Alberto Fernández está por hacerlo una vez más: después de abrazar como propia una causa del cristinismo duro, empieza a ver sus desventajas y rápidamente toma distancia para preservar su imagen. Es lo que hoy ocurre con el caso Vicentin, la megacerealera santafesina a la que el Gobierno intervino por sus abultadas deudas y a la que incluso se proponía expropiar, al menos hasta hace pocas horas. Ahora todo cambió. La reacción del establishment argentino y sobre todo el internacional, las quejas de la oposición y de algunos cercanos como Roberto Lavagna y finalmente el ruidoso cacerolazo del miércoles por la noche preocuparon al Presidente y lo convencieron de la necesidad de enfriar el tema. Ahora ya no se habla del “exprópiese” cuasi chavista, sino que hay una negociación en marcha con los dueños de la empresa y se le ha pedido intervención a la Justicia más que a la política. Una marcha atrás que desilusiona a La Cámpora y a otros militantes duros de CFK, pero que habla de la madurez del Presidente.
Hace doce años, cuando el kirchnerismo avanzó con las recordadas retenciones al sector agrícola, Alberto era jefe de Gabinete y también era más inmaduro, y la historia terminó de forma bastante peor. En aquel otoño-invierno de 2008 aún vivía Néstor, el de “retroceder nunca, rendirse jamás”, el que quería poner a los ruralistas “de rodillas” porque habían desafiado su autoridad con un paro interminable. El propio Alberto al principio estaba consustanciado con el estilo K y le decía al jefe y a la Presidenta –con los que conformaba el trípode decisivo de aquel gobierno– que había que seguir adelante y que la protesta del campo sería, a lo sumo, “un parito de dos días”. Pero le pifió. Y después, cuando quiso deshacer lo hecho y llegar a un arreglo, ya no fue posible convencer a los Kirchner.
La guerra contra el campo dejó al borde del nocaut a aquel gobierno, terminó con Alberto eyectado de la Jefatura de Gabinete y mostró cuánto daño puede autoinfligirse un líder que prioriza la pasión por sobre el sentido común, y la venganza por sobre la templanza.
Alberto vivió aquel infierno, seguramente sacó sus conclusiones y hoy parece un dirigente más maduro. Lo demostrará la resolución del caso Vicentin. O no.
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