“Si no escala, no existe”, parece ser el leiv motiv que define la conflictividad permanente que hay en Argentina.
Con un sistema político disfuncional pero resiliente, es un país que no resuelve problemas: por el contrario, los perpetúa. Sin embargo, ese sistema político no se rompe: se adapta a su propia ineficiencia, se reinventa profundizando la decadencia secular en la que está metida Argentina.
La crisis policial puso de manifiesto esta inusual dicotomía. Se reconoció la legitimidad del reclamo pero se cuestionaron las formas, respaldando a un gobernador y a un presidente cuyos liderazgos estaban siendo desafiados por una fuerza policial mal paga y peor organizada, pero sospechada de corrupción y connivencia con el crimen organizado.
Como ese, otros problemas estructurales no resueltos provocan el nivel de conflictividad que hay hoy en el país.
Esto se manifiesta en la perenne incapacidad de un Estado que no sabe, no puede o no quiere brindar los bienes públicos esenciales que demanda la ciudadanía: seguridad, justicia, educación, salud, infraestructura básica (incluyendo vivienda, agua y cloacas) y cuidado del medio ambiente. Peor aún, ni siquiera debatimos seriamente cómo reducir la inflación, una pandemia que sólo afecta a la Argentina, a Venezuela y un puñado de Estados fracasados más.
Tampoco tenemos mecanismos de detección temprana de conflictos sino que todo escala rápidamente porque se reacciona sólo cuando es demasiado tarde, sobre todo cuando los acotes involucrados logran repercusión mediática. A menudo, la falta de liderazgos legítimos dificulta la resolución de los conflictos. Un perfecto círculo vicioso que nunca, hasta ahora, intentamos desmembrar. Es la gran asignatura pendiente que tenemos como sociedad.
Sergio Berensztein, Doctor en Ciencia Política y Licenciado en Historia.
por Sergio Berensztein
Comentarios