En sí mismo constituye un caso flagrante de falta de empatía, cinismo y autopercepción de pertenecer a una casta privilegiada desacoplada de la dura realidad del ciudadano común (con el que, sorprendentemente, Alberto Fernández dice aún identificarse). El gobierno aún no identifica la manera de que siga escalando; es más, como ocurrió con la filtración del video, en rigor de verdad echa más leña al fuego.
La investidura presidencial, que ya venía erosionándose por la incesante propensión a los errores no forzados y por las indisimulables humillaciones por parte de Cristina Kirchner, ha quedado aún más degradada. Con una economía que sólo produce malas noticias, la inseguridad aumentando y el manejo de la pandemia sin encauzarse, las chances electorales del oficialismo ya lucían comprometidas.
En un sondeo realizado junto a D´Alessio IROL el mes pasado, detectamos que la tasa potencial de retención del voto del Frente de Todos en relación a las elecciones del 2019 era del 82%. Teniendo en cuenta la erosión natural que todos los oficialismos vienen experimentando en el contexto de la pandemia, parecía una cifra razonable. El propio gobierno aspiraba a alcanzar la primera minoría con un umbral del 40%. Sin embargo, el Olivosgate puede debilitar aún más la competitividad electoral de la coalición gobernante. En efecto, en un estudio reciente sugiere que un 24% de quienes votaron a los Fernández hace dos años podrían cambiar ahora de partido.
Más aún, la gran mayoría de ellos (un 79%) votaría por la principal coalición opositora. Seguramente no se registren defecciones en el núcleo duro K. Pero en el votante independiente, moderado y más volátil, que siempre define el resultado de los comicios, este escándalo parece haber impactado de forma severa.
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