¿Pueden sobrevivir por mucho tiempo regímenes despóticos, como los de Cuba y Venezuela, que han sido repudiados por una mayoría abrumadora de los habitantes de los países que gobiernan y enfrentan la hostilidad de la parte más próspera y supuestamente más influyente de la llamada comunidad internacional? Claro que sí. Siempre y cuando estén dispuestos a reprimir brutalmente a sus enemigos internos y mofarse de los externos, no tendrán por qué abandonar el poder, sobre todo si la alternativa para sus figuras más notorias sería resignarse a pasar lo que les quede de vida entre rejas.
Tampoco tendrán por qué preocuparse por el impacto político de los desastres sociales y económicos que suelen provocar. En una democracia, un error insignificante podría ser más que suficiente como para asegurar la caída de los responsables de perpetrarlo, pero sucede que Cuba y Venezuela son lugares en que la opinión de la mayoría importa mucho menos que la del líder máximo. Se estima que casi ocho millones de venezolanos han salido de su país en búsqueda de una vida mejor, pero parecería que el éxodo masivo no ha perjudicado a Maduro y compañía; antes bien, ha servido para debilitar a la oposición.
Desgraciadamente para quienes viven bajo dictaduras feroces, estas operan de acuerdo con sus propias reglas. Subordinan todo a sus objetivos sin manifestar interés en nada más. Así, pues, luego de más de sesenta años que han sido catastróficos para todos salvo los integrantes de un pequeño grupo de privilegiados que, a diferencia del grueso de sus compatriotas, viven muy bien, los castristas siguen dominando Cuba. En la isla, el poder sí nace de la boca del fusil como enseñaba Mao y se mantiene con instrumentos de tortura. Bien adoctrinados por sus mentores cubanos, el bufonesco tirano venezolano Nicolás Maduro y sus cómplices se creen capaces de emularlos. Tal y como están las cosas, sus aspiraciones en tal sentido distan de ser absurdas. A menos que flaquee su voluntad de defender sus conquistas, impedirlo será virtualmente imposible.
En términos propagandísticos, la huida -consentida por Maduro- a España en un avión militar de dicho país del candidato opositor Edmundo González Urrutia fue muy negativa para el régimen, pero desde el punto de vista de sus adherentes fue algo para festejar, ya que muchos venezolanos la han tomado por una señal de que la oposición se sabe derrotada. Si bien todo hace pensar que González triunfó por un margen muy amplio en las elecciones presidenciales que se celebraron el 28 de julio y que por lo tanto debería tomar el lugar de Maduro, a los chavistas no les interesan pormenores como la legalidad democrática. Saben que los “presidentes en exilio” casi nunca regresan a sus países, de suerte que la posibilidad de que un día González se mude al Palacio de Miraflores les parece sumamente remota.
De ahora en adelante, la oposición venezolana dependerá casi por completo de María Corina Machado que, claro está, es la jefa natural del movimiento antichavista multitudinario que se formó cuando las distintas facciones democráticas del país finalmente decidieron reunir fuerzas luego de muchos años de fragmentación que sólo había servido para facilitar la consolidación del régimen. Huelga decir que Machado corre peligro de ser secuestrada o asesinada en cualquier momento por los sicarios chavistas que operan con impunidad y ya han hecho desaparecer a muchos que se animaban a protestar contra el fraude electoral que los condenó a más años de miseria.
Como sus amigos cubanos, los chavistas se aferran a una variante extrema del principio de soberanía nacional según la cual ningún extranjero tiene derecho a intervenir en los asuntos internos de su país. Para ellos, es “imperialista” o “neocolonialista” protestar contra la matanza de inocentes, la violación sistemática de los derechos humanos y otras aberraciones que se han hecho rutinarias en la república “bolivariana”. Aunque a veces las dictaduras militares “derechistas”, como la de Jorge Rafael Videla, que habían proliferado en América latina en los años setenta del siglo pasado, adoptaron la misma retórica, a todas les importaba tanto la opinión internacional que a menudo estaban dispuestas a modificar su conducta y, una tras otra, terminaron sometiéndose a la lógica democrática. En cambio, las dictaduras “izquierdistas” de Cuba y Venezuela no se sienten moralmente obligadas a hacerlo.
Por el contrario, ellos y sus partidarios insisten en que su adhesión al “socialismo” les confiere un grado de legitimidad que es superior a aquel de cualquier gobierno de otro signo. A su entender, torturar en nombre de una causa que creen buena no es un delito de lesa humanidad sino un acto de servicio noble. Tales sujetos distan de ser los únicos que se han habituado a distinguir entre la represión “positiva” de regímenes que se afirman progresistas y la “negativa” de aquellos que se han visto ubicados en otras zonas del mapa ideológico. En Estados Unidos, Europa y “el sur global”, abundan quienes piensan de la misma manera; como dijo Néstor Kirchner en una oportunidad, la izquierda te da fueros.
Es por tal motivo que algunos mandatarios presuntamente democráticos de la región, como el mexicano Andrés Manuel López Obrador, el colombiano Gustavo Petro y el brasileño Luiz Inácio “Lula” da Silva, son tan reacios a criticar a Maduro y Miguel Díaz-Canel. Justifican su pasividad dando por descontado que el destino de los venezolanos y cubanos debería depender exclusivamente de ellos mismos.
Esto quiere decir que las únicas presiones permitidas son las económicas que, claro está, a menudo perjudican a la gente común, y las verbales, fortalecidas a lo sumo por órdenes de detención contra distintos jerarcas del régimen que cometan el error de visitar países en que las autoridades toman en serio lo que dicen jueces de cortes con pretensiones internacionales. No habrán olvidado lo que le sucedió al dictador chileno Augusto Pinochet en 1996, cuando tuvo que prolongar por un año y medio lo que había creído sería una breve visita a Londres merced a una orden de captura emitida por el en aquel entonces célebre juez español Baltasar Garzón.
Puesto que, para dictaduras como las de Venezuela, Cuba y Nicaragua, carecen de importancia tanto las condiciones económicas del pueblo como la palabrería “reaccionaria” de dirigentes extranjeros, no tienen muchos motivos para inquietarse. En el caso de Venezuela, esta situación cambiaría si tratara de invadir a la vecina Guyana para privarla de Esequibo, que es rico en petróleo, ya que en tal caso brindaría a los norteamericanos un pretexto para intervenir, pero parecería que Maduro y sus colaboradores han llegado a la conclusión de que no les convendría intentarlo.
Con todo, si los chavistas intensifican el asedio a la embajada argentina en Caracas, que está custodiada por Brasil, en que se han refugiado seis opositores, podrían encontrarse en problemas por ser cuestión de un edificio que, según las leyes internacionales, debería considerarse inviolable. En buena lógica, se trataría de un casus belli, pero por mucho que al presidente Javier Milei le encantaría aprovecharlo, la Argentina no está en condiciones de hacer más que protestar airadamente en los foros internacionales, como hizo luego de establecerse que Irán había sido el responsable intelectual, y hasta cierto punto material, del atentado devastador de julio de 1994 contra la sede de la AMIA que costó casi noventa vidas y centenares de heridos. En cuanto al gobierno brasileño, lo último que quiere es encabezar una lucha contra una tiranía vecina que, a pesar de tener un perfil que es netamente fascista, se las ha ingeniado para dotarse de una imagen izquierdista.
Como un integrante fundador de “BRICS”, Brasil está vinculado formalmente con China, Rusia e Irán, “las autocracias” que, para el gobierno norteamericano actual, plantean una grave amenaza al mundo democrático. También son amigos de Maduro; lo felicitaron por el triunfo electoral que se atribuyó sin que se les ocurriera pedirle transparencia en el recuento como hacían los representantes de muchos otros países. Aunque es muy poco probable que Vladimir Putin, Xi Jinping y los rabiosos teócratas iraníes sientan mucho respeto por el extraordinariamente inepto régimen de Maduro, lo apoyan material y diplomáticamente porque les ha entregado Venezuela para que les sirva como su base principal en América latina. Pueden usarla con fines militares, económicos y políticos. Por ser Irán el país padrino del terrorismo islamista que en el Oriente Medio ha creado auténticos ejércitos de fanáticos como Hamas y Hezbollá, lo que están haciendo los chavistas plantea una amenaza muy grave a todos los países de la región.
Como hace poco subrayó Maduro, “afortunadamente, gozamos del respaldo de países con tecnología de avanzada en el combate con drones, anti-drones, como nuestra hermana Rusia, China, Irán, que ninguno cometa un daño a Venezuela”. Con tal que la rivalidad entre las democracias y las autocracias siga siendo pacífica, los chavistas se beneficiarán de la amistad interesada de sus “hermanas”, pero de calentarse, como algunos prevén, la guerra fría que ya está librándose, se encontrarían en una situación nada envidiable.
Comentarios