Tuesday 3 de December, 2024

OPINIóN | 17-05-2021 16:50

Cuando la política aplasta la economía

Nunca existe lo suficiente de algo para satisfacer las necesidades de todos.

S egún Thomas Sowell, “la primera lección de economía es la escasez, ya que nunca existe lo suficiente de algo para satisfacer las necesidades de todos. La primera lección de la política es olvidar la primera lección de economía”. Aunque el destacado pensador norteamericano no aludía específicamente a la Argentina, sabrá que ningún otro país ha hecho más para darle la razón, acaso porque durante décadas tantos personajes hicieron de lo de “país rico” una seña de identidad que no estaban dispuestos a sacrificar por algo tan antipático como la mera realidad.

Desde hace mucho más de medio siglo, aquí los políticos más populares han hecho gala de su voluntad de pasar por alto los números estigmatizantes que no les gustan. Aquellos que procuraron hacer algo más que administrar la decadencia, no sólo fracasaron sino que también serían considerados por muchos los culpables del estado calamitoso de la maltrecha economía nacional, una costumbre que los voceros del gobierno actual están resueltos a perpetuar toda vez que se encuentran con interlocutores de otros países.

Es por lo tanto lógico que tenga a Martín Guzmán en la mira Cristina Kirchner, una política que ha sido sumamente exitosa conforme a las pautas locales, respaldada por una multitud de dependientes que deben lo mucho que han conseguido a la capacidad de la doctora para cosechar votos en el conurbano y a su falta de escrúpulos cuando se trata de ubicar a los suyos en puestos clave. Puede que a su modo el ministro de Economía sea tan keynesiano como Axel Kiciloff, pero aún así entiende que es insensato atribuir la inflación a nada más que la voracidad de comerciantes desalmados, como si en tal ámbito los empresarios argentinos fueran distintos de sus congéneres del resto del planeta, y que seguir gastando un dineral para subsidiar el consumo de energía no tardaría en tener consecuencias desastrosas.

Ajuicio de la vicepresidenta y sus muchos simpatizantes, permitir que Guzmán intente mantener la economía a flote por un rato más les sería tan peligroso como lo que podría suceder si todo se hundiera antes de las elecciones parlamentarias. En última instancia, preferirían el caos a un período de calma relativa que en su opinión podría beneficiar a la oposición “neoliberal”.

¿Y Alberto? Para decepción de muchos, el presidente ha resultado ser un subordinado nato que quiere que la dueña de la empresa de la que es el CEO titular le agradezca por los servicios prestados, pero así y todo parecería que no le atrae demasiado la idea de ser recordado como uno de los responsables principales de una debacle que, de consumarse como prevén los agoreros, sería de dimensiones históricas, de ahí sus intentos de proteger a Guzmán de los lobos kirchneristas llevándolo consigo a Portugal, España, Francia, Italia y el Vaticano con la esperanza de que apoyen sus esfuerzos por convencer a Kristalina Georgieva de que sería de su interés que el FMI se flexibilizara todavía más. Temen que si la búlgara se niega a hacerlo, brindará a Cristina un pretexto para romper con el organismo, lo que a buen seguro tendría un impacto nada bueno para el país.

Sea como fuere, el desafío que enfrenta Alberto es mayúsculo. La mitad de la población ya es pobre; tal y como están las cosas, no extrañaría demasiado que dentro de algunos años casi todos lo fueran y que, a lo sumo, sólo quedaran algunos islotes de bienestar regidos por caciques de mentalidad feudal. Habrá intuido que una Argentina, el país con el que soñaban millones de integrantes de lo que era la clase media más importante de América latina, está agonizando y que tomará su lugar otra que, tal vez, le sea tan irremediablemente ajena como es la Venezuela de Nicolás Maduro al país petrolero relativamente próspero y prometedor del pasado no muy lejano. ¿Es aún posible frenar la caída? A menos que los encargados de gobernarlo cambien de rumbo muy pronto, continuará a una velocidad creciente hasta que, por fin, el país toque fondo al convertirse en una versión gigantesca de lo peor del conurbano bonaerense.

Muchos lo saben, de ahí la viva preocupación que han motivado las vicisitudes más recientes de la frenética interna oficial. Cristina, con el apoyo de sus jenízaros, está claramente dispuesta a ir a cualquier extremo para estimular el consumo popular porque supone que, a menos que lo haga, el Frente de Todos quedará diezmado en las urnas.

Parecería que no se le ha ocurrido que los esfuerzos en tal sentido podrían ser contraproducentes, que en lugar de crear una ilusión pasajera de bienestar como pretende, asegurarán que la bomba que está armando estalle antes de las elecciones aun cuando haya logrado postergarlas un par de meses o más. Aunque el “viento de cola” generado por el aumento llamativo del precio de la soja y otros bienes procedentes del campo que tanto odia sirva para aliviar un poco la situación en que el país se encuentra, no será suficiente como para llenar de plata las arcas gubernamentales y las cajas de La Cámpora. Como muchos han subrayado desde que Alberto se mudó a la Casa Rosada, el populismo sin chequera es un oxímoron.

Aesta altura, muy pocos siguen imaginando que un buen día Alberto opte por ser un mandatario de verdad, que haga uso del famoso lápiz presidencial para echar a todos los funcionarios que no le responden y de tal manera aislar a Cristina. Las bravuconadas que suele proferir no obstante, nunca ha sido un escorpión auténtico, pero ello no quiere decir que tenga que resignarse a ser una rana. De tomarse en serio las encuestas de opinión, una mayoría sustancial de la población repudia a Cristina y lo apoyaría si se animara a obligarla a conformarse con tocar la campanilla en el Senado hasta que por fin la Justicia haya decidido qué hacer con ella. Si bien algunos kirchneristas protestarían con su vehemencia habitual, muchos se adaptarían sin problemas a las nuevas circunstancias políticas.

Como suele suceder cuando un gobierno populista está en apuros, el kirchnerista da a entender que para combatir con mayor eficacia la pandemia, necesitaría contar con más poder de lo que ya tiene, un planteo que, por motivos comprensibles, la gente de Juntos por el Cambio no está dispuesta a consentir. Desde su punto de vista, la devastación que está causando la “segunda ola” no puede atribuirse a la negativa de Horacio Rodríguez Larreta a prohibir las clases presenciales en la Capital Federal sino al sinfín de errores perpetrados por el gobierno nacional y, desde luego, la relación oscura de muchos dirigentes políticos con ciertos empresarios del sector farmacéutico.

Integrantes del frente opositor quieren saber exactamente qué sucedió entre el gobierno y la empresa norteamericana Pfizer que, por razones que no se han aclarado, en efecto está boicoteando a la Argentina a pesar de haberla usado como campo de prueba, y con la británica AstraZeneca, si bien se supone que en este caso los problemas de producción han contribuido mucho a demorar la llegada de los millones de dosis prometidos. Mientras tanto, algunos, encabezados por Elisa Carrió, sospechan que la compra de vacunas rusas y chinas tiene connotaciones geopolíticas siniestras; dicen creer que, como ocurrió en la “década ganada” por el kirchnerismo, Cristina prefiere a potencias autoritarias, cuando no dictatoriales, a Estados Unidos y Europa donde hay demasiados grupos de presión que son reacios a minimizar la importancia de la corrupción, un tema que no preocupa en absoluto a quienes mandan en Moscú y Beijing.

A inicios de su gestión, Alberto pudo sacar provecho de la pandemia al desempeñar el papel de líder nacional, “comandante” de las fuerzas que luchaban contra las hordas de invasores microscópicos, pero andando el tiempo su manejo de la emergencia motivaría cada vez más críticas. Para él y también para otros mandatarios, incluyendo a algunos europeos, la aparición de vacunas que se habían desarrollado en tiempo récord resultó ser un problema adicional. En seguida, los debates en torno a los pros y los contras de los encierros, los barbijos y el distanciamiento social pasaron a segundo plano al concentrarse casi todos en la capacidad de los distintos países para obtener cantidades enormes de un bien aún escaso.

Huelga decir que en la competencia brutal por las vacunas salvadoras la Argentina pronto se vio rezagada. Le jugó en contra la combinación nefasta de corrupción, con una proliferación de vacunatorios VIP, ineficiencia administrativa, la politización de todo, precariedad financiera y otros males que ya la caracterizaba. Los mismos factores que la empobrecían y asustaban a inversores en potencia tanto nacionales como extranjeros le impedían poner en marcha programas de vacunación equiparables con algunos países vecinos, y ni hablar de los emprendidos por Israel y el Reino Unido, donde ya se habla del fin de la pandemia, o Estados Unidos, donde hay tantas dosis disponibles que hasta los turistas pueden recibirlas sin tener que someterse a trámites engorrosos. Con todo, si bien es probable que sólo sea cuestión de algunos meses, ya que la producción mundial de vacunas está aumentando a un ritmo impresionante, aun cuando el país tenga un superávit de dosis, al gobierno de los Fernández no le será fácil persuadir al electorado de que, en circunstancias atroces, hizo un buen trabajo.

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James Neilson

James Neilson

Former editor of the Buenos Aires Herald (1979-1986).

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