Javier Milei lo mide en metros. Dice que es una manera mucho más certera para analizar el crecimiento de su figura que los cientos de libros o trabajos que se han escrito para intentar entender por qué las derechas alternativas y los discursos “antisistema” crecen en todo el mundo. La fórmula es así: en el 2016, antes de su debut televisivo, el candidato revelación de estas elecciones podía caminar la calle como cualquier mortal. Ahora tarda 40 minutos o más en hacer dos cuadras.
Milei tiene tan en claro lo complicado que se volvió para él desplazarse por la Ciudad que incluso a sus actividades de campaña las arma, a propósito, en horarios incómodos. Ahora son las 17 horas del miércoles 25, y el economista liberal llega media hora tarde a una recorrida por el corazón de Boedo. A las dos centenas -casi todos jóvenes- que esperan a su ídolo en San Juan y Boedo parece no importarles demasiado que sea pleno horario laboral. “¡Vamos Javier! ¡Tenemos que echar a todos los zurdos de mierda!”, le grita un post adolescente de camisa de jean y pelo largo apenas lo ve venir. Sobre el líder de “La Libertad Avanza” se tira una muchedumbre: quieren selfies, quieren palabras de aliento, quieren que les prometa que van a “sacar a patadas en el culo” -una de sus frases célebres- a toda la “casta” política y a los “chorros”.
La fila encara para Independencia. Adelante va el economista abrazado a su segunda en la lista, Victoria Villarruel, una abogada que hace del lavado de imagen de la última dictadura militar su leitmotiv y que es anfitriona de los líderes de Vox, el partido ultraconservador español, cuando vienen a Argentina. Para cuando el acto termine, dos horas después y luego de un encendido discurso del candidato, megáfono en mano, tres cosas van a quedar claras. La primera es que es verdad que Milei, al que detienen vecinos, mozas, guardias de seguridad y decenas de personas para felicitarlo o para pedirle una foto, tarda 40 minutos o más en hacer dos cuadras. La segunda es que hay una juventud liberal que salió del closet y que se siente empoderada como nunca, como podrían dar fe los policías que tuvieron que separar a un militante del oficialismo, que estaba repartiendo volantes, del chico gritón de campera de jean. El joven, con la valentía que da el calor de la muchedumbre, le había gritado, sin mediar provocación, “Frente de chorros” al peronista. El asunto habría escalado si no hubiera sido por los efectivos. Pero la tercera es la más importante de todas las certezas que quedan después de la caminata: como demuestra la convocatoria -pequeña comparada al lanzamiento de campaña en Plaza Holanda, el sábado 7, al que fueron 5.000 personas autoconvocadas y al que el hijo de Bolsonaro felicitó en Twitter- y como demuestran también las encuestas, que le dan entre 7 y 15 puntos de intención de voto, Milei llegó para quedarse. Ya no es el economista gritón de la televisión o el que inundaba de memes las redes con su excentricidad: ahora es el líder de una fuerza que incluye a defensores de genocidas y a carapintadas, un movimiento que propone destruir el “gasto social” en temas como la salud y la educación pública, que tiene una base aún más radicalizada discursivamente que sus líderes, y que para fin de año es más que probable que tenga a dos personas en la Cámara de Diputados y a cinco en la Legislatura porteña. ¿Es la libertad lo que avanza?
En el barro. Los que más saben que llegó la hora de tomar en serio a Milei son a los que él llama “la casta”. El economista los describe así: “Vagos, inútiles, sucios, feos, ladrones, parásitos”. Son los políticos que hoy están en el poder.
Horacio Rodríguez Larreta es bien consciente del crecimiento del liberalismo, tanto que es esa la razón principal por la que incluyó a Ricardo López Murphy dentro de la interna de Juntos por el Cambio en Capital. El jefe de Gobierno piensa que puede retener parte del voto liberal -remotamente cercano con el votante histórico del PRO- con la figura del ex ministro de De la Rúa, aunque Milei está convencido de que el gran crecimiento que va a tener su partido entre las PASO y las generales va a ser porque para noviembre López Murphy ya no encabezará ninguna lista. Pero hay otro sentimiento que el avance libertario despierta en Larreta: es algo parecido al miedo. Y no uno político, de estratega electoral, sino uno más personal. Está convencido de que el discurso que agita el liberal es violento y que puede dañar no sólo a la política sino a toda la sociedad, razones por las cuales desde Uspallata niegan algo que Milei asegura a rajatabla: según el extraño de pelo largo hubo varios infructuosos intentos de parte del jefe de Gobierno para reunirse, con la idea de sumarlo a la interna. Cerca de Larreta descartan esta versión, y aseguran que si hay alguien que ahí metió la cola es Patricia Bullrich. La ex ministra mantiene trato fluido con el liberal, tanto que desde ambos lados en algún momento se especuló con compartir una boleta. Es una idea que, aunque lejana, no habría que descartar para el futuro: está claro que la otrora montonera sabe adaptarse perfecto al espíritu de los tiempos. Pero por ahora en cada acto de Milei -y Boedo no fue la excepción-, se canta: “Tiene miedo, Larreta tiene miedo”.
Alberto Fernández también está muy atento al avance liberal. Al día siguiente del impresionante acto en Plaza Holanda -la convocatoria sorprendió incluso a Milei-, el Presidente salió a pedir que le “piquen el boleto”. “Hay liberales que hablan de libertades pero son muy conservadores. La libertad esa es para algunos y es catástrofe y penuria para millones. Ese discurso lo conozco bien”, dijo el Presidente en un acto en Tecnópolis. Lo cierto es que ambos se conocen. Durante los años en el llano del primer mandatario, Milei se juntaba regularmente a comer con Fernández, con quien tiene un íntimo amigo en común, Guillermo Nielsen. De hecho, el ex presidente de YPF le hizo, en los últimos días del 2019, cuando se creía el futuro ministro de Economía, una oferta a Milei que pensó que no iba a poder rechazar. “Javier, quiero que vayas al Banco Central. Sos mi amigo y no me podés decir que no”. El liberal, que piensa que la destrucción total del Estado tiene que arrancar primero por dinamitar precisamente el BCRA, le dijo que de ninguna manera.
De hecho, es tanta la distancia entre Milei y el oficialismo que ni siquiera sus detractores se animan a sugerir algo que es moneda corriente en la política argentina: que los oficialismos auspician -y hay un ejemplo del 2017 en la provincia de Buenos Aires, el de Florencio Randazzo, que es vox populi en el círculo rojo- a las terceras fuerzas en una elección para quitarle votos a la oposición. Aunque el periodista Martín Sivak aseguró en Eldiario.ar que José Luis Manzano está esponsoreando a Milei, es la falta total de apoyo económico de algún aparato estatal o de algún empresario lo que destaca del fenómeno liberal: sus votantes se autoconvocan por las redes, la campaña se banca con escasos recursos, los spots lo filman sus militantes, la estrategia se define entre el puñado de candidatos.
Liberales. Es verdad que lo del líder de La Libertad Avanza (LLA) no es totalmente inédito en Argentina. Aunque sus detractores más duros lo asocian con la última dictadura y con su plan económico (“votás a Milei y te sale Videla”, es una frase que tiró el candidato de la izquierda Gabriel Solano y que se popularizó en las redes), su antecedente más real es la Ucedé de Álvaro Alsogaray, que en 1985 llegó a meter 65 mil personas en un acto en River Plate. Pero, como pueden atestiguar algunos viejos miembros de aquel partido que hoy están con Milei o los cientos de jóvenes que van a cada recorrida, hay una grieta entre uno y otro: mientras que el anterior liberal famoso representaba a la clase social más alta, este encarna un fenómeno transversal y nuevo.
Aunque su núcleo son jóvenes de clase media urbana, donde más alto le dan las encuestas es en el sur de la Ciudad. En sus actos hay cada vez más presencia de la tercera edad -“mi nieto me pidió que vote por vos”, le dijo una abuela a Milei en Boedo- y de trabajadores de a pie. El economista, que se hizo famoso en la televisión abierta, camina las villas, habla con tono canchero, y saca a relucir cada vez que puede su chapa de ex arquero de Chacarita, de hijo de un colectivero que se crió en Lugano y su pasado como cantante de una banda Stone. La “desgorilización” del liberal es, también, una estrategia trabajada en su búnker de campaña: en esa usina le pidieron que deje de usar frases como “peronchos de mierda” o “zurdos del orto” para mostrarse un poco más amable con todo el electorado, aunque es una máxima que a sus seguidores les cuesta copiar.
Toda esta estrategia tiene que ver con un plan más profundo. “Es que nosotros trabajamos en un armado de poder, no para ocupar una banca en Diputados”, dicen en el entorno de Milei. Se hacen eco del caso de Bolsonaro, a quien se cuidan de no mencionar para no quedar demasiado asociados: hablan de cómo crecieron en pocos años figuras “anti status quo” -así se definen, antes que antipolítica o antisistema- que en algunos lados llegaron al poder. Varios, y quizás el candidato también, imaginan que si el viento de cola acompaña, en algunos años no tan lejanos podría llegar a la Casa Rosada. De ahí, explican, que sumen a su lista a personas con las que dicen no coincidir en lo ideológico, como las figuras del partido del ex carapitanda Juan José Gómez Centurión, a la mencionada Villarruel, o busquen el apoyo del ala evangélica ultraconservadora de Cynthia Hotton. “Para hacer un partido en serio necesitás hacer alianzas”, dicen en off en la campaña del liberal. Curioso: cualquier miembro de “la casta” a la que quieren echar podría decir lo mismo.
La intención de alcanzar la cúspide del poder es tal que de ahí viene la tensión, apenas contenida, con su otrora socio José Luis Espert. El otro liberal famoso estuvo a punto de cerrar con Larreta para ir dentro de la interna en Buenos Aires, y cerca de Milei aseguran que su ex compañero de ruta tiene un pacto acordado con Juntos por el Cambio -que incluye votos en conjunto en la Cámara y algún cargo en la Ciudad- para luego de las elecciones. Pero el economista de pelos al viento no quiere ceder autonomía: si tiene que haber algún Bolsonaro o Trump argentino será él y solo él. Y, como sabe todo el círculo rojo y empieza a hacerse notar en las calles porteñas, esa idea que en algún momento parecía una fantasía alocada hoy ya no lo es. Milei avanza metro por metro.
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