La pantalla dejaba ver algunas caritas de alegría inconclusa, semejante a cuando uno se encuentra después de mucho tiempo con un viejo amigo, pero al que no puede abrazar. En esa misma pantalla estaban también los que, invadidos por una especie de pánico escénico, se sustraían de la escena de la manera más sutil que encontraban, no hablando o tapándose la cara con disimulo, pero sin dejar de observarse y observar, cuan el espectador más crítico que pudiese existir. La imagen del otro y el otro. La imagen de uno y uno. Una pantalla fragmentada y escindida que aspiraba voluntariosamente a la integración, intentando enhebrar pequeñas imágenes para ficcionalizar una “reunión” en el sentido más literal del término, en el sentido de “volver a unir”, las partes, las subjetividades, entre las que, hasta hace poco tiempo, había un lazo afectivo físico, real, de contacto cotidiano, que abruptamente se cortó como el hilo de un collar dejando a sus cuentas desunidas y disgregadas las unas de las otras.
En este periodo de aislamiento físico, y no digo social, una de las herramientas virtuales que tal vez se haya sobrevalorado porque permitía tener la ilusión de que podíamos seguir juntos sin estarlo, fue Zoom, bajo propuestas como por ejemplo “nos encontramos a las 5pm”. Elementos tales como ID de la reunión y la contraseña, pasaron a sustituir un antiguo lugar de encuentro real. Y se incorporaron con entusiasmo y facilidad porque nos daban la clave de acceso exclusivo a algo que era de nuestra propiedad.
Cierto es que la sociedad se está viendo afectada por los mismos motivos. El uso excesivo de la lavandina está haciendo que se decoloren las diferencias. En lo que respecta a las actividades laborales, los que podemos, vamos implementando artimañas para continuar con nuestros trabajos en forma remota. Sin embargo, muchas personas, no pueden evitar el indeseado contacto con el otro, y digo indeseado porque, ese otro, externo, se nos ha vuelto una amenaza, y exponen su cuerpo al riesgo del contagio. Pero de lo que quisiera hablar hoy, es de aquella parte de la sociedad tan admirable, que menos expuesta sólo físicamente que otras, no deja de hacer malabares para atenuar el efecto que esta Pandemia podría provocar en las incipientes singularidades: los docentes, quienes en un momento donde la humanidad toda les pedimos algo diferente, sin dudarlo, se han recogido las mangas, trabajando incansablemente para transmitir los contenidos y las tareas pertinentes, desmadejando delicadamente con mucha prisa y sin ninguna pausa, lo esencial de lo prescindible, para que les llegue a los chicos, y también a los padres, de la manera más desenredada y asimilable posible.
Lo que estábamos atravesando antes de la época del Covid-19, era algo semejante a un sobre entrenamiento tecnológico. Como ustedes ya habrán escuchado y/o leído, desde hace ya bastante tiempo, se hablaba de la “adicción” de los adultos, y en consecuencia de los niños, a los dispositivos electrónicos, del aislamiento social, por elección y no por preservación, de la relación sujeto a objeto (tecnológico) y no de sujeto a sujeto.
Ante esta epidemia tecnológica precedente, las Instituciones escolares, funcionaban como un espacio de rescate y reflote de muchos chicos que, después de concluida la jornada escolar, quedaban sumergidos navegando en la Web horas y horas.
Sin embargo, desde que comenzó el periodo de reclusión, nos encontramos ante un fenómeno raro, porque las circunstancias han hecho que, algo que se nos presentaba como facilitador del desencuentro con el Otro, se transforme en aliado para poder, no encontrarse porque ese encuentro ya había hecho huella y estaba dado desde antes que se corte y se desparrame el collar, pero si recrear una tanza virtual para poder continuar enlazados a la distancia.
Y con respecto a esto, me pareció sumamente enriquecedor transmitirles la reflexión de mi amigo, colega y maestro, Marcelo Tomé quien nos dice: “En estos tiempos se hace evidente que el uso de las plataformas virtuales no reemplaza “aquello que se vivencia en el aula”. Y no lo digo sólo en relación al proceso de enseñanza-aprendizaje de los contenidos. Me refiero a ese “algo” que, de no estar previamente, no es posible ser sustituido por los nuevos medios. Un reencuentro sólo es posible con aquello que hizo huella. La pregunta es entonces ¿Qué es lo esencial de los vínculos humanos, en el plano pedagógico, que realmente nos diferencia de la pura virtualidad? ¿Qué es lo que tiene que estar garantizado de base para que un Zoom, Facebook, WhatsApp, etc.… sean sólo herramientas y no la solución en estos tiempos de pseudos grupos y redes sociales? Queda claro la importancia de la dimensión humana en la figura de los docentes y su enorme potencial de sensibilidad social”.
Y su esfuerzo en este aspecto es aún más valorable que el de la transmisión de contenidos en sí mismo, porque son ellos quienes, como en ese juego infantil en el que hay que unir los puntos para revelar un dibujo, dedican gran parte de su tiempo haciendo el trazo para no dejarnos solos en este camino.
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