Hace pocos días, la ganadora del premio literario más prestigioso de Japón, Rie Kudan, generó revuelo tras reconocer que cerca de un 5% de su novela había sido escrita con ChatGPT, la ya célebre herramienta de inteligencia artificial. La tecnología avanza a pasos agigantados y, aunque tiene muchísimos beneficios para las sociedades de todo el mundo, cambia algunas realidades.
Pero puestos de trabajo que se resisten a los cambios de época, a donde la llegada de la Inteligencia Artificial y el ChatGTP no es incidente. Profesiones y oficios que siguen en pie no importa cuántos años pasen desde sus inicios. E incluso que se están revitalizando y ganando prestigio.
Gonzalo Gastón Gil tiene solo 32 años y lleva a diario en Jornal, la panadería y pastelería más famosa del barrio de Saavedra, un trabajo que poco ha cambiado con las épocas: los amasados a mano vuelven a ser reverenciados más allá del desembarco de las máquinas en el rubro.
Gil estudió durante varios años e hizo curso con famosos panaderos españoles, y también con el mexicano Luis Robledo: empezó a trabajar a los 19 años y ganó el primer lugar en el Campeonato Nacional de Pastelería Artesanal. “Siempre tuve vocación por la pastelería, desde que era chico y cocinaba en mi casa con mis primos para las reuniones familiares y para las fiestas. Desde que entré al secundario ya sabía que quería estudiar pastelería, más o menos en tercer año empecé a practicar las recetas que tenía en casa y se convirtió en una pasión”, cuenta.
Norberto Schätz se crió entre orfebres, y hoy junto con su hijo, vive la reactivación de Schätz Artesanos. La empresa fabrica herrajes y griferías para el sector de clase media alta y alta de todo el país y se expande cada vez más a la región y Estados Unidos, de la mano de este oficio que suma las más bellas obras.
“Hacemos todo a medida, los arquitectos, los interioristas, los diseñadores, se meten en nuestro catálogo y ven algo que les gusta, ven una idea, pero luego los asesoramos y nos piden exactamente que quieren. Nosotros siempre les decimos que sí, que nos envíen el diseño que quieran y les diremos si es posible o no, pero no vamos a vender algo estandarizado, industrializado”, explica Norberto.
Juan Marcelo Méndez es relojero. Hace 14 años que trabaja para la marca de lujo a nivel mundial, Omega. Los relojes de este tipo de marcas se transformaron con los años ya no solo en una herramienta de uso cotidiano, sino también en piezas de arte y de colección que representan un estilo de vida para sus consumidores.
Méndez fue autodidacta, no tuvo en su familia nadie que le inspirara esta pasión por el arte y la técnica de la relojería. “Ser experto en este tipo de productos es poder apreciar la belleza estética, con materiales preciosos, trabajos artísticos pero también funcionales, y la mecánica de la ingeniería aplicada que consigue medir el tiempo gracias a la utilización de las leyes físicas naturales”, explica Méndez.
Y cuenta que cada día en su trabajo es diferente: “A veces es solo cuestión de aportar todo lo posible para que un cliente haga una compra segura y basada en sus gustos y necesidades, pero en otras oportunidades es necesario hacer intervenciones en los relojes y, en otras ocasiones es necesario investigar para encontrar, reconocer e identificar modelos particulares”.
Daniela Piña tenía 7 años cuando empezó a dibujar vestidos y a ver cómo las mujeres de su familia cosían la ropa de grandes y chicos. En esa época se hablaba de modistas, esas mujeres que hacían los trajes a medida para las señoras de sociedad y los vestidos de novia y de madrinas para las bodas. Pero en su entorno nadie tenía este nivel profesional.
“Vengo de una familia muy humilde y todo el mundo de la moda me parecía un sueño de princesas y quizás eso era lo que más me atrapaba. En la adolescencia, ya me hacía mi propia ropa y la de algunas amigas. De vez en cuando a mamá le desaparecía un mantel, una cortina, era yo que robaba telas para diseñar y coser”, cuenta Dani, hoy dueña de la marca Nahia, que participa en las fashion week de Nueva York.
A los 24 años ya trabajaba en su firma, en ese momento con otro nombre, vivía en la ciudad de Posadas y puso un local pequeño que fue su comienzo. Luego en Centroamérica, donde se casó y tuvo hijos, volvió al país y rearmó su proyecto. Hoy es parte de las pasarelas de Marbella, Nueva York, Dubái y Montevideo, pero también claro, de Buenos Aires y el interior del país. Un rubro "evergreen" más allá de la industrialización en la indumentaria.
por R.N.
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