Si Julio Grondona, presidente de la AFA por treinta y cinco años (1979-2014) llegó a admitir que debía agradecer a la fortuna de haber ascendido como dirigente gracias a Ricardo Bochini en Independiente y a Diego Maradona en la Selección, y afirmó en más de una oportunidad que de la Silla de Viamonte sólo lo sacarían “con los pies para adelante”, la situación de Claudio “Chiqui” Tapia, luego del Mundial de Qatar, no parece diferente y todo indica que se irá atornillando a uno de los puestos más apetecidos por el ambiente del fútbol nacional.
Lo de Tapia, aunque más desprolijo, desarticulado y de más bajo perfil que “Don Julio”, se va pareciendo cada vez más al armado inicial de su ilustre predecesor, que se rearmó y pudo continuar sin problemas en el cargo luego de que la selección ganara el Mundial de México 1986 cuando pocas semanas atrás debió capear el temporal con el intento de golpe de Estado futbolero del gobierno de Raúl Alfonsín, que no gustaba de la estética de juego del equipo de Carlos Bilardo pero que luego debió rectificarse.
No es muy distinto lo de Alberto Fernández con Tapia, siempre huyendo de acompañarlo en las fotos y manteniendo una respetable distancia y hasta pasó por su cabeza un cambio aunque no tanto acerca de los que se sentaban en los bancos de suplentes sino en los sillones mullidos del edificio del centro de Buenos Aires. El Presidente nunca comulgó con él pero al revés que en los ochenta, los resultados del equipo de Lionel Scaloni no ofrecieron flancos y todo pasó por la cuestión política, con algunas situaciones impresentables.
Tapia, a diferencia de Grondona, prefiere no hablar con los medios. Le bastó con acercarse a algunos jugadores claves en la Copa América Extra de los Estados Unidos en 2016, cuando la AFA navegaba en la incertidumbre, a punto de ser intervenida, y erigido en presidente meses más tarde, en marzo de 2017, entendió que convocar a Scaloni a la selección argentina, a falta de grandes candidatos por el rechazo que la institución generaba en los más cotizados, podía operar como sidecar. Los dos, inexpertos, podían ayudarse mutuamente a salir de la coyuntura, y el plan resultó.
Tapia, a su manera, sigue haciendo grondonismo. Sabe lo principal, que lo que termina importando para mantenerse en el poder es lo que ocurre con la “Cancillería” de la AFA, que es la Selección. Y eso le permite seguir apoyándose en los “muchachos” del Ascenso Unido, a los que, ahora con más poder, tratará de seguir beneficiando tratando de que sus clubes asciendan más rápido pergeñando para eso un torneo estrambótico, una vez logrado que su Barracas Central (como el Arsenal de Don Julio) aterrice en Primera.
No importarán ni los más que desprolijos torneos -cuyos derechos de transmisión casi nadie quiere comprar en el exterior porque no se entienden ni se creen-, ni el nivel de los arbitrajes, ni las tribunas vacías con horarios imposibles, ni hasta dónde llegarán las apuestas, ni que siga habiendo muertos por violencia cuando desde hace una década no pueden asistir los hinchas visitantes. O que el federalismo sea una utopía.
A Tapia, firme en el poder ahora con la Copa del Mundo en las vitrinas, sólo le falta colocarse un anillo que diga “Todo Pasa”, acercarse un poco más a Gianni Infantino, el presidente de la FIFA, y terminar siendo “el vicepresidente del mundo”, aunque todavía le quede mucha sopa por tomar.
(*) Periodista y sociólogo, autor del libro “AFA, el fútbol pasa, los negocios quedan” (Autoría, 2016).
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por Sergio Levintsky
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