Los gobiernos se desgastan con los años y sus niveles de tolerancia bajan, a la vez que sus puntos débiles se hacen cada vez más evidentes. Milei, en cambio, llegó desgastado. A menos de dos meses de ocupar la presidencia, parece disfrutar de su capacidad de francotirador digital, por llamarlo de alguna manera, contra aquellos que dicen algo que no le cae bien. Luego, retuitea o da 'me gusta', usando eso como arma para dar voz a los perros guardianes que tiene en las redes, quienes insultan, intimidan, descalifican y repudian a los objetivos señalados por el jefe, a cambio de una palmadita virtual.
Nos toca vivir la etapa en las redes que sucedió a la ingenuidad inicial, donde parecían ser un instrumento al servicio del ciudadano común. Ahora son un campo de batalla donde la política instrumentaliza la violencia y censura la crítica.
Milei sabe que aquel que es objeto de sus diatribas la va a pasar muy mal y lo disfruta sádicamente. Cuando Cristina Perez le preguntó por la asimetría de poder entre él como presidente y una figura como Lali Espósito, su respuesta fue “lo hubiera pensado antes”, como un matón de barrio orgulloso de sus actos.
Milei se muestra completamente amoral al interpretar la naturaleza ética de lo que hace, por lo que no tiene problemas en afirmar acto seguido que esa venganza arbitraria es un signo de que él no transa con la política sucia, cuando está inaugurando una forma sucia de política que no conocíamos antes, más que por algunas pinceladas de acciones del matrimonio Kirchner, como la del abuelito de los 50 dólares de ella o el periodista de Clarín en una conferencia de prensa de él.
Milei es como la versión exacerbada y multiplicada de esas actitudes a un mes de instalado. Su política no es nada que siquiera huela a liberalismo, sino que parece ser la instrumentación pública de la venganza tardía por su historia personal, contra la gente que, como él mismo ha dicho tantas veces, le paga el sueldo. Es que con el liberalismo, Milei tiene la misma relación que parece tener con Fátima Florez. Lo vive en el escenario cuando él lo necesita. Su amor por la libertad es como su amor por los perros que tiene enjaulados y lejos de él.
Pero ni Espósito es Espósito ni Lopez Murphy es Lopez Murphy cuando lo llama traidor y busca el aplauso de sus aduladores. Ambos son mensajes a quienes pretenden ser ciudadanos comunes en lugar de “verla”. Es hincarse o enfrentarse al plomo, la propuesta del Moisés criollo, el “liberal” que imita a Onganía con su “batalla cultural”. Y está lleno de gente autocensurada para no padecer la represalia de sus alfiles, cuya única actividad es la intimidación.
*José Benegas es periodista y escritor, autor de "Milei, todas las respuestas a las preguntas que suscita".
por José Benegas
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