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SOCIEDAD | 14-06-2020 01:50

Tres relatos salvajes

Un boliviano, un afrodescendiente y un miembro de la comunidad aborigen cuentan anécdotas de la discriminación cotidiana que deben enfrentar.

Félix Díaz es el cacique QOM de la comunidad aborigen “La Primavera” y sabe que su papel es clave en la lucha por los derechos de los pueblos originarios. Hugo es boliviano, vive en Buenos Aires desde que tiene siete años y está nervioso porque en cinco meses va a ser padre por primera vez. Miriam Victoria Gomes es afrodescendiente y, aunque hace poco se jubiló como profesora de literatura y todavía le cuesta asimilarlo, su labor como activista y militante por los derechos humanos es un trabajo que no tiene descanso. 

A simple vista no parecen tener nada en común. Viven vidas distintas y tienen sus propias luchas. Sin embargo, hay algo los une: cada día están expuestos a lidiar con el racismo cotidiano, sistémico y estructural que se vive en la Argentina. “Este es un país mestizo, multicultural, pluriétnico que le hace el juego al ideario de la hegemonía blanca, porque todos se creen blancos y sostienen el mismo discurso”, explica Miriam que viene luchando por los derechos de las comunidades afro en el país desde hace más de 30 años.

Sus historias a veces no tienen voces o son ignoradas, pero ahora quieren hablar y tienen mucho para decir.

Félix Díaz es el líder de la comunidad aborigen Potae Napocna Navogoh conocida como “La Primavera”,  y hace más de 20 años que lucha por los derechos de los pueblos originarios. De muy chico veía a los integrantes de su comunidad trabajar como estibadores en la ciudad de Clorinda, ubicada a 60 kilómetros de donde él creció. Al principio tomaba con entusiasmo este tipo de unión entre “criollos” y aborígenes, pero con el tiempo se dio cuenta que en muchos sitios se les pagaba con comida y no con dinero y que eso no era trabajo, sino esclavitud enmascarada. También notó que “los patrones eligen al indio porque no protesta, ni hace paro”.

“Hoy hemos aprendido a reclamar y exigir derechos y ahí nace el indio malo que a nadie le gusta. El indio que reclama lo que es suyo no es conveniente para los blancos”, reflexiona el cacique, que entiende que se ha creado de forma deliberada una estigmatización del aborigen con el fin de excluirlo. “La sociedad mira al indio como un apestoso, piojoso, vago, borracho drogadicto y hay muchos hermanos que son profesionales pero no son reconocidos para ejercer”, explica Félix en relación a la desigualdad laboral en ámbitos donde el aborigen es infravalorado profesionalmente. “Un indígena con título de maestro se muere siendo auxiliar bilingüe. Un enfermero, como agente sanitario. En un trabajo municipal le pagan dos mil o tres mil pesos mensuales y encima en negro, y si nos quejamos nos amenazan que nos terminan el contrato”, detalla el referente QOM.

Además, Félix hace 20 años que lucha para que le entreguen el DNI a su nieto nacido el 25 de mayo del año 2000 en el hospital Cruz Felipe Arnedo de la ciudad de Clorinda. El establecimiento les dio una constancia firmada por el director del hospital y la obstetra, la cual entregaron al registro civil para iniciar el trámite. “Cuando mi nieto cumplió ocho años fuimos a hacer la actualización del DNI y el delegado nos dijo que iba a estar listo en una o dos semanas. Le dije que necesitaba una copia de la partida de nacimiento, pero me contestaron que estaba en Formosa Capital. Pasaron los meses, los años y siempre nos decían que faltaba un poco más”, relata Díaz.

Tampoco pudo tramitarlo durante el acampe realizado en la Ciudad de Buenos Aires tras la represión que sufrió la comunidad el 23 de noviembre del 2010 en Formosa. “Tramitamos todos los documentos porque los nuestros fueron quemados por la policía provincial. Volví a reclamar el de mi nieto y me dijeron que no se podía hacer en Buenos Aires porque no teníamos la partida de nacimiento. No sé qué más puedo hacer para que mi nieto tenga su DNI. Ya van 20 años”, cuenta el referente indígena, exponiendo el tipo de problemática a la que tienen que enfrentarse las comunidades originarias.

Hugo es hijo de Ramón y Ana. Su familia llegó desde Potosí en el año 2005 y con ayuda de otros familiares ya instalados en Buenos Aires y mucho trabajo, hoy tienen una verdulería en el barrio de porteño de Palermo. Él tiene 22 años y si bien su idea a futuro es estudiar una carrera terciaria o universitaria, actualmente eligió concentrarse en trabajar, ya que en noviembre su novia Jimena va a dar a luz a Paola, su primera hija. Sus peores experiencias las vivió en la noche porteña donde más de una vez han llegado a golpearlo o insultarlo sólo por su nacionalidad. “Siempre tenemos problemas cuando salimos, es muy común. Yo soy tranquilo y no me gusta pelearme, pero muchos amigos ya no se lo aguantan más”, explica antes de comenzar el relato de uno de los tantos episodios vividos.

“Una noche estábamos en un boliche de Palermo. Unos chicos comenzaron a mirarme desde lejos. Ya los reconoces, no importa si son distintos, ya uno se da cuenta”, explica Hugo, y agrega que pasada la noche terminó siendo increpado y hostigado por los dos jóvenes en el baño del lugar. “Cuando quise salir uno de ellos me trabó la puerta mientras otro de atrás me dio una piña en la nuca. Me empezaron a empujar y decir que me volviera a mi país. Esa es una de las cosas que más nos dicen. No son todos así, pero siempre hay un par que te tenes que bancar”, expone el joven. Y se lamenta: “Te arruinan la noche. Cosas así nos pasan todo el tiempo”.

Miriam Gomes

Miriam Victoria Gomes, afrodescendiente de origen caboverdiano, se jubiló como profesora de literatura hace un año, después de ejercer durante tres décadas en escuelas públicas de la provincia de Buenos Aires. Lo que nunca cesó es su lucha por los derechos humanos, sobre todo de la comunidad afro en Argentina y contra el racismo en todas su formas. “Al racismo cotidiano yo le digo 'racismo silvestre', porque es como la hierba que crece sin ser cultivada. Este se contrapone al otro racismo que es el estructural y sistémico y que está en las instituciones”, explica la referente que, como profesora, vio en primera persona cómo los niños de descendencia afro no sólo son atacados dentro del sistema educativo, sino invisibilizados por profesores y maestros que lo toman como una práctica normal en los chicos de esa edad.

Asegura que en el colegio los niños sufren el racismo estructural y sistémico y que esto se ve reflejado en una evidente deserción de estudiantes afrodescendientes del sistema educativo, sobre todo en la secundaria, donde la confrontación racial es muy brutal. “El 'negro', 'chupetin de brea', 'virulana', los chicos no la aguantan. El niño negro sufre mucho en la escuela y eso los acobarda para seguir estudiando. La mayoría no llega al secundario”, explica la profesora Gomes, que también trabaja en un sistema de contención para los chicos que son víctimas de este tipo de situaciones y así lograr que cada vez más niños y jóvenes de la comunidad afro estudien y se formen profesionalmente en Argentina.

Según Gomes, este tipo de discriminación instala un ideario en la sociedad sobre el color de la piel que afecta a los niños ya que piensan que 'si alguien que es blanco, es puro y es lindo, entonces cuando uno es negro no es nada de eso'. “A esos chicos todo el tiempo les dicen 'negro feo', 'mono', 'macaco', y uno puede hacerse el valiente un tiempo, pero esto termina haciendo mella en el espíritu”, reflexiona la profesora.

 

*Alumno del Posgrado de Periodismo de Investigación Perfil-USAL.

por Javier Gutiérrez*

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