En los papeles, la Corte Suprema y sus miembros viven abstraídos en una torre de marfil jurídica desde la cual analizan y juzgan los conflictos de la realidad. Esa mirada desde el panóptico es, en la teoría, una de las características que deberían distinguir a cualquier juez probo en Occidente. Si así es como tendría que funcionar la Justicia, lo que sucedió el martes 29 al mediodía sería un ejemplar caso de estudio para las facultades de Derecho: los cuatro supremos que fueron hasta el Palacio de Justicia -todos salvo Highton de Nolasco- ni siquiera salieron de su burbuja para verse la cara. Y no porque las tuvieran escondidas detrás de los barbijos, sino porque decidieron debatir si aceptaban o no el caso de Bruglia, Bertuzzi y Castelli, los tres magistrados de la discordia, vía zoom. Aunque todos ellos estaban en el mismo cuarto piso de Tribunales, a metros uno del otro, prefirieron cuidarse y, por “protocolo sanitario”, discutir el tema más candente del país, el que desvela al Gobierno, por videoconferencia, decisión que le vino como anillo al dedo a la única mujer de la Corte que está totalmente recluida en su hogar.
Sin embargo, en este rincón del mundo la práctica suele estar bien lejos de la teoría. La máxima de una Justicia que no se deja contaminar por el mundo exterior se cumplió, en este caso, solo en relación al Covid-19. No solo porque una parte de la grieta literalmente se hizo sentir -hubo una marcha frente a Tribunales y, días antes, frente al domicilio particular de Lorenzetti en Rafaela-, sino porque el diablo metió la cola y a la cruzada que planteó el Gobierno la Corte le respondió con su propia medicina. Ninguno de los actores involucrados se engaña: la pelea no es por el destino de tres jueces ignotos, sino que, como siempre, es la política. Y acá no hay ningun estúpido.
Palacio. Aunque la teoría y los protagonistas digan una cosa, la realidad es bien distinta: la Corte Suprema está tan politizada como el resto de la Justicia. Algunos intelectuales, como Oscar Oszlak en “La formación del Estado argentino”, sostienen que la histórica costumbre de la rosca nació desde el día uno, como una manera casera de insertar la nueva infraestructura institucional sobre la del extinto orden colonial, y que entre tanto caudillo y oligarquía regional la única oportunidad de crear una autoridad nacional era con concesiones y acuerdos no tradicionales. La Justicia es hija de ese emparche de poderes, y por lo tanto tiene en sus venas la habilidad de adaptarse al espíritu de los tiempos y de tender puentes con la política.
Quizá sea por eso que a ninguno de los dos costados de la grieta le sorprendió que en estos días les llegaran llamados de algunos supremos o de sus intermediarios. “Son como el nene que es dueño de la pelota y que cuando se enoja la agarra y dice 'acá no se juega más'”, explica un hombre del oficialismo sobre el “empoderamiento” que atraviesa en estos días frenéticos la Corte. Una de las espadas judiciales de Macri lo traduce en criollo: “Ahora se van a sentar sobre el fallo para tener más poder. Solo van a resolver rápido si terminan de arreglar con algún bando, pero si no se van a tomar su tiempo para decidir”.
Uno de los que hace valer su tiempo es Ricardo Lorenzetti, que ya cumplió 16 años como ministro de la Corte, once de ellos en calidad de presidente. Los que lo conocen dicen que volver al lugar del que cree que nunca se debería haber ido es un tema que lo obesiona. Es extraño el caso del santafesino, y no solo porque desde hace años busca dar el salto desde la Justicia hacia algún cargo del Ejecutivo -que no necesariamente tiene que ser en el país- sino porque tiene una habilidad casi única en Argentina: logra cerrar la grieta.
Mauricio Macri, al día de hoy, está convencido de que una de las razones por las cuales logró terminar su mandato fue porque el “desestabilizador” de Lorenzetti, como lo tildan algunos de los amigos del ex presidente, ya no estaba al frente de la Corte, y la histórica pelea entre el supremo y CFK da para más de un libro. “A nadie le conviene que él vuelva a ser presidente”, sintetiza un macrista y la razón es clara: Lorenzetti tiene vuelo propio, es el más político de los cinco miembros y sabe cómo, cuándo y dónde lastimar a quien lo lastima. Encima, el 1 de octubre se cumplieron dos años desde el Coup d'état que lo sacó del trono. La revancha, si es que la hay, promete ser terrible.
Sin embargo, y aún en pandemia, no hay contagio más intenso que el del miedo. Y peor que tener a un animal político como Lorenzetti en el timón, piensan hoy desde ambos lados del ring, es tener a un juez “a la Suiza” como Rosenkrantz, que, contrariando a Oszlak, rompe el molde, le escapa a la rosca y “habla por sus fallos”, como dice la famosa frase. “Ahora en cuarentena, no habla ni con sus secretarios, mirá si va a hablar con nosotros”, es la respuesta que dan los políticos cuando se le pregunta por el presidente de la Corte, que parecería querer encarar un planteo inédito en este país: sujetarse a la regla y no a los vaivenes electorales. El hombre, que otra vez quedó votando en soledad sobre el traslado de los magistrados, frente al sufragio unificado de los otros cuatro, parece tener los días contados al frente del máximo tribunal de Justicia, aunque Argentina no deja de ser un país imprevisible y a Rosenkrantz todavía le queda un año entero de su mandato.
Si bien en la pelea por los tres jueces desconocidos hay varias guerras que se entrecruzan, el quid de la cuestión es el recién expuesto: tres de sus cinco miembros están envueltos en una feroz disputa por la presidencia, y los dos que no lo hacen -Highton y Maqueda- es porque, sencillamente, están fuera de carrera por el reloj biológico. El que se prepara para tomar vuelo es el peronista Horacio Rosatti, de quien algunos dicen que tenía un acuerdo de caballeros con parte del gobierno anterior y con alguno de sus pares de la Corte para apoyar el cambio de Lorenzetti por Rosenkratz de 2018 con la idea de ser él mismo el siguiente sucesor. O sea, estaría entrando en su último tercio lo que él entendía que era una presidencia de transición.
La incógnita que se abre es interesante: Rosatti arrastra una vieja riña con Lorenzetti, y para cualquiera de los dos sería mucho mejor que continuara el actual presidente antes de que se encumbrara su rival. “Lo apoyamos para la Corte solo porque se lleva pésimo con Lorenzetti”, admite un hombre clave del gobierno anterior. Hay otra vieja pelea, aunque desde el oficialismo le bajan el tono: Néstor Kirchner lo echó de su gobierno, del que era ministro de Justicia, cuando Rosatti se negó a encabezar la lista de candidatos a diputados en Santa Fe en 2005. Por los pasillos dicen que de aquel incidente quedaron algunas rispideces con el entonces jefe de Gabinete y ahora Presidente.
La resolución del tema de fondo -la validez o no del traslado de los tres magistrados- es un tema guardado bajo llave entre los supremos y aún no resuelto. Los que conocen el paño dicen que Lorenzetti, que en los papeles salió fortalecido al votar con los otros tres miembros a la hora de aceptar el per saltum, está sondeando a ambas partes para evaluar sus pasos a seguir. “Está pidiendo la presidencia, que votemos en contra de ampliar los miembros, y que de Lilita Carrió deje de criticarlo”, dicen desde el macrismo, donde se muestran confiados en que la balanza se incline hacia su orilla. Si es verdad lo que cuenta, habría que leer con atención las últimas intervenciones de Carrió, enemiga jurada de Lorenzetti: primero tuiteó agradeciéndole a Dios que la Corte haya agarrado el caso, y luego los suyos dejaron trascender que está esperanzada con la resolución. ¿Bajará la ex diputada una de sus banderas históricas?
El Estado soy yo. Desde el regreso de la democracia todos los gobiernos intentaron influenciar y meterse en la Corte. Raúl Alfonsín renovó el tribunal que había heredado de la dictadura militar, Carlos Menem amplió el mismo de cinco a nueve miembros, Eduardo Duhalde designó a un juez, Kirchner impulsó la intervención del Congreso para cambiar la Corte del menemismo, CFK aspiró a colar a dos candidatos aunque no lo logró, y Macri estrenó su mandato con el intento de designar a dos jueces por decreto, aunque terminó enviando sus pliegos al Congreso. Fernández no sólo está encarando una Reforma Judicial, con miembros de su gobierno presionando para forzar al procurador interino, Eduardo Casal, a renunciar -como había hecho el oficialismo anterior con Gils Carbó-, sino que también sobrevuela la idea de ampliar los miembros de la Corte para diluir el poder de los actuales. Es una idea que convence a Cristina Kirchner, que tiene a su abogado Carlos Beraldi en la comisión de juristas que trabajan en la Reforma.
La ampliación es el gran temor que comparten hoy todos los supremos, a los que, como mostraron a la hora de aceptar el per saltum, los puede unir más el espanto que el amor. De hecho, incluso hasta miembros del Gobierno se mostraron sorprendidos, en estricto off, por la avanzada pública que encararon Alberto, CFK, Santiago Cafiero e incluso la ministra Losardo, entre otros, contra la Corte, adivirtiéndoles de mala manera que voten contra el traslado de los magistrados. “Es totalmente llamativo, porque al apurarlos en público los estás obligando a votar en contra tuyo, porque si no es como si no existieran”, dice uno de los hombres del Gobierno que más conoce la Justicia, y que que entiende que la de Alberto fue una muy mala jugada política. A eso se le sumó el pedido de juicio político por parte de una parte del cristinismo al Presidente de la Corte, una avanzada que podría tornarse impopular. "Lo van a terminar convirtiendo a Rosenkrantz en héroe", dicen por aquellos pasillos.
Basta ver la reacción de Higton para entender lo que promete ser un traspié oficial. La jueza, mentora jurídica de Losardo, con quien la une una gran relación, también tiene un muy buen vínculo con el Presidente, y de hecho fue la única de la Corte que se apersonó el día en que se presentó la Reforma. Pero ahora votó a favor del per saltum. ¿Es un mensaje? Mientras tanto, Sergio Massa y “Wado” de Pedro, los otros dos interlocutores del Gobierno con la Corte, siguen nadando contra la corriente e intentando acercar posiciones con Lorenzetti y Rosatti. Tarea titánica, en especial a medida que se van radicalizando las posiciones del oficialismo. Es que en el fondo la cruzada en la que se metió el Gobierno por el destino de tres jueces desconocidos podría transformarse en una señal de debilidad, como dicen que decía Alfonsín: “El despoder es apretar el acelerador y que el auto no acelere”. Y hasta ahora la Corte no acelera, no al menos en la dirección que quiere el Gobierno.
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