Niños que no podían tolerar la partida de su madre. Niños que se presentaban “pegados” a su cuerpo casi simbióticamente, que no le soltaban su mano, que no podían perder su mirada tan sólo por un instante. Niños dependientes que no tomaban ninguna otra decisión más que no querían separarse de ella.
Madres que se quejaban de que no podían dejar a su hijo en el colegio fácilmente, de que “no iba a ningún lado” - casas de amigos, cumpleaños, campamentos, etc. - porque ella no estaría cerca. Madres agobiadas, cansadas. Madres demasiado madres o todo lo contrario.
Tal vez les haya llamado la atención que los tiempos de los verbos utilizados en el relato precedente son en pasado, o tal vez ya lo hayan advertido. Lo cierto es que, si este texto lo hubiese escrito la primera semana de Marzo antes de que comience el periodo de reclusión, la enunciación hubiese sido la siguiente: Niños que no pueden… Madres que se quejan…
Simbólicamente, la Pandemia nos llevó a activar el botón de “pausa” en todas nuestras cosas, y no creo que para continuar desde donde se dejó, sino con cambios, para peor y también para mejor, con regresión y con avances, porque, aunque resulte difícil creerlo, muchas personas han descubierto tener atesoradas habilidades para manejarse a solas y han comenzado a tener una mejor convivencia con ellos mismos.
Ahora con respecto al tema que hoy nos convoca, del apego en la relación madre-hijo, la situación actual no me hace ser muy optimista. Y el párrafo inicial, está escrito en pasado porque desde hace más de un mes, esos niños y esas madres, no han tenido la necesidad social externa de separarse y, por el contrario, el temor, lo amenazante, que inspira lo exterior, los ha habilitado a amalgamarse aún más.
Hablar de apego infantil remite a que con frecuencia se mal interprete el concepto quedando la problemática solamente del lado del niño. Pocas son las madres y también los padres que, sin intervención de un especialista, puedan llegar a ver cuál ha sido su incidencia causal en este síntoma, es decir cuál es su parte para haber llegado a esa instancia.
Siempre me pareció y me resultó mucho más esclarecedor transmitir una idea o un concepto a través de ejemplos concretos, por lo cual hoy me remitiré a dos casos clínicos. El primero, el de un niño de siete años al que llamaré Tomás. El segundo, el de una niña de 6, a la que llamaré María. Ambos casos, se remiten a años anteriores, cuando todavía podíamos darnos el lujo de tener encuentros presenciales.
Tomás es adoptado desde recién nacido. Las vicisitudes de la vida, lo llevaron a encontrarse con una mujer que, ante la imposibilidad biológica de tener hijos, le da un lugar como tal dentro de la trama familiar. El la llama “la madre del corazón”.
Tomas, me cuenta que estaba muy triste porque con mucho entusiasmo el día anterior había arreglado para ir a jugar a la casa de un amigo pero, a último momento, “no pudo”, no pudo separase de su mamá. Luego, la madre de su amigo, interviene y lo convence de ir, proponiéndole cosas que harían juntos que lo atrajeron mucho. Si bien accede, le hace un pedido muy especial a su madre: que lo pase a buscar a las dos horas. Esta se “compromete” con él, pero luego se retrasa y, alegando con una dañina ingenuidad haberse quedado charlando con sus amigas, llega mucho más tarde. Tomás dice que esto suele suceder. Se angustia y lo embarga un ataque de miedo. Se le rompe el corazón.
Tomas es un niño que establece con el otro un lazo social bueno una vez superada la instancia de la separación de su madre. En ese preciso momento, se vuelve tímido e introvertido y mira con temor a su entorno como si éste le resultase amenazante e incierto.
Aquí me parece oportuno hacer un paréntesis para explicarles que, para que un niño pueda desapegarse, separase del Otro materno, es necesario que previamente haya habido un momento de alienación a ésta, una madre que lo aloje, que le dé un lugar en su deseo. Las dos operaciones, alienación y separación son necesarias en la constitución subjetiva. En esta última instancia será crucial la intervención paterna la cual funcionará como ley ordenadora en la relación madre-hijo.
Para Tomás, la separación de su madre adoptiva es aterrorizante porque lo remite a un primer momento muy primitivo de su historia que resultó fallido - alienación -, donde no ha tenido un lugar en el deseo de su madre - biológica -, un lugar en relación al amor, sino todo lo contrario: un rechazo.
Y en este punto, nos podemos preguntar: ¿Cómo puede separarse un niño que nunca fue alojado? Y, ¿cómo podría ocupar un lugar reivindicatorio de su ser “rechazado” en su madre adoptiva?
Vemos que el apego en este niño, está en función al temor que le genera distanciarse, aunque más no sea momentáneamente del Otro, la posibilidad de olvido y abandono, hace que trate de aferrarse desesperadamente a su madre.
Ahora, desde el lado materno “la madre del corazón”, al no cumplir con su compromiso de buscarlo por la casa del amigo en el tiempo acordado, desencadena este temor, exacerbándose el apego a ella. Esta situación funciona como una reedición del abandono primario, opuesto a lo que necesita Tomas, que es reescribir algo diferente: una madre que no lo abandone. Si bien desde el niño existe un fantasma de abandono por la cual se adhiere a su madre, desde el lado materno, su acto lo confirma. La madre se queja de la “mamitis” que tiene su hijo para con ella, pero, paradójicamente, su poco compromiso con su decir “te busco en dos horas” provoca que el intento que hace Tomás por separarse de ella, se desvanezca, quedando más aferrado que nunca.
En contrapartida y con el mismo resultado, María empezó primer grado, pero no puede quedarse sola en el colegio porque su madre “le da seguridad”, nunca se separan, están todo el día “pegadas”, hasta muchas veces duermen juntas por más que su padre se oponga y trate de separarlas. El renuncia a funcionar como ordenador, cansado de no poder intervenir, cede el lugar en su cama a su hija e intercambiando lugares en todo el sentido de la palabra, se va a dormir a su cuarto. María no habla con sus maestras, su voz es tenue e imperceptible, su mama “le traduce” a ellas las frases que dice y se queda en la puerta del aula, la saluda una y otra vez por la ventana, María no tolera no verla.
Lo que quisiera mostrarles a través de la presentación de estos dos casos clínicos tan disimiles y tan parecidos a la vez, es que cada situación de apego entre la madre y el niño es única e irrepetible. Pero lo que no hay que dejar de remarcar es que nunca es de un lado sólo que se genera. La Pandemia tendrá sus consecuencias. Lo esperable será, y ahora hablo en futuro, que estos síntomas se exacerben aún más porque el mundo exterior se nos ha vuelto amenazante y, el otro, externo, es alguien de quien habrá que protegerse.
No obstante, cierto es que muchas situaciones patológicas sólo mejoran cuando tocan fondo. Y no hay duda que lo hemos tocado.
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