“A primera hora de la mañana, incluso antes de que salga el sol, el caza se pone en marcha. Todo vestido de negro, su carga mortal atada al vientre, se pone en marcha. El motor ruge en el silencio de la madrugada". Con esa pluma magistral, Pascale Roze describe en su novela "El caza cero" la experiencia de los kamikazes japoneses durante la segunda guerra mundial. Cualquier parecido con el amanecer de Alberto Fernández en Olivos no es mera casualidad. Así como aquel famoso avión Mitsubishi fue el vehículo de las misiones suicidas de los pilotos nipones, el presidente es el caza cero con una misión sagrada por delante, lograr lo que ningún opositor interno ni externo logró: quebrar al kirchnerismo por adentro, implosionarlo. Quien menos puede reprochárselo es su jefa política, Cristina Kirchner. ¿Porqué lo haría?.
El solo hecho de llamar en 2019 a quien la criticó con mayor ferocidad tras su paso por la jefatura de gabinete tenía implícito el encargo de la revisión, corrección o rectificación de lo que fue la experiencia kirchnerista iniciada a partir del fatídico 54% de 2011, el hito que fue la madre de todos los desvaríos surgidos al calor de semejante apogeo electoral. En particular, esa resonante victoria implicó una fase de homogeneización política que no caracterizó a la primera etapa liderada por Néstor Kirchner, la nominación a la vicepresidencia de un candidato flojo de papeles como Amado Boudou y, por último, el ascenso meteórico de una organización política que, en vida del fundador de este espacio político, no trascendía mucho más allá de los límites del microcine de Olivos. La Cámpora, para que no queden dudas.
“Ni poco ni demasiado, todo es cuestión de medida”, Alberto Cortez dixit. En todo caso, lo que estaba en discusión era la profundidad del service que su tocayo Fernández le haría a la última versión del kirchnerismo. “Aprendimos y vamos a volver mejores”. Así lo explicitaba la propia Cristina en el cierre de campaña de las elecciones 2019, pareciendo dejarle cancha libre a su delfín para abrir una nueva etapa marcada por la revisión obligada tanto de políticas como de ejecutores, algunos de ellos tras las rejas, empezando por el poderoso ex ministro de Planificación Federal Julio de Vido. En ese contexto, el fracaso cruzado reconocido a regañadientes por la propia Cristina y tácitamente por Mauricio Macri ante el baño de realidad de las urnas, le dio unas cuantas fichas a Alberto Fernández para sentarse en la mesa de ruleta del poder.
¡Tampoco tantas eh! El pecado original de ser nominado por su vicepresidenta, le abría al inesperado presidente una ventana de tiempo efímera para hacer pie en el gobierno, una circunstancia bien conocida por alguien que acompañó a un presidente que llegó al poder con el 23% de los votos y fue ungido por un caudillo bonaerense que hasta le dejó un gabinete llave en mano, con un súper ministro de Economía incluido. Sin embargo, el largo estancamiento de una década poco tenía que ver con el proceso de fuerte recuperación económica que Néstor Kirchner heredó de Eduardo Duhalde. Sobre llovido, la pandemia. En ese marco, a la famélica caja de herramientas de Alberto Fernández compuesta por una pinza y un destornillador, pongámosle la vacunación y el arreglo con los acreedores, no le quedaba mucho más que el martillo del “ah pero Macri”.
En tal sentido, la remake del ciclo exitoso del primer kirchnerismo no pasó de ser una quimera que se diluyó en los primeros meses de 2020. Más allá de un par de nombres en común con aquella época, la gestión de Alberto Fernández no llegó a generar una sola noticia positiva que la realidad no se la fagocitara en horas. ¿Alguien se acuerda de la ruidosa victoria temprana alrededor de la ley de interrupción voluntaria del embarazo? En ese marco, ¿cómo podría vender la renegociación de la deuda como un hito cuando los problemas económicos dominan el ranking de preocupaciones ciudadanas y la inflación se encamina a un 50% anual a la par de la pobreza? Asimismo, ¿cómo exaltar las virtudes del proceso de vacunación cuando Argentina compone la galería de países con mayor cantidad de muertos por millón en el marco de una campaña cuestionada por los privilegios de acceso que terminó hundiendo al ministro del área?.
Sin semejante ambiente de frustración e impotencia, resulta imposible explicar cómo un profesional de la política con enorme cantidad de horas de vuelo en su mochila como Alberto Fernández pueda emprender misiones suicidas casi a diario. “Para vivir fuera de la ley, debes ser honesto” dice Bob Dylan en “Absolutely Sweet Marie”. Bajo la propia guía de su maestro espiritual, el famoso cantautor americano le diría al presidente que transgredir un DNU con su propia firma estampada y hasta con fotos posadas, más que una travesura es una pirámide de Keops a la boludez humana. Nadie puede pedirle tanto. Más aún, las medidas de distanciamiento duras nunca gozaron de simpatía en la opinión pública, ¿para que sobreactuar un cumplimiento al estilo de la “aburrida” Suiza y no actuar en mayor consonancia con el “divertido” conurbano bonaerense?
En cualquier caso, porque no pudo, no supo o no quiso encontrar otra variante política, ¿quién puede saberlo?, el delfín de Cristina Kirchner terminó sobrecumpliendo su misión: el kirchnerismo tal como se lo conocía en su última versión quedó pulverizado, son apenas escombros. No volvieron mejores según cualquier encuesta de opinión pública y de acuerdo a la real que se avecina con las urnas, pero está claro que volvieron diferentes. El resultado electoral forzará cambios profundos que, en el extremo, pueden abarcar al propio presidente. Una posibilidad sería vaciar de funciones ejecutivas al actual ocupante de la silla de Rivadavia, convirtiéndolo en un presidente a la europea con un trajín permanente alrededor de las relaciones exteriores. ¿Sería funcional una figura como Alberto Fernández que se ve hasta como para competir en MasterChef?
En tal aspecto, lo que parece más probable es que no existiendo ningún tipo de predisposición de Cristina Kirchner para ponerle el cuero a una misión con altas chances de fracaso, encarar un programa de reformas económicas nunca, rendirse jamás, la pelota quede del lado de los actores del peronismo que con más temor al regreso del macrismo que al propio abismo, se presenten en las puertas del Instituto Patria el mismo 13 de setiembre o 15 de noviembre para presentar sus cartas credenciales. “Si seguimos con el fulbito para la tribuna, nos vamos todos a casa en 2023 Cristina, vos quizás a un destino menos glamoroso que el Calafate, como decía Mauricio, es hoy, es aquí, es ahora”. ¿Serán Máximo Kirchner y Sergio Massa los actores protagónicos de la etapa por delante? ¿Aparecerá en escena un nuevo ministro de economía con look de ministro y sin inexplicables ínfulas políticas? Pronto se sabrá, ¡no va más, colorado el 12!
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