Fiel a su estilo recargado, con ecos de Tolkien, sombras que lo cubren todo y monstruos que escupen veneno, Juan Grabois volvió a servirse de la épica fantástica para meterse en la escena política. Esta vez, lo hizo para acompañar una foto: el encuentro con Axel Kicillof, Andrés “el Cuervo” Larroque y Carlos Bianco —la mesa chica del gobernador bonaerense—, más Ofelia Fernández y la diputada Natalia Zaracho, parte del Frente Patria Grande. El posteo, con tono de proclama existencial, sirvió como marco poético a una rosca bien terrenal: reordenar el tablero peronista en la provincia de Buenos Aires, donde las tensiones internas se agudizan.
“El monstruo escupe veneno cada día”, escribió Grabois. Habló de la expansión de la codicia, la maldad y la violencia como una sombra que enceguece al pueblo. Pero no todo fue desolación. También llamó a los dirigentes a asumir su responsabilidad, aun a tientas, y encontrar juntos la salida de esa oscuridad: “Tal vez alguno de nosotros tenga que guiar al resto, tal vez podamos hacerlo entre varios”, reflexionó. "La principal tarea de los dirigentes es sacar al pueblo de esta oscuridad, con la humildad de saber que ninguno de nosotros tiene una linterna para iluminar el camino", agregó.
En ese nosotros —implícito— aparece Kicillof, con quien Grabois viene ensayando una relación cada vez más cercana. El respaldo no es menor: en un momento en que el gobernador enfrenta un frente interno en plena ebullición, la foto busca marcar posición.
Hoy el peronismo bonaerense está partido en al menos dos grandes corrientes. Por un lado, el “kicillofismo”, un armado que el propio gobernador empuja desde La Plata con figuras como Bianco, Larroque y varios barones del Conurbano, en busca de mayor autonomía política. Por otro, el kirchnerismo más duro, representado por referentes históricos del entorno de Cristina Kirchner, y especialmente el camporismo, que en los últimos meses endureció su estrategia.
La Cámpora, con Máximo Kirchner al mando del PJ bonaerense, viene marcando diferencias con el gobernador, lo jaquea con reclamos por cargos y la estrategia frente al gobierno de Milei, y juega su propio juego en la reconstrucción del peronismo nacional. La disputa se trasladó a la Legislatura bonaerense, donde los bloques peronistas no siempre funcionan con cohesión, y a la gestión cotidiana, donde los tironeos por espacios de poder son permanentes.
En ese contexto, la foto con Grabois —acompañado por dos referentes con anclaje juvenil y militante— opera como un gesto político: un intento de sumar volumen desde el ala progresista y cristiana del peronismo, de cara a una etapa en la que Kicillof aparece como posible faro opositor frente al modelo de Javier Milei. El guiño literario de Grabois, con túneles, sombras y la promesa de los rayos de Febo al final del camino, no hace más que vestir con épica lo que, en el fondo, es una jugada política de contención y reposicionamiento.
por R.N.
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