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OPINIóN | 11-06-2020 12:58

Dejar de oler en tiempos de pandemia: por qué es síntoma de Covid

El coronavirus daña el receptor olfatorio, la conducción del estímulo queda interrumpida y el cerebro no recibe las señales: súbitamente se deja de oler y de saborear la comida. 

Por Stella Maris Cuevas-  Otorrinolaringóloga – Experta en Olfato - Alergista- Expresidenta de la Asociación de Otorrinolaringología de la Ciudad de Buenos Aires.

Muchas son las investigaciones otorrinolaringológicas plasmadas en publicaciones científicas europeas en las cuales se comunica la relación entre la anosmia (falta de olfato) y la Covid-19. En ellas se informa que, sobre la base de cuestionarios realizados a voluntarios que padecieron la enfermedad, y luego de recibir el alta, aún presentan anosmia y continúan con alteraciones del sabor (recordemos que el olfato da el 80% del sabor). Esto lleva a la pérdida de apetito y, en consecuencia, disminución del aporte nutricional.

Pero ¿cómo afecta el coronavirus el sentido del olfato y del gusto? Repasemos algo de anatomía y fisiología. El neuroepitelio es una capa de células ubicado en la nariz, más específicamente en una zona que recibe el nombre de pituitaria amarilla y ocupa 5 cm2. Esa zona está rodeada por la pituitaria roja, llamada así por los vasos sanguíneos que la conforman. Por su parte, la célula olfatoria o primera neurona tiene proyecciones que se llaman dendritas y cada una de ellas tienen entre 8 a 20 cilios que se sumergen en los parches de moco. La función del moco es proteger al epitelio olfatorio de las temperaturas extremas y diversas partículas, irritantes y contaminantes presentes en el medio ambiente.

Las partículas odoríferas (los olores) son sustancias químicas que están en el ambiente e ingresan junto con el aire a través de las fosas nasales. El aire llega después a los pulmones y esto nos permite respirar, pero las sustancias químicas, los olores, se “enganchan” a los receptores de las cilias, que tienen las dendritas, e ingresan así a la primera neurona. Esta es la única neurona que está fuera del cerebro. Allí, el estímulo olfatorio se transforma en un estímulo eléctrico y pasa a la parte posterior de la célula. 

Todas las partes posteriores de estas células son terminaciones nerviosas envueltas por una vaina de mielina y forman el primer par craneal, que es el nervio olfatorio. Este atraviesa la lámina cribosa del hueso etmoides para ponerse en contacto con el bulbo olfatorio: así llega la información al cerebro. Pasa por la secuencia olfatoria y, una vez en el rinéncefalo (estructura más antigua del cerebro), llegará el olor. Es allí donde se percibe normalmente, la información se decodifica en la llamada zona entorrinal y se interpreta ese olor.

De esta manera, queda claro que uno huele a nivel cerebral, siempre en el caso que toda esta complejidad esté intacta.

En la Covid-19, el coronavirus tiene afinidad por el tejido neural y afecta al sistema nervioso periférico. El virus daña el receptor olfatorio, la conducción del estímulo queda interrumpida y el cerebro no recibe las señales: súbitamente se deja de oler y de saborear la comida.

El paciente transita por esta discapacidad y, más allá de la incomodidad lógica, lo grave es que se pierde el estado de vigilancia o de alerta que brinda el sentido del olfato: no puede, por ejemplo, sentir el olor del humo en un incendio. Las personas con anosmia también pierden el sabor: son incapaces de reconocer una comida en mal estado, con el riesgo de intoxicarse por ingerir alimentos vencidos.

El sentido del olfato ha sido muy infravalorado, y en esta pandemia, aquellas personas que lo perdieron por Covid-19 pueden dar cuenta de su importancia en la vida diaria. El acto de oler aporta un conjunto de sensaciones, cambios en la conducta, placeres, instintos y todo lo relacionado al bienestar a la calidad de vida. El autovalimiento (higiene personal y limpieza) y las relaciones íntimas también se ven afectadas y generan mucha frustración y depresión.

Muchos pacientes que han transitado por la enfermedad han recuperado el olfato, pero un porcentaje de aproximadamente 35 a 40 % aun no informan mejoría. Ante esta situación, se propone tratamientos con neuroprotectores tipo regeneradores y terapia de rehabilitación, ya que el cerebro tiene capacidad de plasticidad. Para ello, se indican ejercicios, que se acompañan de recuerdos frente a determinados olores: los olores quedan guardados en el hipocampo, estructura cerebral donde también se guardan los recuerdos.

 

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por Stella Maris Cuevas*

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