Antes de que comencemos el periodo de confinamiento impuesto por la Pandemia, nuestras actividades de manera silenciosa y en puntitas de pie, iban camino hacia la virtualidad. Sin embargo, la necesidad, con su característica y afilada cara de hereje, las ha llevado a tomar un atajo en el camino, para desviarse y llegar más rápidamente al punto del proceso en el que estamos hoy que, según dicen los expertos, estaba previsto para dentro de dos años. Fue así que, maratónicamente, quedamos sometimos a entrenamientos super intensivos, muy exigentes para los ajenos al discurso tecnológico, quienes no han tenido más opción que adscribirse a pesar de las resistencias, para no quedarse en una absoluta y desolada soledad.
Y lo que antes se presentaba, y a mi criterio se sigue presentando en forma camuflada, como una instancia evasiva para el encuentro y el desencuentro con el otro, se ha transformado en un aliado peligroso que nos permite de alguna manera continuar en contacto simbólicamente con los demás, sin incómodos barbijos, sin medidas de distancias reglamentarias, sin abrasivas y decolorantes lavandinas, pero mediatizados por pantallas “protectoras” que nos ofrecen preciadas imágenes de los otros entrelazadas con la propia.
Dentro del repertorio de los tantos fenómenos asombrosos que se han puesto de moda e intensificado con el devenir tecnológico, contamos con la aparición de “Otras”, personajes femeninos, puro producto de la virtualidad, a quienes se les atribuyen condiciones humanas artificiales. Representadas por voces cálidas y amigables, se muestran muy solícitas y dispuestas a complacer todos nuestros requerimientos funcionales o cognitivos sin pedir nada a cambio.
Quien la haya visto, y a quien no, se la recomiendo, recordará la película “Her” (2013) protagonizada por el increíble Joaquín Phoenix. La trama muestra que Theodore, el personaje principal, es un hombre muy solitario, a punto de divorciarse, que trabaja en una empresa como escritor de cartas para terceras personas. Saturado de su soledad e incapaz de establecer un nuevo vínculo con otra mujer, compra un flamante sistema operativo basado en el modelo de Inteligencia Artificial, diseñado para “satisfacer” todas las necesidades del usuario. Lo sorprendente es que se crea una relación romántica entre él y Samantha, la voz de ese sistema operativo. Y prometo no les “spoileo” más.
Salvando las grandes distancias con el personaje de este film romántico de ciencia ficción, ¿quién no ha jugado a proponerle a Siri, Alexa o a la “sin nombre” de Google, diversas proezas y desafíos con la fantasía de desestimar que se trataba de Inteligencia Artificial? porque realmente “Ellas” se transforman en personajes queribles, dispuestas a implementar una salida resolutiva y cordial a las demandas impartidas por el usuario, representando la inexistencia del desencuentro con el Otro.
Y siguiendo con los films, series en este caso. ¿Cómo hacer para que nuestra realidad, atravesada intempestivamente por la tecnología sin previo aviso, no se transforme en una especie de Black Mirror donde nada existe más allá de la virtualidad?
Al estilo de lo que en 1932 planteó el precursor de Aldous Huxley en su novela “Un mundo Feliz”, ambos films citados previamente, Her y Black Mirror, parecerían ser profecías que tristemente cuestionan su categorización de género de “ciencia ficción”.
El desencuentro es una instancia propia de la condición humana, de las relaciones humanas, del amor. Pero el desencuentro que estamos atravesando en la época actual se intenta obturar con un consumo desmesurado, sin límite, donde existe la ilusión de que todo se puede obtener, instantáneamente, pulsando un botón y sin salir de sus casas. Que, en definitiva, es exactamente lo mismo que ocurría antes de la reclusión, pero mucho más exacerbado. El objeto amoroso va camino a ser sustituido por el objeto de consumo, poniendo un ejemplo extremo, hasta un hijo se puede comprar.
La tecnología, estar todo el tiempo "conectado a", provoca una compulsión imparable a tratar infructuosamente de tapar una falta estructural, donde de lo que se trata, es de no detenerse a pensar. De aquí, lo peligroso.
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