Saturday 20 de December, 2025

OPINIóN | 05-09-2025 09:38

Mentiras útiles: cómo Pekín juega con tu miedo y tu dinero

El anuncio chino sobre el caza furtivo J-20 no buscó probar un hecho, sino instalar una percepción: poder interno, dudas externas e impacto global.

Una de las noticias recientes que circularon en medios de defensa internacionales fue el anuncio de China de que uno de sus aviones de combate más avanzados, el J‑20, atravesó sin ser detectado una de las zonas marítimas más vigiladas del planeta: el estrecho de Tsushima, que separa a Corea del Sur de Japón. Este lugar es un paso estratégico por donde circula comercio internacional y donde operan fuerzas militares de varios países.

El J‑20 es un avión de guerra desarrollado por China. Pertenece a lo que se conoce como quinta generación, por lo tanto, está diseñado con tecnología de sigilo, también llamada tecnología furtiva, lo que evita la detección por radares convencionales. Esto se logra con una combinación de forma aerodinámica, materiales especiales y técnicas que reducen su huella en los sistemas de vigilancia. El anuncio se presentó como un hito tecnológico y un gesto de poder silencioso.

La afirmación provino de canales oficiales del gobierno chino. No hubo confirmación de otros países, ni imágenes, ni registros independientes. El vuelo no fue reconocido por Japón, ni por Corea del Sur, ni por Estados Unidos, que mantiene presencia militar en esa región. El sistema de defensa más mencionado como supuestamente burlado fue el THAAD, un escudo diseñado para interceptar misiles a gran altura, no para seguir aviones. Esto es importante, porque los sistemas más eficaces para detectar aviones furtivos son otros, como los radares de defensa aérea convencionales o los sistemas navales de vigilancia. La noticia generó impacto entre los lectores menos especializados, aunque los analistas militares y los servicios de inteligencia no la tomaron como un hecho confirmado. Esta diferencia entre el efecto buscado y la reacción real revela que el objetivo del anuncio no era comprobar una acción concreta, sino instalar una percepción.

Avión J20

Este tipo de comunicación no apunta solamente a dar información. El mensaje tiene destinatarios múltiples y está diseñado para producir efectos distintos en cada uno. En primer lugar, se dirige a la población china, que recibe la noticia como una demostración de que su país ha alcanzado un nivel de desarrollo militar comparable al de las potencias más avanzadas del mundo. La imagen del avión que nadie puede ver sirve para fortalecer el orgullo nacional y para reforzar la confianza en el liderazgo del Partido Comunista. En segundo lugar, se orienta a las potencias rivales, sembrando la idea de que China podría disponer de capacidades más sofisticadas de lo que se sospecha. La intención no es provocar, sino introducir incertidumbre, desestabilizar previsiones, generar dudas sobre la propia seguridad. En tercer lugar, también hay un público intermedio: países no alineados, opinadores, redes sociales globales. Para ese grupo, el mensaje busca posicionar a China como actor indiscutible en el tablero tecnológico y estratégico.

La efectividad de esta estrategia varía según el contexto. En el plano interno, los mensajes del gobierno chino tienen una gran llegada. La estructura de medios estatales y el control sobre la información permiten que la narrativa oficial tenga pocos rivales. En ese terreno, el anuncio del avión invisible refuerza la idea de avance, soberanía y superioridad tecnológica. En el plano externo, el impacto es más acotado. En sectores bien informados, como analistas militares, diplomáticos y expertos en defensa, la propaganda pierde efecto. Estos distinguen entre una acción real y una afirmación no verificada. Las audiencias más críticas o con acceso a otras fuentes no replican automáticamente los relatos. En cambio, en franjas de la opinión pública global que no siguen de cerca los temas de defensa, estos mensajes pueden generar la impresión de que China avanza sin freno.

Existen numerosos casos donde esta estrategia no logró el efecto deseado. Las campañas de desinformación, los intentos de influir en elecciones extranjeras, los montajes con imágenes generadas por computadora o con voces de inteligencia artificial, han sido expuestos por periodistas, gobiernos y expertos en tecnología. En varios países, se identificaron operaciones organizadas desde cuentas falsas que difundían contenidos favorables al gobierno chino. En otros casos, se descubrieron noticias inventadas que simulaban provenir de medios independientes. Estas acciones redujeron la confianza internacional en los canales oficiales chinos. El exceso de afirmaciones grandilocuentes, sin respaldo verificable, desgasta la credibilidad del emisor. La repetición de relatos espectaculares que luego se desmienten o se diluyen en la nada produce un efecto acumulativo de desconfianza.

Más allá del terreno militar y comunicacional, hay un aspecto adicional que merece atención: el impacto económico de estas campañas. En enero, una empresa china llamada DeepSeek presentó un sistema de inteligencia artificial. Se difundió como una revolución tecnológica. En las horas posteriores al anuncio, las acciones de varias compañías occidentales en el sector sufrieron caídas. Una de las más grandes perdió, en pocas horas, más de quinientos mil millones de dólares de su valor bursátil. Esta pérdida no fue por un hecho técnico, ni por una falla, sino por el efecto que tuvo el anuncio en la percepción del mercado. Muchos inversores decidieron vender sus acciones para evitar pérdidas futuras. Esta operación de venta anticipada se produce cuando se espera una baja, y si efectivamente ocurre, quien vendió antes puede recomprar más barato y quedarse con la diferencia. Este mecanismo, conocido en inglés como “venta en descubierto”, es legal en muchos países, pero se vuelve controvertido si quien opera dispone de información falsa o diseñada para provocar esa baja.

Deepseek

No existe, hasta el momento, una investigación oficial que haya probado que el anuncio de DeepSeek fue parte de una estrategia de manipulación bursátil. Tampoco hay pruebas públicas de que operadores vinculados a China se hayan beneficiado directamente de la caída. Sin embargo, la posibilidad es demasiado concreta como para descartarla. La combinación de un anuncio espectacular, un efecto bursátil inmediato y una rectificación posterior que muestra que el producto no era tan revolucionario como se decía, despierta preguntas legítimas. Si esta maniobra fue intencional, entonces el objetivo no habría sido solo ganar prestigio o influencia, sino también generar un movimiento financiero que permitiera obtener beneficios económicos. La pregunta es si DeepSeek fue el primer caso o si estamos ante un patrón que se repetirá con otras noticias.

El ejemplo del J‑20 encaja dentro de este esquema. El anuncio de que un avión cruzó una zona hipervigilada sin ser visto genera efecto en la opinión pública interna, influencia en la narrativa estratégica global y, en ciertos contextos, también puede afectar a los mercados. No se necesita que sea cierto. Basta con que sea verosímil para algunos, provocador para otros y útil para quien lo difunde. En esta forma de propaganda, la verdad no es el objetivo. Lo importante es el resultado. Y el resultado se mide en percepciones, en desorientación, en temor, en cautela, y en algunos casos, también en dinero.

Lo que estamos viendo es una evolución en las formas de comunicación política y estratégica. Las narrativas no buscan ser confirmadas, buscan ser funcionales. Los hechos no tienen que ocurrir, tienen que parecer posibles. La fuerza ya no se demuestra con movimientos visibles, sino con afirmaciones diseñadas para que otros imaginen lo que podría pasar. Esa imaginación, cuando se activa, modifica decisiones reales. Cambia posturas diplomáticas, altera cálculos militares, impacta en inversiones tecnológicas. Todo eso, sin que haya ocurrido nada. Solo con una frase. Solo con un mensaje.

China aprendió a usar esta herramienta. El desafío para quienes observan el escenario internacional es saber leer ese lenguaje y no responder a la provocación, sino al mecanismo. Comprender no solo lo que se dice, sino por qué se dice; y qué puede pasar si se lo toma como cierto. Porque no siempre hay dragones, a veces hay solo humo.

Las cosas como son

 

Mookie Tenembaum aborda temas internacionales como este todas las semanas junto a Horacio Cabak en su podcast El Observador Internacional, disponible en Spotify, Apple, YouTube y todas las plataformas.

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Mookie Tenembaum

Mookie Tenembaum

Analista internacional, autor de Desilusionismo.

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