Saturday 14 de September, 2024

OPINIóN | 27-08-2024 16:36

Ciencia y docencia hacia el exilio

Argentina quedó entre los primeros puestos de países con científicos exiliados. Correlato con la problemática de la formación de las generaciones siguientes.

Argentina quedó entre los primeros puestos de países con científicos exiliados. Los otros en la lista son Siria, Turquía, Etiopía, Irán, Afganistán y Ucrania.

El 13 de junio pasado Science publicó una nota que llevaba por título Scientists in exile (Científicos en el exilio). Si bien el artículo tenía como objetivo conmemorar el Día Mundial de los Refugiados, un dato relevante es que se incluía a la Argentina como una de las naciones con científicos exiliados. Ya sabemos que hemos tenido grandes “fugas de cerebros” en el pasado, pero la razón aquí no era, como en esos otros países, la guerra, la represión política o las crisis climáticas, sino la falta de oportunidades para ejercer la ciencia.

En estos casos el rol de los Estados y de la comunidad científica es crucial para la reinserción de las y los investigadores migrantes. Además de proporcionarles un refugio seguro, se nutren de sus conocimientos especializados, su experiencia y sus habilidades. Al mismo tiempo ello permite a los países de acogida beneficiarse con los conocimientos que poseen los exiliados.

Actualmente es algo bien sabido que la ciencia moderna ha desempeñado un papel de vital importancia en la historia humana, y ya se intuye que en este siglo alcanzará un rol aún mucho más relevante para nuestras vidas. En este contexto, las políticas públicas sobre ciencia y educación son de enorme relevancia para el desarrollo y crecimiento económico de los países. Desde esta perspectiva, las y los investigadores científicos son miembros clave de la sociedad contemporánea.

Ciencia, docencia y universidad

Pero las y los investigadores nos formamos en la universidad y en los centros de investigación. La universidad es un ámbito con diversas finalidades: enseñanza, investigación y transferencia. La relación entre la investigación y la docencia universitaria está altamente imbricada. Las y los investigadores de las disciplinas científicas participan de proyectos de investigación radicados en las universidades y en los centros de investigación. Sus investigaciones producen conocimiento nuevo. Dicho conocimiento luego se transmite a las aulas, donde las y los docentes —que en muchos casos somos también investigadores— forman a las y los estudiantes a partir de los conocimientos adquiridos por investigaciones ya consolidadas y por las investigaciones nuevas de las que participan. En las disciplinas no científicas también se producen investigaciones: en artes, en arquitectura, en diseño, etc. Y allí el circuito de producción y reproducción de conocimiento y de prácticas funciona de la misma manera. Así, la relación entre docencia universitaria e investigación es sumamente estrecha. No hay docencia de calidad sin investigación de calidad. Es más, diría que no hay docencia innovadora sin investigación. No hay enseñanza de conocimientos nuevos si no hay también quienes hayan realizado aportes nuevos en un área de conocimiento a partir de sus investigaciones.

Por otro lado, tampoco hay investigación si no hay docencia. Las investigaciones, para que sean reconocidas como aportes de conocimiento novedoso, deben ser comunicadas. La comunicación se produce a través de diferentes medios: los organismos científicos, las revistas especializadas, los eventos académicos, son algunos de ellos. Pero el lugar principal donde se comunican los conocimientos es en las aulas. Tanto en las universitarias, como también, en distinta medida, en las de la educación inicial, primaria, media y terciaria. En tanto el conocimiento y la ciencia son considerados bienes públicos y sociales para la humanidad, si la investigación no tiene un espacio para ser enseñada a otras y otros, carece de sentido social. En este sentido, no contar con las condiciones materiales adecuadas para la formación de las y los estudiantes, y con las oportunidades para su desenvolvimiento pleno, pone en jaque la propia naturaleza del conocimiento.

 

Paros docentes por salarios dignos

En las universidades públicas iniciamos el segundo cuatrimestre con medidas de fuerza. Quizás incluso sería mejor decir que no pudimos iniciar el segundo cuatrimestre desde el primer día de clases. No solo las centrales sindicales convocaron al paro, sino que hasta las máximas autoridades de las universidades se sumaron y han salido a apoyarlo. La adhesión fue total. Claro, las autoridades de las universidades también son docentes, más allá de sus otras funciones. Es la peor situación salarial que hemos conocido en décadas. El vicerrector de la Universidad de Buenos Aires comentó: “No tenemos registro en la historia de un gobierno que en tan poco tiempo haya hecho un ajuste tan brutal en la educación superior”, a lo que agregó que no se le puede exigir a un docente que continúe dando clases con un salario por debajo de la línea de pobreza. Nunca estuvimos bien pagos, pero nunca peor que en la actualidad. Porque a los salarios de miseria se sumó, desde diciembre, un “sinceramiento” —como lo ha llamado el gobierno— de los precios de los bienes y servicios que hasta triplicó los costos de vida, y que no tuvo su correlato en nuestros haberes. Si los bienes y servicios estaban “atrasados” y “pisados” —otros eufemismos del gobierno—, estos se recompusieron, pero nuestros salarios siguen pisados y atrasados. Y la decisión es deliberada. El gobierno funda su decisión en el equilibrio fiscal. Sin embargo, entre otras cosas, no persigue la evasión, la cual representa casi el doble del presupuesto educativo. La pérdida de poder adquisitivo de los docentes universitarios ronda el 50% en lo que va del año. Lo que estamos reclamando es una recomposición salarial. Y de manera urgente. Las razones son sobradas.

Por un lado, como el resto de la población, fuimos afectados por una devaluación descomunal en el mes de diciembre, acumulando dos meses de inflación extrema: diciembre y enero. En esos meses, los más de 46% de inflación no se recuperaron, y los más de 130 puntos porcentuales de inflación acumulada desde diciembre 2023 a julio no tuvieron su correlato en los salarios de los docentes universitarios.

Por otro lado, consultando distintas fuentes de algunos países cercanos a las que tuve acceso, se puede saber que los salarios docentes universitarios argentinos son los más bajos de la región. En nuestro país, un Ayudante de Segunda —la categoría docente más baja— con dedicación simple (10 horas de trabajo semanales) tenía al mes de julio un salario básico bruto que rondaba los 120.000 pesos. Un Ayudante de Primera con dedicación simple 150.500 pesos y con dedicación exclusiva (40 horas semanales) 602.000 pesos. Mientras que la categoría más alta, la de Profesor Titular con dedicación exclusiva (40 horas semanales y sin posibilidad, por reglamento, de tener otro ingreso que no sea el de la universidad donde trabaja), estaba en 1.075.600 de pesos. A estos números hay que descontarles el 25% por cargas sociales, impuestos, etc. Estamos hablando que, al mes de julio, el salario bruto era de, aproximadamente —1 $AR = 0.0011 USD—, 1.183 dólares mensuales para la máxima categoría docente, la cual implica, además de las clases, la dedicación a la investigación, publicación de papers, participaciones en congresos, y un largo etcétera de actividades académicas; y de 165 dólares mensuales para la categoría más baja. Si calculamos al dólar blue, el resultado es peor aún: 850 dólares para el primer caso y 90 para el último.

En Chile, por ejemplo, el salario básico de un Profesor Titular de universidad pública con dedicación exclusiva (entre 40 y 45 horas semanales de trabajo, y bajo las mismas condiciones reglamentarias que en nuestro país), es de 2.195.000 pesos chilenos, es decir 2.415 dólares —1 $CLP = 0.0011 USD—. Al mismo valor de cambio que en Argentina. Ese es el salario básico. Con complementos asciende a 4.720.000 pesos chilenos para la máxima categoría. En el otro extremo, el docente instructor, también con jornada completa, tiene un salario básico de 907.000 pesos chilenos, es decir 997 dólares. Un salario casi igual que el de un Profesor Titular con dedicación exclusiva en Argentina. En Perú, el salario de un Profesor Principal (análogo al Titular nuestro) con dedicación exclusiva o completa asciende a 8.470 soles —1 Sol= 0,27 USD—, o sea 2.287 dólares. La categoría menor, la de Auxiliar, también con dedicación completa, es de 4.958 soles peruanos. En Uruguay, un docente universitario inicial con dedicación completa tiene un haber mensual —a enero de este año— de 76.000 pesos uruguayos, mientras que la máxima categoría, la de Docente Senior, asciende a 156.000. Es decir, 1.900 dólares para un Docente Inicial y 3.900 dólares para un Docente Senior —1 $UR = 0.025 USD—.

Hay que aclarar, por último, que en varios de los países citados, además de pagarse complementos por antigüedad y por investigación, también se contemplan remuneraciones extra por publicaciones y por ponencias en eventos académicos.

 

Salario básico bruto en dólares
Gráfico

 

Y por último, si tomamos en cuenta la investigación que realizó recientemente la Universidad de Buenos Aires sobre el costo de vida de nuestro país comparado con el resto de la región, e incluso con algunas naciones europeas, la situación es catastrófica. Solo una guerra sería peor.

 

Ciencia y docencia hacia el exilio

Todo lo dicho hasta aquí debe considerarse también en el contexto del artículo de Science. En los últimos meses, varios colegas y amigos docentes e investigadores me vienen consultando      cómo acreditar para concursar en universidades españolas y radicarse en el exterior a raíz de la situación del país. El diagnóstico es crítico. Si la situación salarial no cambia drásticamente en estos próximos meses, se prevé un nuevo brain drain. Ya lo había anticipado en otra nota. La falta de inversión, o mejor aún, la desinversión en ciencia y educación —ya no son más Ministerios— tiene graves consecuencias para el desarrollo productivo del país. El exilio de quienes producen y reproducen los nuevos conocimientos no solo tiene consecuencias más o menos inmediatas, sino también a largo plazo. Por un lado, la huida “por expulsión” de docentes e investigadores al exterior en busca de mejores oportunidades conduce a la pérdida de profesionales valiosos que producen conocimientos que bien podrían ser exportados y generar ingresos económicos para el país, si contaran con las condiciones adecuadas aquí. Al mismo tiempo, el exilio significa el aprovechamiento de recursos formados en nuestro país para beneficio de otros. “Con la nuestra…” formamos profesionales, docentes y científicos para que se beneficien otros países.

Por otro lado, todos los profesionales del país y gran parte de los miembros de los distintos gobiernos se han formado en las universidades, públicas o privadas. La fuga de recursos docentes e investigadores tiene como correlato la problemática de la formación de las generaciones siguientes. Si aquellas y aquellos mejores capacitados para la enseñanza y la investigación migran al exterior en búsqueda de mejores oportunidades y condiciones profesionales, ¿quiénes transmitirán los conocimientos a las futuras generaciones? Quienes se queden. ¿Quiénes se quedarán? ¿Los que no puedan irse por falta de recursos y/o competencias? ¿Los que no quieran irse, pese a tenerlos? ¿Será solo una cuestión de patriotismo? La cuestión no puede reducirse a una única causa, pero es sabido que la falta de proyección personal produce migraciones. En la Europa de inicios del siglo XX, aún antes de las Guerras Mundiales, familias enteras migraban a América en busca de mejores oportunidades y condiciones de vida. Cuando la patria (el término “patrîa” en latín tiene la misma raíz de “pater”, “padre”) deja desamparados a sus hijas e hijos —y aquí los deja desamparados a sabiendas—, es muy posible que suceda el movimiento de flujo contrario al que se estuvo dando hasta ahora en nuestro país: que dejemos de ser receptor de inmigrantes para convertirnos en un país expulsor que incentive la emigración. Esperemos que eso no suceda y que lo dicho aquí pueda ser muy pronto refutado empíricamente. Aunque lo dudo, al menos eso espero.

No me importa no tener razón. Me importa mucho más que podamos crecer y desarrollarnos profesionalmente en nuestro país y que no nos veamos obligados a emigrar para vivir adecuadamente. Me importa mucho más que las miles y los miles de docentes e investigadores de nuestro país puedan proyectar su futuro aquí, en pos del beneficio de nuestra patria y de sus futuras generaciones, pero sabiendo que su (nuestra) efímera vida es una vida digna de ser vivida aquí.

 

* Gastón G. Beraldi es Doctor en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Profesor Titular de Filosofía e investigador de la Universidad de Buenos Aires. Profesor invitado de las universidades de Zaragoza, Granada y Complutense de Madrid (España).

 

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