Sunday 19 de May, 2024

OPINIóN | 08-05-2024 06:27

Opositores en busca de un relato

El regreso a escena de Cristina Kirchner y por qué Milei la elige como rival. Las divisiones en el peronismo.

No fue un salto al vacío, como muchos dicen, sino el fruto de una decisión colectiva de alejarse lo más posible del vacío que, desde el poder, había creado el kirchnerismo. Javier Milei triunfó -y sigue triunfando- merced a la sensación nada arbitraria de que la insensatez del gobierno tricéfalo de Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa, que en los meses finales de su gestión sobrecalentaron la maquinita de imprimir billetes anaranjados, planteaba una amenaza terrible al país y a casi todos sus habitantes. El año pasado, la mayoría llegó a la conclusión de que el relato kirchnerista era pura palabrería, una serie de eslóganes sin sentido, que sólo servía para engañar a una clientela electoral conformada principalmente por los más pobres del conurbano bonaerense y ciertas provincias del norte del país.

Aquellos kirchneristas que lo entendían, pero así y todo optaron por privilegiar la lealtad hacia su jefa máxima, aprobaban la estrategia de gastar todo cuanto aún quedaba en las arcas del gobierno con el propósito de armar una bomba económica que, esperaban, explotaría en manos de sus sucesores, obligándolos a aplicar un ajuste tan brutal que pronto enfrentarían una rebelión popular. Por un rato, pareció que Massa podría ganar las elecciones, lo que les hubiera supuesto un problema mayúsculo, pero felizmente para ellos el plan magistral que habían urdido funcionó; cuando Milei asumió, la hiperinflación estaba a punto de estallar. Sin embargo, para estupefacción de los convencidos de que los argentinos nunca tolerarían un ajuste, luego de varios meses de rigor extremo el hombre de la motosierra -y la licuadora- aún conserva el apoyo de aproximadamente la mitad de la población.

Para derrotarlo, sus adversarios, sean kirchneristas, peronistas republicanos, radicales tradicionalistas o afiliados del PRO que son reacios a permitir que Milei desempeñe un rol que creían suyo, necesitarían formular una narrativa económica que sea mejor que la del libertario. Por lo de “no hay plata”, les está resultando sumamente difícil. Al reaparecer el sábado pasado en el feudo camporista de Quilmes, Cristina se aferró a la noción de que el ajuste de Milei no servirá para nada y que de todos modos el gobierno que encabeza carece de un plan de estabilización coherente, ya que a su juicio se limita a hacer trizas del gasto público y, según ella, aspira a reinstalar una “economía de carácter extractivista, pre-capitalista”, como la de siglos atrás.

Las críticas procedentes de voceros de lo que podría calificarse el liberalismo moderado, como el radical Martín Tetaz, el antes ubicuo Carlos Melconian y el incombustible Ricardo López Murphy, son similares. A su entender, el proyecto del “anarco-capitalista” sigue siendo rudimentario, pero sus defensores pueden decir que, una vez liberados, los mercados, operando según la ley de la oferta y la demanda, se encargarán de suministrar los detalles que faltan.

Aunque hasta ahora no han prosperado los esfuerzos de los distintos grupos opositores por dotarse de relatos que sean más convincentes que el confeccionado por Milei, todos los ensayados, sin excluir el de Cristina, son mucho más liberales de lo que hubieran sido antes de la irrupción espectacular del economista monotemático que cambió por completo el panorama tanto político como ideológico del país. Bien que mal, parecería que ha ganado “la batalla cultural”; por ahora cuando menos, muchos políticos que se resisten a unirse al oficialismo están procurando persuadir a la gente de que, pensándolo bien, son partidarios del capitalismo auténtico, no de una versión burdamente simplificada del credo de Adam Smith y sus epígonos.

Los dirigentes de todas las fuerzas políticas del país se saben constreñidos a reconocer que el modelo populista, de origen radical y peronista, que tanto contribuyó a formar la Argentina actual, fracasó por completo y que por lo tanto es necesario remplazarlo por otro que forzosamente será muy distinto. Para tales personajes y sus simpatizantes, adaptarse a la nueva realidad no es nada fácil, ya que tienen que familiarizarse con ideas y conceptos que antes habían repudiado, de suerte que no extraña que aún no se hayan recuperado del shock que les supusieron el triunfo electoral de Milei y, más aún, la atroz crisis sistémica que lo había posibilitado. Si bien algo parecido está sucediendo en muchos otros países occidentales al darse cuenta las elites políticas tradicionales de que las viejas soluciones para los problemas de la gente ya no funcionan, en ninguno han tenido que cambiar con tanta rapidez como en la Argentina.

Acostumbrada como está a cumplir un papel protagónico en la política nacional, Cristina se encuentra en una situación especialmente difícil. Por motivos judiciales, no podrá abandonar el escenario para dedicarse a escribir sus memorias o dar conferencias en diversos lugares del mundo como hacen el español Felipe González y otros pesos pesados jubilados, porque su libertad personal, y la de su hijo Máximo, dependerá directamente del poder político que logre retener. ¿Le conviene figurar como una enemiga decidida de Milei? Puede que sí, puesto que en tal caso a Cristina Kirchner le sería dado atribuir todas sus eventuales desgracias judiciales al “lawfare”, pero parecería que es un tanto ambigua su actitud hacia el hombre que la privó de la centralidad a la que se había habituado. A pesar de sus presuntas diferencias ideológicas, los hay que creen que los dos, convencidos como están de su propia rectitud, además de su propensión a tratar la política como un juego de suma cero, tienen mucho en común.

En cuanto a Mauricio Macri, hay señales de que se siente injustamente marginado por el economista que quería incorporar al PRO. Luego de conquistar la presidencia, Milei ha preferido mantener a raya a los cuadros macristas que podrían ayudarlo a llenar muchos casilleros gubernamentales que quedan desocupados. Aunque es posible que termine aceptándolos por razones prácticas, ya que los miembros de La Libertad Avanza no están en condiciones de hacerlo, parece cada vez más remota “la fusión” del improvisado movimiento oficialista con el PRO que, si no fuera por la hostilidad que la idea motiva entre los mileístas de la primera hora, sería perfectamente lógica. De todas maneras, mientras que Cristina no podrá distanciarse de la política, a Macri no le perjudicaría dedicarse en adelante al bridge u otra cosa a la espera de que, andando el tiempo, sea convocado para desempeñar un rol más significante en la vida nacional.

Por atractivo que a ojos de muchos sea el “anarco-capitalismo” de Milei que, en su fase inicial destructiva, está concentrándose en librar al Estado de las excrecencias patológicas que terminaron inutilizándolo, no será una respuesta definitiva a los problemas que enfrenta una sociedad que, para no sufrir un destino trágico, tendrá que modernizarse a una velocidad que sea equiparable con la alcanzada hace un par de generaciones por Singapur, Corea del Sur y, más de un siglo antes, el Japón. En todos aquellos casos, el Estado cumplió un papel fundamental.

Imputar la debacle argentina al Estado como tal no tiene mucho sentido. Su aporte al desastre se debe en buena medida a que, durante muchas décadas, los partidos políticos lo usaron para recompensar a sus afiliados y a parientes de los dirigentes con empleos bien remunerados, una costumbre que se remonta a los primeros gobiernos radicales pero que adquirió ribetes realmente escandalosos bajo el kirchnerismo, que no vaciló en ubicar a militantes de La Cámpora en todos los puestos jerárquicos.

En buena lógica, quienes se afirman a favor de un Estado fuerte tendrían que hacer del empleo público un reducto meritocrático reservado para los mejor calificados, como ha sucedido en países en que sigue siendo notable el prestigio del Estado y de quienes cumplen funciones públicas clave. Prescindir del Estado es una fantasía que compartían en el pasado ciertos marxistas, entre ellos el mismísimo Karl Marx, y hoy en día libertarios como Milei, pero sería más realista por parte del Presidente proponer someterlo a un programa de reformas que los sindicalistas y sus amigos de la progresía local denunciarían por elitistas.

Hasta nuevo aviso, la economía habrá de ser prioritaria, pero ello no quiere decir que el Gobierno pueda darse el lujo de despreciar todo lo demás. Si bien parecería que las manifestaciones masivas organizadas por los rectores universitarios no hirieron políticamente a Milei, habrán servido para recordarle que, para imponerse, un proyecto político necesitará prometer algo más que superávits financieros y la eliminación de los curros más notorios  de “la casta”.

Aun cuando le sea imposible hacer mucho para atenuar las dificultades económicas que enfrentan, podría esforzarse por mostrar más interés en las deficiencias educativas del país ya que, tal y como están las cosas, de producirse la recuperación vigorosa con la que sueña, sólo se beneficiarían quienes serían capaces de abrirse camino en cualquier parte del mundo, mientras que los demás, que conforman la mayoría, se verían excluidos porque no contarán con los conocimientos y aptitudes que necesitarían para aprovechar las oportunidades que, es razonable suponer, brindaría una economía más eficaz y competitiva que la que ha engendrado el populismo.  

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James Neilson

James Neilson

Former editor of the Buenos Aires Herald (1979-1986).

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