Sunday 5 de May, 2024

OPINIóN | 16-12-2023 08:48

La misión emancipadora del Presidente Milei

El líder libertario dice que "hay luz al final del túnel" del ajuste, ¿pero llegará a tiempo? La amenaza del peronismo en el llano.

Javier Milei no es el primer presidente en declararse resuelto a abolir lo hecho en el pasado reciente para que la Argentina pueda reencontrarse con su auténtico ser. Por el contrario, hablar así es una tradición nacional. Escasean los presidentes que, al asumir, no se afirmaron resueltos a refundar la República. Con todo, ningún otro presidente se encargó del país en un momento tan económicamente crítico como el actual, con una tasa de inflación que según él roza el 15.000 anual, el Banco Central vaciado, por lo menos la mitad de la población sumida en la pobreza y una reputación financiera que es peor que la de la Mafia. Bajo el gobierno que acaba de irse, la Argentina estaba al punto de sufrir un colapso socioeconómico total.

Milei no se siente desanimado por la magnitud del desastre que han provocado los kirchneristas, acaso porque entiende que sería imposible imaginar una manifestación más contundente de las deficiencias congénitas de lo que llama el “colectivismo”. En efecto, fue gracias al fracaso espectacular del esquema improvisado por Cristina, Alberto Fernández, Sergio Massa y su séquito de “intelectuales” que un personaje tan excéntrico como él pudo conseguir la adhesión de casi el 56 por ciento del electorado.

De más está decir que Milei no es un liberal, libertario o, como dicen ciertos medios extranjeros, ultraderechista común. Aunque a veces habla como un economista gélido que está más preocupado por los números que por el destino de los seres de carne y hueso, también tiene su lado espiritual. Para extrañeza de muchos, combina la racionalidad con el misticismo cabalístico, lo que, en una época en que el antisemitismo se ha puesto de moda en buena parte del Occidente desarrollado, es una seña de identidad muy positiva. Puede que su interés en la trayectoria bíblica del pueblo judío no lo ayude a encontrar soluciones para los problemas puntuales de la economía argentina, pero le permite ver lo que está haciendo desde cierta perspectiva histórica, lo que no es un detalle menor.

De todos modos, además de las etéreas pero es de suponer muy poderosas “fuerzas que vienen del cielo” en que dice confiar, el Presidente cuenta con la buena voluntad de la mayor parte de la población y, lo que podría ser aún más importante, con el hecho evidente de que, por ser tan inenarrablemente malo el estado de la economía nacional, cualquier gobierno, por populista que aspirara a ser, se hubiera visto sin más opción que la de ordenar un ajuste realmente brutal. En su contra, está una multitud de personajes que, por motivos ideológicos o porque están en juego sus propios intereses, actuarán como si estuvieran convencidos de que la crisis que está machacando al país es un burdo invento neoliberal y que por lo tanto hay que defender el tradicional modelo corporativo.

Si bien todo hace pensar que dicho modelo ya se ha autodestruido y que convendría que en su lugar se erigiera otro parecido a los vigentes en los países considerados exitosos, no hay garantía alguna de que Milei logre derrotar a los resueltos a poner fin cuanto antes a su gestión. En las semanas venideras se enfrentará con enemigos más peligrosos que el militante K que el domingo le tiró una botella cuando caminaba hacia la Casa Rosada.

Aun cuando algunos kirchneristas se aferraran a la esperanza de que Massa lograra triunfar, lo que les hubiera planteado un problema mayúsculo, Cristina y sus aliados ya se habían preparado mentalmente para aprovechar la derrota electoral que previeron. Lo harían asumiendo la postura de defensores de los perjudicados por el ajustazo que sabían inevitable. Así, pues, fieles a la consigna revolucionaria de “cuanto peor, mejor”, alentaron a Massa a agravar todavía más una situación económica atroz que, estimaban, estallaría en manos del próximo gobierno.

Hasta ahora, la estrategia kirchnerista ha funcionado bien; Milei se ha visto obligado a poner en marcha un ajuste que, de seguir imponiéndose las reglas reivindicadas por quienes rinden homenaje a “los códigos de la política”, debería ser más que suficiente como para hacer de él el hombre más odiado del país. Para desbaratar lo que estos jefes de “la resistencia” se han propuesto, a Milei no le bastará con subrayar las deficiencias patentes de un orden populista que es notoriamente corrupto e ineficaz, además de insistir en que sería insensato culparlo por las penurias de los muchos empobrecidos por el cinismo kirchnerista. También tendrá que asegurar que más integrantes de “la casta” que desprecia se dejen influir por la mayoría que lo apoyó en el cuarto oscuro y por las muchísimas personas de todas las condiciones sociales que colmaron el centro de Buenos Aires para festejar su llegada al poder.

Aunque en última instancia los políticos dependen de su capacidad para congraciarse con los votantes, cuando no hay elecciones a la vista propenden a privilegiar su relación con otros miembros del club al cual pertenecen, lo que los ha llevado a cavar una zanja peligrosamente ancha entre la clase política y los demás. Si bien Milei aprovechó la brecha resultante para alcanzar la presidencia, la hostilidad hacia su figura de muchos integrantes de “la casta” podría impedirle concretar los cambios que el electorado está reclamando.

El Presidente ya entenderá que no le será dado minimizar el papel del Congreso instalando una suerte de democracia plebiscitaria. Su base de sustentación colapsaría si emprendiera una aventura autocrática que, desde luego, brindaría a sus enemigos pretextos inmejorables para recurrir a la violencia. A lo sumo, puede exhortar a los legisladores para que adopten actitudes más realistas frente a los problemas que sufre un país que durante décadas se aferró a esquemas que resultaban ser cada vez más anticuados. 

Por supuesto, el que Milei haya hecho del “no hay plata” una consigna popular y que muchos jóvenes pobres lo aplauden toda vez que pronuncia la fatídica palabra “ajuste”, puede tomarse por una señal de que está cobrando fuerza una rebelión cultural contra el facilismo supuestamente progresista. ¿Está cambiando “el sentido común de los argentinos” que, durante décadas, permitió a los peronistas continuar dominando el escenario político, mientras que en otras partes de América latina movimientos parecidos morían de muerte natural? Pronto sabremos la respuesta a este interrogante clave.

Las opciones genuinas ante el país son limitadas; aun cuando el cien por ciento de la población estuviera a favor de prolongar el statu quo, sería imposible hacerlo. La versión kirchnerista de las fuerzas provenientes del cielo, la expansión monetaria que, a juicio de los economistas resueltamente heterodoxos que aconsejaban a Cristina, solucionaría todo, sólo ha servido para echar nafta al incendio inflacionario. Por desgracia, no exagera del todo Milei cuando dice que no hay alternativas a una política de shock y que intentar el gradualismo sería peor que inútil ya que fracasaría. Con el ministro de Economía y candidato presidencial Massa monopolizando el poder, el ya diezmado gobierno kirchnerista se las arregló para privar al país de otras opciones.

Por apremiantes que sean las necesidades básicas de quienes se han acostumbrado a depender para sobrevivir del “Estado presente”, a menos que el país produzca mucho más no habrá forma de aumentar el gasto público en términos reales. Sin más producción de bienes de todo tipo, más exportaciones y un grado insólito de responsabilidad fiscal que convenza al resto del  mundo de que la Argentina no es un caso perdido, el país se asemejaría muy pronto a la Venezuela miserable del dictador Nicolás Maduro. Es por tal razón que Milei acierta cuando se compromete a asegurar que, en esta oportunidad, no sea el sector privado el que pague el ajuste sino el Estado desembozadamente clientelista que creció enormemente en los veinte años que duró el kirchnerato.

Hay libertarios que se sienten tentados por el anarquismo y fantasean con eliminar el Estado, pero parecería que Milei se conformará con privatizar lo privatizable e intentar mejorar el desempeño de lo que quede hasta que las condiciones permitan que su gobierno, o uno de los siguientes, pueda emprender un programa de reformas destinadas a asegurar que la administración pública esté en condiciones de contribuir al desarrollo socioeconómico del país.

Mientras que en algunas naciones avanzadas, como Francia y el Japón, el Estado sigue siendo elitista y por tal motivo atrae a los más talentosos, de ahí el gran prestigio de quienes cumplen funciones jerárquicas, aquí quienes reivindican el rol del Estado suelen ser menos severos, ya que por principio son contrarios al mérito: para ellos, el sector público ha de servir de refugio para militantes y personas que han sido incapaces de encontrar trabajo en el sector privado, lo que, como es natural, desmoraliza a los que, para extrañeza de sus jefes politizados, quieren aportar algo positivo a la sociedad. Para alarma de los habituados a tratar el Estado como parte del botín político, el nuevo gobierno quiere barrer con los ñoquis de La Cámpora y organizaciones afines; empezó exigiendo la presencialidad de todos empleados públicos, un reclamo que a buen seguro causará dolores de cabeza a quienes no conocen los lugares en que supuestamente trabajan.  

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James Neilson

James Neilson

Former editor of the Buenos Aires Herald (1979-1986).

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