto de Mar del Plata.
*Alumno del posgrado Perfil-USAL.
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