En términos sencillos la Renta Básica o Ingreso Básico Universal es un pago mensual que reciben todos y cada uno de los ciudadanos mayores de 18 años de un país sin ninguna contraprestación, y que equivale a un monto superior o igual a la línea de la pobreza. En el ideal es un derecho mínimo de subsistencia, por lo que el pago es universal, no importa si se tienen o no otros ingresos, es para todos el mismo y no tiene ningún tipo de condicionamiento ni puede ser anulado bajo ningún concepto.
Para muchas personas esto suena disparatado. Está claro en las encuestas de opinión que una mayoría de los argentinos se opone a que se aumenten las prestaciones sociales - mal llamados “planes” - bajo la falsa premisa de que “generan vagos que no trabajan”. Incluso los políticos “libertarios” hacen de esto un tema de campaña (¿Sabrán que Milton Friedman proponía algo así como una renta básica universal?). Por otro lado, quienes lo apoyan afirman que no existen recursos suficientes para eso.
Vamos por partes, en primer lugar entendamos qué es el estado de bienestar. Todos los meses el Estado nacional gasta (yo prefiero decir “invierte”) la mitad de su presupuesto en su sistema previsional. La mitad de los impuestos que pagamos vuelven a la economía en forma de transferencias directas a jubilados, pensionados y beneficiarios de la AUH. Si a eso sumamos los mal llamados planes sociales tendremos un monto significativo del presupuesto nacional. Ese sistema de seguridad social se encuentra en una crisis terminal, no sólo en Argentina sino en todo el mundo. Básicamente porque las premisas sobre las que se construyó -la esperanza de vida de sus beneficiarios, la tasa de natalidad que la sustentaría, los cálculos actuariales sobre los que se valoraban los beneficios, etc.- ya no existen. Es más, hace muchos años ya, la mitad de los ingresos con los que se financia ese sistema corresponden al IVA, el impuesto más regresivo de todos y el principal ingreso del estado. Es evidente que no nacerán los trabajadores que se necesitan para mantener el sistema, ni los beneficiarios vivirán los años que se suponía que vivieran (sino muchos más), ni se pueden seguir pagando algunos beneficios de privilegio en virtud del monto aportado. En fin, hoy el sistema cruje y de alguna manera hay que resolverlo.
La Premio Nobel de economía Esther Dufló - que obtuvo esa distinción por sus estudios de pobreza - suele decir que uno de los mayores problemas que tienen los pobres para superar su situación son los prejuicios que los funcionarios y el resto de las personas desarrollan sobre ellos. En Argentina tenemos un antecedente inmediato cuando se implementó la Asignación Universal por Hijo. Rápidamente surgieron dos mitos incomprobables: el primero era que las mujeres se embarazarían para cobrar más planes, el segundo que estaban gastando la AUH en drogas y casinos. Respecto al primer prejuicio se demostró claramente falso: diez años después de su implementación un informe de la ANSES reveló que nada de eso había sucedido: el 80 por ciento de las beneficiarias tenían un máximo de dos hijos a cargo, más de la mitad apenas uno. El promedio total de hijos en todo el universo de beneficiarios era 1,8 hijos. El segundo también es evidentemente falso, al contrario de lo que afirmaban no aumentó el consumo problemático de sustancias ni el juego, en cambio sí aumentó el consumo de proteína animal y el calzado infantil. Aunque parezca increíble para algunos, muchos niños en Argentina no tenían (ni tienen) zapatillas para ir al colegio.
Hay un último planteo habitual en esta discusión y es sobre los recursos. Esta misma discusión tuvo el mundo cuando intentó crear el sistema de jubilaciones y pensiones. Un importante sector de la política de entonces opinaba que no existían recursos para pagar jubilaciones a los adultos mayores o pensiones a los discapacitados - la mayoría por guerras - y que el sistema no podía implementarse. En aquel entonces se crearon nuevos impuestos, se mejoraron los que existían y eso permitió consolidar uno de los procesos de desarrollo económico y reducción de la pobreza más importantes de toda la historia de la humanidad.
Hoy el mundo atraviesa similares condiciones a las que atravesaba cuando se creó el sistema previsional: una desigualdad inédita, una enorme cantidad de personas de clase media que pasan a ser pobres y algo insólito: trabajadores que aún teniendo empleo siguen en la pobreza. Tal vez, como en ese entonces, sea hora de explorar nuevos caminos para reformular el estado de bienestar.
Algunos de esos caminos podrían suponer: 1) Mejorar la cobrabilidad de los impuestos actuales digitalizando los medios de pagos como lo está demostrando Brasil a través de Pix, su infraestructura de pagos digitales gratuitos impulsada por el Banco Central. Esto permitiría recaudar más, pero también abriría la posibilidad de hacer más progresivo el actual esquema fiscal que carga su peso sobre todo en los pobres y las pymes. 2) Abrirnos a las discusiones que tiene el mundo sobre nuevos impuestos a los súper ricos o a las plataformas digitales que usufructúan con los datos de las personas y pagan impuestos mínimos localmente. 3) Explorar las posibilidades de la nueva (cripto) economía a través de la tokenización de las reservas energéticas de Vaca Muerta y/o las de litio. De hecho, ya existe un proyecto impulsado por el Secretario de Asuntos Estratégicos, Gustavo Béliz, y el Gobernador de Chaco, Jorge Capitanich, sobre la tokenización de los servicios ambientales. A través de estas vías u otras puede abrirse una enorme oportunidad para pensar un ingreso básico universal por fuera de la caja.
Tal vez a la dirigencia política del mundo les esté faltando audacia para resolver los nuevos desafíos. Tal vez la creciente lejanía en la relación entre la política y la gente tenga que ver en muchos sentidos con algo de esto.
*Fernando Gril (42), es licenciado en Ciencias de la Información (Univ. Austral) y Master en Acción Política y Participación Ciudadana (Univ. Del Rey Juan Carlos, Madrid) y autor del libro "Renta Básica Universal".
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por Fernando Gril*
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